Contracorriente

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Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen XX

22 miércoles May 2013

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De la verdadera devoción a la Santísima Virgen

105. Después de haber descubierto y condenado las falsas devociones a la Santísima Virgen, es menester establecer en pocas palabras la verdadera, que es: 1.º, interior; 2.º, tierna; 3.º, santa; 4.º, constante; 5.º, desinteresada.

106. 1.º La devoción a la Santísima Virgen debe ser interior, es decir, debe partir del espíritu y del corazón; nace dicha devoción de la estima que se hace de la Virgen, de la alta idea que uno se ha formado de sus grandezas y del amor que se la tiene.

107. 2.º Es tierna, es decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la de un niño para con su buena madre. Esta devoción es la que hace que un alma recurra a Ella en todas sus necesidades de cuerpo y espíritu con mucha sencillez, confianza y ternura; que implore la ayuda de su buena Madre en todo tiempo, en todo lugar y en todas las cosas; en sus dudas, para ser ilustrada; en sus extravíos, para ser enderezada; en sus tentaciones, para ser sostenida; en sus debilidades, para ser fortalecida; en sus caídas, para ser levantada; en sus abatimientos para ser animada; en sus escrúpulos, para ser librada de ellos; en las cruces, trabajos y contrariedades de la vida, para ser consolada. En fin, en todos los males de cuerpo y de espíritu, María es su recurso ordinario, sin temor de importunar a esta buena Madre ni de desagradar a Jesucristo.

108. 3.º La verdadera devoción a la Virgen es santa, es decir, que conduce a un alma a evitar el pecado y a imitar las virtudes de la Santísima Virgen, en particular la humildad profunda, la fe viva, la ciega obediencia, la continua oración, su universal mortificación, la pureza incomparable, la caridad ardiente, la heroica paciencia, la dulzura angelical y la divina sabiduría. Tales son las diez principales virtudes de la Santísima Virgen.

109. 4.º La verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante; afirma a un alma en el bien y la lleva a no abandonar fácilmente las prácticas de devoción; la hace animosa para oponerse al mundo, y a sus costumbres y sus máximas, a la carne con sus apetitos y sus pasiones, y al demonio en sus tentaciones; de modo que una persona verdaderamente devota de la Santísima Virgen no es mudable, melancólica, escrupulosa ni medrosa.
Lo cual no quiere decir que no caiga ni cambie alguna vez en sus buenos hábitos y en su devoción; pero si cae, se levanta en seguida tendiendo la mano a su buena Madre; si pierde el gusto y la devoción sensible, no por esto se apena, porque el justo y el devoto fiel de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos de la naturaleza.

110. 5.º En fin, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada; es decir, inspira a un alma que no se busque a sí misma; sino sólo a Dios en su Santísima Madre. Un verdadero devoto de María no ama a esta augusta Reina por espíritu de lucro y de interés, ni por su bien temporal ni espiritual, sino únicamente porque merece ser servida, y Dios sólo en Ella; no ama a María precisamente porque le haya hecho algún bien o porque lo espera de Ella, sino porque María es sumamente amable. Por esto la ama y la sirve tan fielmente en los disgustos y sequedades como en las dulzuras y fervores sensibles; lo mismo sobre el Calvario como en las bodas de Caná. ¡Oh! ¡cuán agradable y precioso es a los ojos de Dios y de su Santísima Madre un devoto tal de la Virgen que nada busca en los servicios que la presta! Pero ¡qué raro es al presente! Precisamente porque no sea tan raro he emprendido este trabajo de traducir al papel lo que he enseñado con fruto en público y en privado en mis misiones durante tantos años

Imitación de Cristo XV

17 miércoles Abr 2013

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Capítulo 22

Consideración de la miseria humana

 1. Miserable serás dondequiera que fueres y dondequiera que te volvieres si no te conviertes a Dios.
¿Por qué te turbas de que no te sucede lo que quieres y deseas? ¿Quién es que tiene todas las cosas a medida de su voluntad? Por certo, ni yo, ni tú, ni hombre alguno sobre la tierra.
No hay hombre en el mundo sin tribulación o angustia, aunque sea rey o papa.
Pues, ¿quién es el que está mejor? Ciertamente, el que puede padecer algo por Dios.

