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Vida de san José XII: Jesús es hijo de José

17 martes Sep 2013

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ángel del señor, encarnación del hijo de Dios, hijo de josé, jesús, misterio, Nazaret, oficio, paternida de san josé, Sagrada Familia, San José, Virgen Maria

Jesús es considerado hijo de José: «Jesús, al empezar, tenía unos treinta años, y era, según se creía, hijo de José» (Le. 3,23). De hecho San José ejerció el oficio de padre dentro de la Sagrada Familia, pues es el que impuso el nombre de su hijo: «Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1,21), e hizo lo que le mandó el ángel del Señor: Mt. 2, 13-14.19-21). En todo momento Jesús obedece a San José como a Padre:

«Bajó con ellos y vino Nazaret y les estaba sujeto» (Le. 2.51). Y ¿cómo fue la paternidad de San José?: «La paternidad de San José  dice referencia al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. cuya grandeza  exige gran exactitud en la exposición de su contenido dogmático y en la pureza de nuestra fe.

La fórmula sencilla de este sublime dogma es que Cristo fue concebido  en el seno de la Virgen María por Virtud del Espíritu Santo. Sólo  María y el Espíritu Santo o María y la Santísima Trinidad, cuya acción se apropia el Espíritu Santo, intervienen en la realización de este misterio…» Aunque la Sagrada Escritura llame después a San José padre de Jesús en  general, es evidente que no lo entiende en la aceptación corriente y común,  pues en el relato de la concepción de Cristo no se menciona la intervención del Santo para nada. Es sólo la Virgen y el Espíritu Santo, supliendo las  veces de varón con su virtud divina y sobrenatural, quienes realizan el  misterio. Por eso la paternidad física y natural de San José queda totalmente excluida…

Vida de San José XI: Paternidad de san José respecto de Jesús

03 martes Sep 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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jesús, San José

Si María y José se unieron bajo un mismo techo por vocación de Dios, esa unión no tuvo otro fin que preparar el hogar a Jesús, al Salvador del mundo, cumpliéndose así el fin principal de todo matrimonio. En consecuencia: María y José son verdaderos esposos, porque así lo testifica el evangelista al llamar a José el esposo justo de María (Mt. 1,19), y lo confirmó un ángel al disipar las dudas del atormentado esposo: «No temas recibir en tu casa a María, tu mujer». (Mt. 1,20), y también lo publicó la misma Virgen al hablar a Jesús entre los doctores: «Tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote…» (Le. 2,48)… Ninguna razón tenía para llamar a José padre de Jesús, sino ser su legitimo esposo…

 

Paternidad de San José respecto de Jesús

La Sagrada Escritura afirma expresamente la paternidad de San José, pues en varias ocasiones llama a San José padre de Jesús como a María Madre, Así en el Evangelio de San Lucas leemos referente a la presentación de Jesús en el templo; «Y al entrar los padres con el niño Jesús…» (2.27). Siguiendo a la profecía de Simeón, añade: «Su padre y su madre estaban maravillados de las cosas que se decían de Él (2,33). Más adelante dice: «Sus padres iban cada año a Jerusalén a la fiesta de la Pascua. Y cuando era ya de doce años, al subir sus padres, etc. (2, 41-43). Además hallamos el testimonio de la Virgen, antes citado, cuando dijo al niño: «Mira que tu padre y yo, apenados, te buscábamos» (2,48)…

Página para Meditar: vuestras manos

30 martes Jul 2013

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jesús, manos, maría, tesoro

P.albacena

La festividad de la Purificación y de la Presentación de Jesús en el templo, nos encuadra la meditación de todo este mes. Las manos de María llevan a Jesús. Me extasío contemplando las manos de María. Llevan al único tesoro que existe de verdad: Jesús. Luego, miro mis manos, vuestras manos. ¿Cómo han de estar nuestras manos? ¿Qué llevan nuestras manos? Se dice peyorativamente: está mano sobre mano está con las manos juntas sin hacer nada. Yo no me refiero a este sentido, y os quiero a todos mucho tiempo con las manos juntas ante el Sagrario, en oración. Dios sin mover sus manos divinas, crea y conserva toda la creación. Vuestras manos juntas, en oración, conservan y salvan el mundo, y crean el mundo sublime de la vida de la gracia en unión con Dios. También vuestras manos en cruz, vuestras manos crucificadas, clavadas en la cruz de vuestro deber, de vuestro trabajo, de vuestro sacrificio, de la pureza. Manos como las de Cristo, abiertas en caridad, sujetas por la pureza, el amor, el deber.

