Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

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Meditación de los Pecados

15 miércoles May 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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Dice san Ignacio que el segundo ejercicio es la meditación de los pecados, y contiene en sí, padremisericordioso-hijo2después de la oración preparatoria y dos preámbulos, cinco puntos y un coloquio. La oración preparatoria es siempre la misma: que todas nuestras oraciones, acciones y operaciones vayan dirigidas a la mayor gloria de Dios. El primer preámbulo es la composición de lugar: ver mi alma encarcelada entre brutos animales. El segundo preámbulo es la petición propia de cada meditación, pedir lo que quiero: será aquí pedir crecido e intenso dolor y lágrimas de mis pecados.

El primer punto es el proceso de  los pecados es traer a la memoria todos los pecados de la vida, mirando de año en año o de tiempo en tiempo; para lo cual aprovechan tres cosas: La 1ª, mirar el lugar y la casa donde he habitado. La 2ª, la conversación que he tenido con otros. La 3ª, el oficio que he tenido.

No debemos cansarnos de pedir el crecido e intenso dolor de nuestros pecados. la conciencia se ha podrido de tal manera que ya nada es pecado: “El hombre contemporáneo experimenta la amenaza de una imposibilidad espiritual y hasta la muerte de la conciencia; y esta muerte es algo más profundo que el pecado; es la eliminación del sentido del pecado” (Beato Juan Pablo II). “Cuantas ofensas a Dios y qué pena ver que pocas almas le sirven de veras, de las que parecen suyas” (Santa Maravillas de Jesús). San Juan de Ávila: “Para todo tienes seso, y no lo tienes para esto que tanto te va, aunque te digan “infierno hay para siempre”, no obra en ti más que si no te lo dijesen… ¡Oh pecado! ¿Por qué no nos decís el mal que nos has de hacer? ” Todos los pecados mortales, aun  los de pensamiento, hacen a los hombres hijos de la ira y enemigos de Dios” (Concilio de Trento).

Hagamos el proceso de los pecados propios, con sinceridad y seriedad, sin disimularnos y mentirnos a nosotros mismos. No es un examen de conciencia para confesarme, sino para que, viendo los muchos pecados de mi vida pasada, alcance horror y arrepentimiento de mis pecados. Asumir la realidad de la malicia del pecado en mi propia alma. San Agustín decía: “¡Niño ya tan pequeñuelo y ya tan grande pecador! ¿Dónde, Dios mío, dónde y cuando fui inocente?” Y, en nuestra juventud, cuando las pasiones desordenadas se despiertan y quieren abrirse camino en nuestra vida ¿qué camino seguimos, el ancho que lleva a la perdición eterna o el estrecho que lleva a la felicidad eterna? En la edad madura ¿He tenido siempre ante mis ojos el fin eterno? ¿He procurado en todo mi salvación y la gloria de Dios? ¿Cómo he aprovechado las gracias actuales que Dios me ha concedido? “Mis iniquidades se multiplicaron más que los cabellos de mi cabeza” (Salmo 39, 19). “¿Cuántos son mis delitos y pecados? dame a conocer mi transgresión y mi ofensa” (Job 13,23). Recorramos nuestra vida sin prisas, despacio, pidiéndole al Señor la gracia de reconocer nuestros pecados y el aborrecimiento de todos y cada uno de ellos.

El segundo punto es ponderar los pecados, mirando la fealdad y la maldad que cada pecado mortal cometido tiene en sí, prescindiendo de la ofensa contra Dios que lo prohíbe. Al cometer un pecado el hombre y la mujer obran contra el justo juicio de su entendimiento, discurren siguiendo sus afectos desordenados y sus sentidos, abdican de su  razón; se rebajan al nivel de brutos animales, haciéndose semejante a ellos.