2. Dicen muchos flacos y imperfectos: ¡Mirad cuán buena vida tiene aquel hombre! ¡Cuán rico! ¡Cuán poderoso y ensalzado!
Mas tú levanta la atención a los bienes del cielo, y verás que todas estas cosas temporales nada son, sino muy inciertas y gravosas, porque nunca se poseen sin cuidado y temor.
No está la felicidad del hombre en tener abundancia de lo temporal; bástale una medianía.
Verdadera miseria es vivir en la tierra.
Cuanto más espiritual quiere ser el hombre, tanto más amarga le será la vida, porque siente mejor y ve más claro los defectos de la corrupción humana.
Porque comer, beber, velar, dormir, reposar, trabajar y estar sujeto a toda necesidad natural, en verdad es grandísima miseria y pesadumbre al hombre devoto, el cual desea ser desatado de este cuerpo y libre de toda culpa.

3. Porque el hombre interior está muy agravado con las necesidades corporales de este mundo; por eso ruega devotamente el profeta verse libre de ellas, diciendo: «Líbrame, Señor, de mis necesidades» (Sal 24,17).
Mas, ¡ay de los que no conocen su miseria!, y mucho más, ¡ay de los que aman esta miserable y corruptible vida!
Porque hay algunos tan abrazados con ella, que aunque con mucha dificultad, trabajando o mendigando, tengan lo necesario, que si pudiesen vivir aquí siempre no cuidarían del reino de Dios.

4. ¡Oh locos y duros de corazón los que tan profundamente yacen en la tierra, que nada gustan sino de las cosas carnales!
Mas estos desgraciados en el fin sentirán gravemente cuán vil y nada era lo que amaron.
Los santos de Dios y todos los devotos amigos de Cristo no tenían cuenta de lo que agradaba a la carne ni de lo que florecía en la vida temporal; mas toda su esperanza e intención suspiraba por los bienes eternos.
Todo su deseo se levantaba a lo duradero e invisible, porque no fuesen abatidos a las cosas bajas con el amor de lo visible.
No pierdas, hermano, la confianza de aprovechar en las cosas espirituales; aún tienes tiempo y ocasión.

5. ¿Por qué quieres dilatar tu propósito? Levántate y comienza en este momento y di: ahora es tiempo de obrar; ahora es tiempo de pelear; ahora es tiempo conveniente para enmendarme.
Cuando no estás bueno y tienes alguna tribulación, entonces es tiempo de merecer.
Conviene que pases «por fuego y por agua» antes que llegues al descanso (Sal 65,12).
Si no te hicieres fuerza, no vencerás el vicio.
Mientras estamos en este frágil cuerpo no podemos estar sin pecado ni vivir sin fatiga y dolor.
De buena gana tendríamos descanso de toda miseria; pero como por el pecado perdimos la inocencia, perdióse la verdadera felicidad.
Por eso nos importa tener paciencia y esperar la misericordia de Dios hasta que se acabe la malicia y la vida destruya a la muerte (Sal 66,3; 2Cor 5,4).

6. ¡Oh, cuánta es la flaqueza humana, que siempre está inclinada a los vicios!
Hoy confiesas tus pecados y mañana vuelves a cometer lo confesado.
Ahora propones de guardarte y de aquí a unas horas haces como si nada hubieras propuesto.
Con mucha razón, pues, podemos humillarnos, y no sentir de nosotros cosa grande, pues somos tan flacos y tan mudables.
Presto también se pierde por descuido lo que con mucho trabajo dificultosamente se ganó por gracia.

7. ¿Qué será de nosotros al fin, pues ya tan temprano estamos tibios?
¡Ay de nosotros, si así queremos ir al descanso, como si ya tuviésemos paz y seguridad, cuando aún no parece señal de verdadera santidad en nuestra vida!
Bien sería necesario que aún fuésemos instruidos otra vez como dóciles novicios en buenas costumbres, si por ventura hubiese esperanza de enmienda y de mayor aprovechamiento espiritual.

Catecismo Social IV

13 miércoles Mar 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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7 -¿Qué entendemos por alma? El alma es, según Aristóteles «aquello por lo cual en último término, la fotovivimos, sentimos, nos movemos y entendemos». O sea, el alma es lo que nos hace obrar racionalmente, así como sentir, pensar, querer y querer con libertad. El alma es lo que da unidad de ser y de operación. El secreto radical del pensar y del existir. Y el alma está unida al cuerpo en todos los planos de la naturaleza y de la gracia. Por esto el hombre necesita comer y trabajar, divertirse e investigar, pero también pensar, y mediante todo este conjunto divinizarse por la gracia que nos alcanzó Jesucristo con su Redención.

8 ¿Cómo es el alma?