¡Ah, sí, también con la espada! La espada erecta y noble del servicio a la verdad. De una verdad combatida por las fuerzas del mal, desde el primer momento de la vida del hombre sobre la tierra. Por eso es milicia su vida sobre la tierra, y su sueño ha de ser una vela junto a las espadas. Los enemigos visibles e invisibles que rodean nuestros ocios y nuestros pasos. Ahí están las herejías, la soberbia humanista, el erotismo que esclaviza. Los de siempre, los humos del mundo, del demonio y de la carne. Manos que tengan bien asidos los puños de las espadas. Manos que empuñen para el combate diario el Rosario invencible de María, la que aplasta la cabeza de las herejías, la que vence al diablo con su humildad de esclava de Dios, la Inmaculada y siempre pura, por encima de todas las pestilencias de la carne.

Manos que se agitan mientras levantan ramos de palmas. Son las palmas del martirio batidas por manos de hombres y mujeres que han derramado su sangre por la fe. No, el enemigo no ha vencido. Ellos han vencido con las palmas en sus manos. Y junto a ellas, las manos con las velas encendidas, en oblación a Dios, en fe y en amor.

Así os quiero, así sueño vuestras manos. Puras en el deber, en la cruz, con el rosario, con la espada, con la palma del martirio, con la luz de Cristo. Ojalá sea así toda nuestra Asociación. Jóvenes llamados a lo grande y santo. Y en medio de ellos las manos ungidas de sacerdotes, las manos traspasadas por la mística unción de la consagración religiosa, la virginidad, el amor indiviso.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 47, febrero de 1981

Vida de San José II: Patria, Parientes y Profesión

26 miércoles Jun 2013

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agrada Escritura, Arquelao, Belén, Cleofás, destierro de la Sagrada Familia, esponsales, evangelios, Galilea, hegesipo, hermanos de Jesús, Herodes, Jerusalén, jesús, José, Judas, Judea, maría, Mateo, mártir, Nazaret, obrero en hierro, obrero en metal, patria de san josé, San Hilario, San Isidoro, San Justino, San Mateo, San Veda, Santiago el Menor, santo Tomás de Aquino, siglo I, Simón, tierra de israel

La patria de San José

Se ha discutido si nació en Belén o en Nazaret. Los Evangelios no particularizan. Los que son del parecer que nació en Belén, se apoyan en estas razones:

1. Que San José al terminar el destierro de la Sagrada Familia en Egipto, su propósito era volver a Belén, según el relato de Mateo: «Y levantándose tomó al niño y a su madre y partió para la tierra de Israel. Mas, habiendo oido que en Judea reinaba Arquelao, en lugar de Herodes, su padre, temió ir allá y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, yendo a habitar en una ciudad llamada Nazaret…» (Mt. 2. 21-23).

2. El testimonio de San Justino, mártir del siglo I, quien nos dice que José subió de Nazaret a Belén «donde era oriundo».

3. El tenerse que empadronar en Belén pudiera ser otra nueva prueba, porque podía él haber nacido allí.

Los que están a favor de que José nació en Nazaret dicen:

1. Que los relatos de los Evangelios favorecen esta opinión, pues allí vivía cuando tuvieron lugar los esponsales (aunque esto solo también nos podría decir que allí vivía la Virgen cuando se conocieron), y que en Nazaret pasaría sin duda su infancia y juventud.

2. En Nazaret también vivía un hermano de Jesús.

3. Porque no se explica que si era oriundo de Belén, no hallase ningún pariente o amigo que les abriesen las puertas cuando fueron a empadronarse y tuvieran que refugiarse en un establo.

No ha faltado otra opinión, la de los que dijeron que había nacido en Jerusalén; pero ésta ha sido desechada por no tener otro fundamento que una afirmación de los Evangelios apócrifos.

Sus parientes

En los Evangelios hallamos expresiones como éstas:

Jesús «viniendo a su patria, les enseñaba en la sinagoga de manera que, atónitos, se decían: ¿De dónde le viene a éste tal sabiduría y tales poderes? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Su madre no se llama María, y sus hermanos Santiago y José, Simón y Judas? Sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?» (Mt. 13,54-56).

Hemos de decir que la expresión «hermanos y hermanas» de Jesús, de que tanto se han valido los protestantes para negar la virginidad de María, no tiene otro significado que el de ser sólo primos o próximos parientes de Jesús, pero no eran propiamente sus hermanos, ni hijos, por tanto, de San José.

Hegesipo, historiador de la Iglesia del siglo II, nos dice que San José tenía un hermano llamado Cleofás.

Este era, pues, tío de Jesús, el cual estaba casado con María, una de las mujeres que estaban presentes a la muerte de Jesús y junto a la cruz. y es la que San Juan llama «la de Cleofás» (19,25). Los hijos de este matrimonio fueron Santiago el Menor y José (Me. 15,40), y por lo que dice Hegesipo también lo eran Simón y Judas y varias hijas (Mt. 13,55-56).

