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alma, consolación interior, consuelo, entendimiento, eterna verad, hijos de Israel, Moisés, profeta Samuel, Señor, siervo
Que la verdad habla dentro del alma sin sonido de palabras
El Alma.- 1. «Habla, Señor, porque tu siervo escucha» (1Re 3,10). «Yo soy tu siervo; dame entendimiento para que sepa tus verdades» (Sal 118,125). Inclina mi corazón a las palabras de tu boca: «Descienda tu habla así como rocío» (Dt 32,2). Decían en otro tiempo los hijos de Israel a Moisés: «Háblanos tú, y oiremos; no nos hable el Señor, porque quizá muramos» (Éx 20,19). No, Señor; yo no te ruego así, sino más bien como el profeta Samuel, con humildad y deseo te suplico: «Habla, Señor, pues tu siervo escucha» (1Re 3,10). No me hable Moisés, ni alguno de los profetas; sino más bien háblame Tú, Señor Dios, inspirador y alumbrador de todos los profetas; pues tú solo, sin ellos, me puedes enseñar perfectamente; pero ellos, sin ti, ninguna cosa aprovecharán.
2. Es verdad que pueden pronunciar palabras, mas no dan espíritu. Elegantemente hablan, mas callando Tú no encienden el corazón. Dicen la letra, mas Tú abres la inteligencia. Predican misterios, mas Tú declaras su sentido recóndito. Dictan mandamientos, pero Tú ayudas a cumplirlos. Muestran el camino, pero Tú das esfuerzo para andarlo. Ellos obran por de fuera solamente, pero Tú instruyes y alumbras los corazones. Ellos riegan la superficie, mas Tú das la fertilidad. Ellos dan voces, pero Tú haces que el oído las perciba.
3. No me hable, pues, Moisés, sino Tú, Señor Dios mío, eterna verdad, para que por desgracia no muera y quede sin fruto, si solamente fuere enseñado de fuera y no encendido por dentro. No me sea para condenación la palabra oída y no obrada, conocida y no amada, creída y no guardada. «Habla, pues, Tú, Señor, pues tu siervo oye» (1Re 3,9), «pues tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,60). Háblame para dar algún consuelo a mi alma, para enmienda de toda mi vida y para eterna alabanza, honra y gloria tuya.