Santa Teresa de Jesús dice: “Yo sé de una persona a quien quiso Nuestro Señor mostrar cómo quedaba un alma cuando peca mortalmente; dice aquella persona que le parece que si los hombres lo entendiesen, no sería posible ninguno pecar, aunque se pusiese a mayores trabajos que se puedan pensar para huir de las ocasiones… Por  subida que esté el alma en la cumbre de la perfección, si torna atrás y a hacerse ofensas a Dios todo lo pierde. En pecando uno mortalmente todo lo pierde. Cuando el alma cae en pecado mortal, no hay tinieblas más tenebrosas, ni cosa tan obscura y negra, que no lo esté mucho más”. El Salmo 48,1 dice: “El hombre constituido en honor no ha tenido discernimiento; se ha igualado a los insensatos jumentos y se ha hecho como uno de ellos”.

Fealdad y malicia: “Reconoce y advierte cuan malo y amargo e apartarte de Yahve” (Jer 2,19). Nuestro Señor nos dice: “Muchos bienes os he hecho ¿por cuál de ellos me apedreáis?” (Jn 10,32). Dios me ha sacado de la nada y me ha colmado de bienes y yo, al pecar, me rebelo contra Él, ofendiéndole gravísimamente. “Dos maldades ha cometido mi pueblo: ¡me ha abandonado a mí, que soy fuente de agua viva, y han ido a fabricarse aljibes, que no pueden contener las aguas!” (Jer. 2, 12-13)

Además de mi Creador, Dios es mi Padre y un Padre infinitamente misericordioso y cariñoso: “ofender a tal padre, hacer algo contra su voluntad es gran crueldad” (San Agustín). Dios nos ama con entrañas de madre. Dios no está muy lejos de nosotros, sin preocuparse de nosotros. Dios nos ama infinitamente: “¡Oíd cielos! ¡Apresta el oído tierra! Que habla Yahve: Yo he criado hijos y los he engrandecido, pero ellos se han rebelado contra mí”. Y todo por un vil deleite. Crece la maldad del pecado al considerar que el Dios que me ha creado y me ha cuidado, y me cuida como Padre, además es mi Redentor, mi salvador. Al pie de la cruz, junto con María santísima, se comprende lo que es el pecado. La Justicia divina para reparar los pecados de los hombres exigió la pasión y muerte de su divino Hijo. Pecar es pisotear la sangre de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Y pecamos en la presencia de Dios. Solo un hijo que ha perdido la razón, un desnaturalizado se puede atrever a ofender a su Creador, Padre y Redentor. Jesús, para justificarnos no encontró otra excusa: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”.

San Enrique de Ossó: “¿Has reflexionado alguna vez, hija mía, que cosa es el pecado? Pecado es una deliberada transgresión de la ley de Dios; un insulto hecho a Dios en su misma presencia, un acto irracional más vil que de bestia; es hacerse esclavo de las pasiones; del mismo demonio; es renunciar al cielo, y escoger el infierno por morada sempiterna. ¿Sabes tú lo que has hecho pecando? Has ofendido a una Majestad infinita; has cometido una infinita injusticia; has querido destruir una bondad infinita. Cuando pecas, llenas de amargura el Corazón bondadoso de Dios Padre, traspasas el Corazón de Cristo, crucificas a Jesucristo, tu más insigne bienhechor. ¡Cuánta malicia! ¡Cuánta indignidad y vileza! ¿Has cometido en tu vida algún pecado mortal, hija mía? ¡Qué crueldad! ¡Qué horrible fiereza! Sábete que cuantas veces pecaste, tomaste en tus manos los beneficios de Dios para con ellos golpearle, maltratarle, darle muerte si te hubiera sido posible. ¿Cuándo se ha visto tan horrible crimen y monstruosa ingratitud? ¡Dios mío!  ¡Y tantas veces como he pecado! ¡Oh Dios de bondad! ¡Perdón, Dios mío! Apiadaos de mí según vuestra gran misericordia”.

Alabar, Hacer Reverencia y Servir a Dios

20 miércoles Feb 2013

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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El hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, dice San Ignacio. san-ignacio-de-loyolaEs el fin próximo del hombre. El fin último es la eterna felicidad del cielo. ¡Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder! “El hombre y la mujer es el ser más maravilloso que Dios ha creado. Basta contemplar los ojos de un bebé, su luz, su transparencia, su sonrisa, para ver a Dios.