En consecuencia: los llamados «hermanos de Jesús» no son hijos de San José ni de la Virgen María, sino de Cleofás y la otra María, pariente también de la Virgen (Véase mi libro: LA VIRGEN MARÍA EN LA BIBLIA Y LA TRADICIÓN, donde tengo aclarada esta cuestión de los «hermanos de Jesús»…).

Profesión de San José

Según la Sagrada Escritura, San José (ateniéndose al significado de la palabra griega té/don, en latín faber) fue carpintero, ebanista, escultor, herrero, obrero de construcción o artesano en general; más según reza la tradición apoyada a su vez en el Evangelio se le suele designar con el oficio de carpintero, y los Padres de la Iglesia son de este parecer.

San Justino, mártir del siglo II, escribió: «Jesús pasaba por ser hijo del carpintero José y era él mismo carpintero, pues mientras permaneció entre los hombres, fabricó piezas de carpintería como arados y yugos».

Los Evangelios apócrifos lo llamaron faber lignarius, o sea, obrero de la madera…; sin embargo, no han faltado algunos que como San Hilario y San Veda el Venerable dijeran que había tenido el oficio de herrero, y San Isidoro dijo que era «obrero en hierro y en metal»; más santo Tomás de Aquino escribió: «José no fue herrero, sino carpintero», y a partir del siglo XIII la opinión general es que este fue su oficio.

No obstante lo dicho, si nos atenemos a las palabras de San Justino de que «fabricó piezas de carpintería como arados y yugos», como los arados suelen llevar su reja de hierro, bien pudiéramos decir que San José era el artesano del pueblo, que no sólo confeccionaba las piezas de madera que entraban en la construcción de las casas, sino también arados, ruedas de carros, etc., pudiendo sin duda trabajar a la vez la madera y el hierro, si bien con preferencia lo propio de la carpintería.

Lo que si se desprende de los Evangelios es que San José fue un humilde trabajador y en su rudimentario taller de carpintería pudo emplearse en todos los menesteres que este oficio lleva consigo. Por eso decían los judíos, según refiere San Mateo (13,55): «¿No es éste el hijo del carpintero?». También Jesús ejerció este oficio en compañía de José, como testifican sus paisanos de Nazaret: «¿No es acaso el carpintero hijo de María…?» (Me. 6,3).

San José vivía como un artesano pobre y honrado que ganaba lo necesario para sustentar a su esposa María y al niño Jesús. El Evangelio nos refleja su estado de pobreza y honradez. De pobreza, porque, al hablarnos de la purificación de María y la presentación de Jesús en el templo, ofrecieron al sacerdote en lugar de un cordero primal, dos palominos que eran la ofrenda de las familias pobres y humildes. De honradez, porque él era como veremos, el «varón justo» que vivía conforme a la ley de Dios.

 

Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen XXII

04 martes Jun 2013

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agonía de Jesucristo, Ascensión, Calvario, compañía de jesús, consagración, coronación de espinas, crucifixión, culto de hiperdulía, el nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, el Niño perdido y hallado en el templo, flagelacón, jesús, la anunciación, la Purificación, la visitación, maría, misterios gozosos, Pablo Barry, prácticas, venida del Espíritu Santo

Parte Segunda

DE LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN

De la perfecta consagración a Jesús por María

115. Hay muchas prácticas interiores de la verdadera devoción a la Santísima Virgen; he aquí en resumen las principales:
1.ª Honrarla como digna Madre de Dios con culto de hiperdulía, es decir, estimarla y venerarla más que a todos los demás Santos, como la obra más perfecta de la gracia y la primera después de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre; 2.ª, meditar sus virtudes, sus privilegios y sus acciones; 3.ª, contemplar sus grandezas; 4.ª, rendirla actos de amor, de alabanza y de reconocimiento; 5.ª, invocarla de corazón; 6.ª, ofrecerse y unirse a Ella; 7.ª, obrar en todo con la mira de agradarla; 8.ª, comenzar, continuar y concluir todas las obras por Ella, en Ella, con Ella y para Ella, a fin de hacerlas por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo, que es nuestro último fin. Más adelante explicaremos esta práctica.