El alma goza de unicidad, sustancialidad, espiritualidad, simplicidad e inmortalidad. Es única porque rige toda la vida vegetal, sensible, intelectual del hombre. Es sustancial porque es el soporte de todo el hombre. La separación de alma y cuerpo, produce la muerte del cuerpo. Y el alma es espiritual, o sea, es capaz de la abstracción, de captar conceptos inmateriales, de sentir la atracción por lo que está por encima de todo el universo. Esto reclama la simplicidad del alma, que no puede estar compuesta de lo que se pesa, de lo que se mide, de lo que se toca, de lo que se divide. Y explica que el alma debe ser inmortal. El fondo más profundo del hombre reclama la felicidad, el premio, el castigo, la justicia. Estos postulados exigen la inmortalidad del alma. De otra suerte Dios no sería ni bueno, ni omnipotente, ni sabio, ni justo. Imaginar esto, es pura blasfemia. Y lo que la inteligencia humana toca como infaliblemente reclamado por su propio ser, y esto avalado por el consentimiento de todos los tiempos y de todos los pueblos con una convicción irrefutable, maravillosamente responde a la realidad. Jesucristo, en su Encarnación, vino para que los hombres se hicieran dignos de la felicidad inmortal del alma. Recordemos estos textos evangélicos: «No temáis a los que matan el cuerpo, pero el alma no la pueden matar> (Mt. X, 28). «Si quieres entrar en la vida, guarda los Mandamientos» (Mt. XIX, 17). «¿Qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?» (Mt. XVI, 26). «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc, XXIII, 43).

9 ¿ Cómo somos los hombres y cómo es Dios?

Los hombres no somos buenos, como enseñan Rousseau y el liberalismo. Los hombres no somos malos, como afirman Lutero y todos los pesimistas. El hombre es libre, víctima de consecuencias del pecado original que le hacen ignorante, apasionado, concupiscente, pero que con la razón recta y, sobre todo, con la gracia, es superior a cualquier tentación. Ni esencialmente bueno, ni fatalmente malo. Sino dotado de una libertad perfectible y guiada para liberarnos meritoriamente de nuestras luchas y así cumplir perfectamente nuestros deberes con Dios, el prójimo y nosotros mismos. Y Dios, ¿cómo es? Dios es infinitamente Amor. Lo más cierto y claro que podemos decir de Dios es esto: ¡Qué bueno es Dios! Dios me ama. Cuando nos convencemos de esto, dichosamente nos enamoramos de Dios. Y ya en esta vida participamos de migajas de verdadera felicidad. Y el que ama a Dios le adora, le da gracias, le pide, se arrepiente de sus pecados. La desgracia del hombre es enamorarse de sus vicios, de sus miserias, de las cosas, de la materia. Entonces nos convertimos en unos desdichados que vamos vagabundeando por el laberinto de la sinrazón. No basta saber que existe Dios. Hay que enterarse de que Dios nos ama a cada uno personalmente con amor infinito. Y, oportunamente, tenemos la clave de todos los problemas. Porque amar a Dios alegra y pacifica nuestro interior. Así como el ateísmo y el indiferentismo sólo producen oscuridades, mala conciencia y amarguras.

10 En definitiva, ¿cuál es el fin de la vida humana?

Al hombre, además de haberle dado la vida natural, Dios le ha elevado a la vida sobrenatural. Esta maravilla se realiza en el sacramento del Bautismo. Aquí podemos recordar lo que nos dice el evangelista San Juan: «Mirad qué amor más entrañable nos ha manifestado el Padre, pues ha querido que nos llamáramos hijos de Dios y lo somos en efecto» (1 Jn., III, 1). Por eso el cristiano, al mismo tiempo que desarrolla los bienes naturales -la cultura, la técnica, el trabajo, las artes, el deporte, la investigación-, pone su acento en la evolución y plenitud de la vida sobrenatural. Esta no es un freno para el progreso humano, en su sentido verdadero, sino la que le da una trascendencia por encima de toda cortedad temporal y transitorio quehacer. Con la gracia santificante -participación de la vida divina- nos convertimos en hijos de Dios. Y el mundo es el taller en donde se lucha y se alcanza esta talla divina de nuestra existencia.