Sí. Hemos sido creados para alabar a Dios. Los Salmos están repletos de alabanzas al Señor, que debemos hacer nuestras, en todos los momentos de nuestra existencia; ¡cómo ensancha el corazón la alabanza a Dios! Alabemos a Dios.

La lectura del Oficio divino del jueves primero del tiempo ordinario, nos propone la meditación de unos versículos del libro del Eclesiástico. Alabar a Dios a quien nadie ha visto por la contemplación de todo lo que ha creado: “Voy a recordar las obras de Dios y a contar lo que he visto: por la palabra de Dios son creadas y de su voluntad reciben su tarea.

El sol sale mostrándose a todos, la gloria del Señor se refleja en todas sus obras. Aun los santos de Dios no bastarán  para contar las maravillas del Señor. ¡Qué amables son todas sus obras!; y eso que no vemos más que una chispa.

Todas difieren…. unas de obras, y no ha hecho ninguna inútil. Una excede a otra en belleza: ¡quién se saciará de contemplar su hermosura ¡que glorioso espectáculo! El sol, cuando sale derramando su calor ¡qué obra maravillosa del Señor! ¡Qué grande el Señor que lo hizo! Sus órdenes espolean a sus campeones.

Las estrellas adornan la belleza del cielo, y su luz resplandece en la altura divina; a una orden de Dios ocupan su puesto y no se cansan de hacer la guarda.

Mira el arco iris y bendice a su creador: «¡qué esplendor majestuoso! Abarca el horizonte con su esplendor cuando lo tensa la mano poderosa de Dios”

Eres digno, Señor, Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y la alabanza, porque tú has creado el universo. El cosmos es inconmesurable. La Vía Láctea, nuestra galaxia, tiene cien mil millones de soles. Y se conocen cien mil millones de galaxias como la nuestra. La nebulosa de Andrómeda consta de doscientos mil millones de estrellas y está situada a dos millones de años luz de nuestra galaxia… las otras son aturdedoras.  Leed el Salmo 19.

El doctor de la Iglesia, san Juan de Ávila nos dice: “Las criaturas irracionales no son capaces de ser amadas con amor de caridad; mas, tales cosas, como son los cielos, agua y tierra, animales y árboles, secundariamente se pueden amar, no por ellos , sino porque resplandece la gloria de Dios, que está en ellos; y así decís: “Bendito sea Dios, que crió tal árbol”. Y de quien bien queréis , aun la ropa que trae vestida la amáis, según que le es provechosa a aquél a quién queréis.

No es menester mirar los cielos ni la tierra ni todas las otras hermosuras para conocer algo de vuestra hermosura y bondad, sino mirar mis maldades y mi fealdad y allí veo vuestra bondad mejor que en todas las otras cosas. Señor; ¡que con todo eso me amáis! ¡que no me echáis delante de vuestros ojos, siendo yo cosa tan fea y leprosa de mi propia cosecha! Señor, ¡que a tales criaturas dais hermosura de vuestra gracia y amor! Verdaderamente más me amáis que nadie, y más que yo mismo, pues lo que yo no me supiera Vos me lo sufrís.

“Este es Dios; mayor en bondad que todos. Dios es amor y Dios es infinito”

Santa Maravillas de Jesús: “¡Qué importa todo más que Él sea glorificado! Nada tiene importancia fuera de la gloria de Dios, como nadie es nada fuera de Él, ni puede nada… lo único que importa es agradarle a Él y no que se entere la gente. ¡Qué buenísimo es nuestro Cristo, que hermosísima es su Iglesia! ¡Qué será el cielo!”

Beata María Pilar Izquierdo: “¡Qué bueno es Jesús nuestro divino Maestro! ¡Qué Corazón tan hermosos y que inmenso es el amor que nos tiene!” En todas las cosas vemos la mano de Dios; porque bien es verdad que las hojas del árbol no se mueven sin su voluntad”

Beata Teresa de Calcuta: “Una vez que comprendamos hasta qué punto Dios está enamorado de nosotros, ya solo podemos vivir la vida irradiando amor… Dios se nos ha entregado por completo. PongámonosDivina_Misericordia_ nosotros por completo a su disposición”.