116. La verdadera devoción a la Santísima Virgen tiene también muchas prácticas exteriores, de las cuales las principales son las siguientes:
1.ª Alistarse en sus Cofradías y Congregaciones; 2.ª, entrar en las Ordenes religiosas instituidas bajo su nombre; 3.ª, publicar sus alabanzas; 4.ª, hacer en honra suya limosnas, ayunos y mortificaciones espirituales o corporales; 5.ª, llevar consigo su librea, a saber: el santo rosario, o la corona, el escapulario o la cadenilla; 6.ª, rezar con atención, devota y modestamente el santo rosario, compuesto de quince decenas de Avemarías en honor de los quince principales Misterios de Jesucristo, o la corona de cinco decenas o tercera parte del rosario, en honor de los cinco Misterios gozosos, que son: la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, la Purificación y el Niño perdido y hallado en el templo; o los cinco Misterios dolorosos: la agonía de Jesucristo en el huerto de los Olivos, su flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario con la cruz a cuestas, y la crucifixión; o los cinco Misterios gloriosos, a saber: la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, su Ascensión, el Descendimiento o venida del Espíritu Santo, la Asunción de la Santísima Virgen al cielo en cuerpo y alma, y su Coronación por las tres Personas de la Santísima Trinidad. Se puede también decir una corona de seis o siete decenas, en honra de los años que se cree que la Santísima Virgen vivió sobre la tierra; o la pequeña corona de la Santísima Virgen compuesta de tres Padrenuestros y doce Avemarías en honor de la corona de las doce estrellas o los doce privilegios de la Virgen; o el Oficio de la Santísima Virgen, tan universalmente recibido y rezado en la Iglesia; o el pequeño salterio que San Buenaventura compuso en su honra, y en el cual es tan tierno y tan devoto, que no se puede rezar sin sentirse el alma enternecida; o catorce Padrenuestros y catorce Avemarías en honor de sus catorce gozos; o algunas otras oraciones, himnos y cánticos de la Iglesia, como la Salve Regina, el Alma, el Ave Maris Stella, el Magnificat o algunas otras prácticas de devoción, de que están llenos los libros piadosos; 7.ª, cantar y hacer cantar en su honor cánticos espirituales; 8.ª, hacerle cierto número de genuflexiones o reverencias, diciéndole, por ejemplo, todas las mañanas sesenta o cien veces Ave, Maria, Virgo fidelis (Dios te salve, María, Virgen fiel), para alcanzar por su mediación la fidelidad a las gracias de Dios durante el día; y por la tarde, Ave, Maria, Mater misericordiae (Dios te salve, María, Madre de misericordia), para pedir perdón a Dios por medio de Ella, de los pecados cometidos durante el día; 9.ª, ser solícito en asistir a sus Congregaciones, adornar sus altares, coronar y embellecer sus estatuas; 10.ª, conducir o hacer conducir sus imágenes en procesión, o llevar una sobre sí mismo, como arma poderosa contra el demonio; 11.ª, hacer imágenes suyas, o dedicarlas a su nombre, y colocarlas o en las iglesias, o en los aposentos, o sobre las puertas y entradas de los pueblos, de las iglesias y de las casas; 12.ª, consagrarse a Ella de una manera especial y solemne.

117. Hay gran número de otras prácticas de verdadera devoción a la Santísima Virgen, que el Espíritu Santo ha inspirado a las almas santas y que son muy edificantes, las cuales se podrán leer más detalladamente en el Paraíso abierto a Filagia, compuesto por el Rdo. P. Pablo Barry, de la Compañía de Jesús, que ha recogido en esa obra gran número de devociones que los Santos han practicado en honor de la Santísima Virgen, las cuales sirven admirablemente para la santificación de las almas siempre que se hagan como es menester, es decir: 1.º, con buena y recta intención de agradar sólo a Dios, de unirse a Jesucristo, como último fin, y de edificar al prójimo; 2.º, con atención y sin distracción voluntaria; 3.º, con piedad, sin ligereza y sin negligencia; 4.º, con modestia y compostura corporal, respetuosa y edificante.

118. En fin, protesto altamente que después de haber leído casi todos los libros que tratan de la devoción a la Madre de Dios, y de haber conversado familiarmente con las más sabias y santas personas de estos últimos tiempos, no he conocido ni sabido práctica alguna hacia la Santísima Virgen semejante a la que voy a exponer, que exija de un alma más sacrificios para con Dios, que la vacíe más de sí misma y de su amor propio, que la conserve más fielmente en la gracia, y la gracia en ella, que la una más perfecta y fácilmente a Jesucristo, y finalmente, que sea más gloriosa a Dios, más apta para la santificación propia y más útil para el prójimo.

119. Como lo esencial de esta devoción consiste en el interior, no será igualmente comprendida por todos; algunos se quedarán en lo que tiene de exterior, sin pasar más adelante, y éstos serán el mayor número; otros, que serán pocos, entrarán en lo más recóndito, pero no subirán más de un grado. ¿Quiénes subirán hasta el segundo? ¿Quién alcanzará el tercero? En fin, ¿quién será el que permanezca en él habitualmente? Solamente aquél a quien el Espíritu Santo revele este secreto, el alma a quien el mismo Espíritu conduzca a ese estado, para progresar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta llegar a la transformación de sí mismo en Jesucristo y a la plenitud de su perfección sobre la tierra y de su gloria en el cielo.

 

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