Hacer Reverencia a Dios

27 miércoles Feb 2013

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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San Ignacio nos dice que el hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor. La reverencia a Dios san ignacionuestro Señor, exterior e interior, nace de la contemplación de la grandeza de Dios, de sus atributos divinos: sabiduría infinita, omnipotente, misericordioso, Verdad y Amor eterno… La presencia del Vicario de Cristo nos impulsa a venerarle. Deberíamos sentirnos abrumados y anonadados ante Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Andar cada instante en la presencia de Dios, sin atrevernos a mirarle, sin alzar la voz, en silencio amoroso ¡Qué grandeza, qué poder, qué hermosura, qué realeza la de nuestro Dios!¡Qué poco nos impresiona hoy la grandeza de Dios!

Cuanta deficiencia vemos en el culto exterior a Dios. San Juan de Ávila viendo a un sacerdote que celebraba la Santa Misa sin recogimiento le dijo: “Trátelo bien que es hijo de buena Madre”. Un amigo sacerdote, me dijo que Madre Teresa de Calcuta asistió a la inauguración de una de sus casas de misericordia. Al salir el sacerdote de la sacristía para celebrar la Santa Misa sin la casulla, salió inmediatamente de la capilla. Sus hijas le preguntaron si  se encontraba indispuesta. La respuesta de la beata fue: No. Es que un sacerdote que se atreve a celebrar la Misa sin los ornamentos sagrados prescritos por la Iglesia no puede predicar nada que me interese.

La beata Jacinta de Fátima decía: “Madrina ¡Pida mucho por los sacerdotes! ¡Pida mucho por los religiosos! Los sacerdotes sólo deberían preocuparse por las cosas de la Iglesia. Los sacerdotes deben ser puros, muy puros. La desobediencia de los Sacerdotes y de los Religiosos a sus superiores y al Santo Padre ofende mucho a nuestro Señor”. La Misericordia Divina, nuestro Señor Jesucristo se quejó amargamente ante Santa María Faustina Kowalska de la falta de reverencia y del comportamiento mundano y frívolo de sacerdotes, religiosos y religiosas. Recemos con fervor.

Nuestro santo doctor, san Juan de Ávila, nos dice: “Vete siempre en la presencia de Dios, trabajando de andar siempre compuesto con reverencia delante de tan gran Señor, gozándote de que su Majestad sea en si mismo tan lleno de gloria como es… Si bien miras, gran parte de nuestras obras van mezcladas de mil imperfecciones, y viéndolas su Majestad, delante de cuyo acatamiento tiemblan los serafines, tan tibias, tan sin reverencia y con tanta mezcla de imperfecciones, está muy claro que las acepta Dios por el amor de su unigénito Hijo”.

La Santa Misa es el acto más sublime y más santo que se celebra todos los días en la Tierra. Nada hay más sublime en el mundo de nuestro Señor Jesucristo, y nada más sublime en Jesucristo que el Santo Sacrificio de la Cruz en el Calvario, actualizado en cada Santa Misa que se celebra en la Tierra. La Santa Misa es la renovación del Sacrificio de la Cruz, es el mismo Sacrificio de la Cruz incruento. Santa Misa, Cena del Señor y Sacrificio de la Cruz son un mismo Sacrificio. “Con la Santa Misa se tributa a Dios más honor y reverencia que pueden tributarle todos los ángeles y santos del Cielo. Puesto que el de éstos, es un honor de criaturas, mas en la Santa Misa se le ofrece su mismo Hijo Jesucristo, que le tributa un Honor Infinito”(San Alfonso Mª de Ligorio).

Durante la celebración de la Santa Misa, en la consagración, te arrodillas en medio de una multitud de ángeles, arcángeles y querubines, que están presentes en torno del altar. Santa Teresa de Jesús suplicaba un día al Señor que le indicara como podría reparar sus ofensas yEl calvario y la Misa pagarle los dones que le había concedido. Jesús le contestó: “Oyendo una Misa”. El santo cura de Ars, san Juan María Vianney decía: “Todas las buenas obras del mundo reunidas, no equivalen al Santo Sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, mientras que la Misa es obra de Dios. En la Misa, es el mismo Jesucristo Dios  y Hombre Verdadero el que se ofrece al Padre para remisión de los pecados de todos los hombres y al mismo tiempo le rinde un Honor infinito”.

Ningún día sin participar devota y fervorosa en la Santa Misa. Para adorar a Dios Padre y darle el honor que se merece; para darle gracias por tantos favores naturales y sobrenaturales que nos ha concedido en nuestra vida; para aplacar su justa ira y por tantos pecados cometidos por los hombres y las mujeres; para implorar su misericordia divina para todos los habitantes del mundo; para llenar el Cielo de almas y hacer más gloriosa la pasión de Cristo.

 

P.Manuel Martínez Cano mCR

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