La Misericordia divina dijo a santa Faustina: “Proclama que la misericordia es el atributo  más grande de Dios. Todas las obras de mis manos están coronadas por la misericordia.”

Casiano dice que: “alabar a Dios es narrar sus maravillas”. Lo primero que hizo Adán. Alabemos a Dios constantemente. Reconozcamos a Dios como nuestro bien supremo, como nuestro magnífico bienhechor. Vivamos estos ejercicios en la presencia de Dios, hasta llegar al conocimiento interno de tantos bienes recibidos del Señor. Así viviremos en continuas acciones de gracias y alabanzas a Dios todopoderoso, nuestro Padre celestial.

P. Manuel Martínez Cano mCR

Dones Naturales del Padre Alba

06 miércoles Feb 2013

Posted by manuelmartinezcano in Padre Alba, Uncategorized

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Para la Mayor Gloria de Dios y en honor de su fiel siervo el Padre P.albacenaJosé María Alba Cereceda S. J.,  invocando el favor de la Señora, voy a dar una ligera pincelada del modo de ser del Padre. Escribiré unos cuantos recuerdos, para que sea algo más conocido, aunque ya sé que serán solamente unas gotas en el mar.

En primer lugar, de su personalidad, humanamente hablando. Siendo el Padre Alba una persona de cualidades muy excepcionales, aunque en su humildad jamás se jactaba de ello, podía aparecer incluso simple, pues era sumamente sencillo y abierto con todo el mundo que le rodeaba (en ello se basaron sus enemigos para decir que en el orden natural no servía para nada). No tenía doblez.

Llamaba la atención su agudeza de entendimiento en el trato con la gente, que dejaba prendado a todo el mundo. Sabía tratar a toda clase de personas: sabios, personajes ilustres, eruditos en cualquier campo del saber, gente sencilla de la calle, trabajadores de todas clases, vendedoras del mercado… Tenía gracia  para decir en cada momento y a cada uno lo que le llegaba al corazón y dejaba boquiabierto al más erudito -y a los que Io acompañaban-, pues sorprendían siempre sus salidas, aun después de tantos años de conocerlo y estar con él casi continuamente. Admiraba siempre a los que vivían con él cuando se empezaba una conversación sobre cualquier tema o hablaba con personajes duchos en algo específico, cómo él se ponía a la altura de sus conocimientos, fuera el que fuera el campo del saber al que correspondieran.

Incluso pocas horas antes de morir, en aquellas terribles noches inquietas en que no podía dormir recitaba hermosas y largas poesías en francés o de San Juan de la Cruz, o pedía, como una vez, que le buscáramos en concreto el poema A los caballos de los conquistadores de un poeta del s, XIX-XX, que, por cierto, no encontrarnos en la biblioteca (él mismo quiso que le lleváramos aún cuando apenas se tenía en pie, para verificar que no estaba, aunque apenas veía). Eran las dos o las tres de la madrugada y se justificó diciendo: Es que he sido profesor de Literatura. Tenía una gracia especial en su estilo literario y en su oratoria. Llamaba la atención en su construcción de las frases la expresión de sus ideas, el modo propio con que lo hacía… y aunque divagara, no perdía jamás el hilo de lo que se había propuesto decir. En los últimos días, casi incapaz de hablar por su extrema debilidad y por la trepanación que le hicieron del cráneo para realizar la biopsia -el decía que le habían tocado el nervio de la mandíbula inferior derecha-, musitaba, con apenas voz, lo que tenía que decir con el mínimo de palabras, y aun en este estado, dictó las cartas de despedida, con múltiples interrupciones, para taparse la cara con las manos o descansar sobre el brazo, pues se agotaba o tenía dolor -no lo supimos-, y resultaba dramático el oírle, pero sus cartas resultaban bien hilvanadas.

