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El nacimiento del Señor recostado en un pesebre donde comen los animales, y adorado y amado por su Santísima Madre y por el santo José, nos da un cuadro entrañable para la serena contemplación del misterio todos estos días.
La mayor dificultad que tiene el Evangelio para entrar en las almas la mayor dificultad que tienen los hombres para recibir a Jesús que nace para todos en Belén, no proviene de las persecuciones sectarias, de la falsa ciencia del mundo, de las dificultades sociológicas, o de los enemigos declarados del hombre cristiano. La mayor dificultad anida en el propio corazón. El corazón lleno de pasiones, de codicia; el corazón carnal, mundano, enlodado en el cieno del mundo; el corazón envuelto voluntariamente en tinieblas, es un obstáculo invencible para la luz del Evangelio, es una piedra endurecida para el amor a Jesús.
Para aceptar a Jesús, hasta transformar nuestra vida en una vida a imitación de la suya, es necesario que seamos almas sin los prejuicios que nacen de las propias pasiones, de las propias miserias y sin el afán de mutilar la doctrina y las exigencias de Jesús. No hay modernidad que valga contra la realidad de Jesús nacido en Belén. Nosotros no hicimos profesión en nuestro bautismo de seguir las cambiantes modas de las opiniones humanas o de las hipótesis infinitas de la pseudociencia que nacen y mueren cada día.
Abracemos a Jesús con todas las consecuencias y entregarle nuestro corazón con la sencillez de los niños que le rezan: «Tómalo, tuyo es, mío no», ha de ser el fruto de nuestra contemplación ante la cueva de Belén.
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº Extra, diciembre de 1981