Tenía una personalidad sumamente rica. Siempre demostró un gran equilibrio emocional. Nos dejaba a todos admirados. A veces solía decir que, de joven, un cierto amigo suyo le había dicho que era incapaz de conocer lo que le afectaba en el campo emocional. Junto a la agudeza de entendimiento tenía esta personalidad tan polifacética. Era firme en sus ideas. Cuando empezaba un proyecto, aunque hubiera interrupciones, lo acababa, incluso hasta en los momentos más difíciles de sus últimos días. Para educar a los que le rodeaban siempre decía con acierto lo que le convenía a cada uno, aunque le pudiera sentar mal, pero siempre dejaba el corazón consolado, pues al mismo tiempo era sumamente afectuoso y cariñoso. Con suma serenidad veía partir a los jóvenes que él había formado que se iban al seminario o, una vez ordenados-, a sus parroquias, y parecía que no se inmutara, pero, una vez marchados, hacía comentarios como las despedidas son un poco como la muerte. No era amigo de blandenguerías. Sólo en los últimos días se le oyó decir a unos y a otros, de los muchos que pasaron a verle, palabras y demostraciones de más afecto, como: tomar la mano del visitante y ponérsela sobre el corazón, reiterándole su afecto.

En fin, no acabaríamos de expresar todo lo que nos ha demostrado estos últimos días. Su nobleza de corazón se demostró más en los últimos días pues nos agradecía a todos nuestra lealtad y nuestra fidelidad, sobre todo en la hora amarga de la persecución hace unos años. Lo agradeció siempre, pero lo manifestó más en sus últimos días: uno a uno nos decía palabras de agradecimiento.

Conociendo su carácter abierto al máximo, alegre en todo momento, confiado y seguro de sí mismo, sencillo y humilde, siempre de buen humor, a menudo no se sabía si decía las cosas en serio o en broma. Siempre nos incitaba a ser la alegría de los que nos rodearan, a hacer la vida alegre a los demás. Cuando anuncié a una de las señoras del servicio que ya volvía del hospital, exclamó: ¡Qué bien! ¡Ya llega la alegría de la casa!… Es verdad, así lo hablábamos entre nosotras el otro día. Él siempre sabía decir palabras agradables a todo el que le salía al paso.

En ocasiones se decía de él mismo: A veces me parece que soy el oso (el que hace reír).

Un día entró en un mercado para buscar cajas, pues había que guardar libros, y a los pocos momentos ya tenía revolucionadas a todas las vendedoras y, naturalmente riendo gozosas, todas arremolinadas a su alrededor. Al salir decía: Voilá le témoignage!… pues llevaba sotana y sabía que daba testimonio de sacerdote. Como esta anécdota se pueden contar múltiples.

En las bodas de sus jóvenes, al terminar, cogía las tarjetas de los menús y ¡ya la tenía liada! En ellas escribía poesías anónimas dirigidas a las damas alabándoles su peinado o la prenda que llevaran que más llamaba la atención, y las mandaba por medio de los niños que hubiera, con lo que tenía al comedor entero revolucionado.

Su virtud principal, a mi entender, era su misericordia: todo lo llevaba a la mejor parte, todo lo justificaba, teníapadreramblas un gran corazón, que enamoraba a todo el que se le acercaba: los niños del colegio recurrían a él cuando se hacían merecedores de castigo, pues sabían que él les estimularía a pedir disculpas y a suavizar y enmendar su maldad.

Una exclamación que se le oía decir a menudo era ¡MAGNÍFICO! y en los últimos días dijo que había ofrecido todos sus magníficos por la salvación de Israel.

Algo se ha dicho hasta aquí de cómo era el padre Alba, visto exteriormente… aunque cada una de sus virtudes y facetas merecería capítulo aparte. Pido a todos los que le han conocido que escriban anécdotas, recuerdos suyos… aunque hay tanto que no creo que pueda ser posible ser publicado exhaustivamente.

Isabel Lamarca

 
 
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