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Vida de San José II: Patria, Parientes y Profesión

26 miércoles Jun 2013

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La patria de San José

Se ha discutido si nació en Belén o en Nazaret. Los Evangelios no particularizan. Los que son del parecer que nació en Belén, se apoyan en estas razones:

1. Que San José al terminar el destierro de la Sagrada Familia en Egipto, su propósito era volver a Belén, según el relato de Mateo: «Y levantándose tomó al niño y a su madre y partió para la tierra de Israel. Mas, habiendo oido que en Judea reinaba Arquelao, en lugar de Herodes, su padre, temió ir allá y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, yendo a habitar en una ciudad llamada Nazaret…» (Mt. 2. 21-23).

2. El testimonio de San Justino, mártir del siglo I, quien nos dice que José subió de Nazaret a Belén «donde era oriundo».

3. El tenerse que empadronar en Belén pudiera ser otra nueva prueba, porque podía él haber nacido allí.

Los que están a favor de que José nació en Nazaret dicen:

1. Que los relatos de los Evangelios favorecen esta opinión, pues allí vivía cuando tuvieron lugar los esponsales (aunque esto solo también nos podría decir que allí vivía la Virgen cuando se conocieron), y que en Nazaret pasaría sin duda su infancia y juventud.

2. En Nazaret también vivía un hermano de Jesús.

3. Porque no se explica que si era oriundo de Belén, no hallase ningún pariente o amigo que les abriesen las puertas cuando fueron a empadronarse y tuvieran que refugiarse en un establo.

No ha faltado otra opinión, la de los que dijeron que había nacido en Jerusalén; pero ésta ha sido desechada por no tener otro fundamento que una afirmación de los Evangelios apócrifos.

Sus parientes

En los Evangelios hallamos expresiones como éstas:

Jesús «viniendo a su patria, les enseñaba en la sinagoga de manera que, atónitos, se decían: ¿De dónde le viene a éste tal sabiduría y tales poderes? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Su madre no se llama María, y sus hermanos Santiago y José, Simón y Judas? Sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?» (Mt. 13,54-56).

Hemos de decir que la expresión «hermanos y hermanas» de Jesús, de que tanto se han valido los protestantes para negar la virginidad de María, no tiene otro significado que el de ser sólo primos o próximos parientes de Jesús, pero no eran propiamente sus hermanos, ni hijos, por tanto, de San José.

Hegesipo, historiador de la Iglesia del siglo II, nos dice que San José tenía un hermano llamado Cleofás.

Este era, pues, tío de Jesús, el cual estaba casado con María, una de las mujeres que estaban presentes a la muerte de Jesús y junto a la cruz. y es la que San Juan llama «la de Cleofás» (19,25). Los hijos de este matrimonio fueron Santiago el Menor y José (Me. 15,40), y por lo que dice Hegesipo también lo eran Simón y Judas y varias hijas (Mt. 13,55-56).

En consecuencia: los llamados «hermanos de Jesús» no son hijos de San José ni de la Virgen María, sino de Cleofás y la otra María, pariente también de la Virgen (Véase mi libro: LA VIRGEN MARÍA EN LA BIBLIA Y LA TRADICIÓN, donde tengo aclarada esta cuestión de los «hermanos de Jesús»…).

Profesión de San José

Según la Sagrada Escritura, San José (ateniéndose al significado de la palabra griega té/don, en latín faber) fue carpintero, ebanista, escultor, herrero, obrero de construcción o artesano en general; más según reza la tradición apoyada a su vez en el Evangelio se le suele designar con el oficio de carpintero, y los Padres de la Iglesia son de este parecer.

San Justino, mártir del siglo II, escribió: «Jesús pasaba por ser hijo del carpintero José y era él mismo carpintero, pues mientras permaneció entre los hombres, fabricó piezas de carpintería como arados y yugos».

Los Evangelios apócrifos lo llamaron faber lignarius, o sea, obrero de la madera…; sin embargo, no han faltado algunos que como San Hilario y San Veda el Venerable dijeran que había tenido el oficio de herrero, y San Isidoro dijo que era «obrero en hierro y en metal»; más santo Tomás de Aquino escribió: «José no fue herrero, sino carpintero», y a partir del siglo XIII la opinión general es que este fue su oficio.

No obstante lo dicho, si nos atenemos a las palabras de San Justino de que «fabricó piezas de carpintería como arados y yugos», como los arados suelen llevar su reja de hierro, bien pudiéramos decir que San José era el artesano del pueblo, que no sólo confeccionaba las piezas de madera que entraban en la construcción de las casas, sino también arados, ruedas de carros, etc., pudiendo sin duda trabajar a la vez la madera y el hierro, si bien con preferencia lo propio de la carpintería.

Lo que si se desprende de los Evangelios es que San José fue un humilde trabajador y en su rudimentario taller de carpintería pudo emplearse en todos los menesteres que este oficio lleva consigo. Por eso decían los judíos, según refiere San Mateo (13,55): «¿No es éste el hijo del carpintero?». También Jesús ejerció este oficio en compañía de José, como testifican sus paisanos de Nazaret: «¿No es acaso el carpintero hijo de María…?» (Me. 6,3).

San José vivía como un artesano pobre y honrado que ganaba lo necesario para sustentar a su esposa María y al niño Jesús. El Evangelio nos refleja su estado de pobreza y honradez. De pobreza, porque, al hablarnos de la purificación de María y la presentación de Jesús en el templo, ofrecieron al sacerdote en lugar de un cordero primal, dos palominos que eran la ofrenda de las familias pobres y humildes. De honradez, porque él era como veremos, el «varón justo» que vivía conforme a la ley de Dios.

 

Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen XXIII

12 miércoles Jun 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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Parte Segunda

DE LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN

En qué consiste la perfecta consagración a Jesús por María

120. Toda vez que nuestra perfección consiste en estar conformes, unidos y consagrados a Jesucristo, la más sagrados corazonesperfecta de todas las devociones es sin duda alguna la que nos conforma, une y consagra más perfectamente a este acabado modelo de toda santidad; y pues que María es entre todas las criaturas la más conforme a Jesucristo, es consiguiente que entre todas las devociones, la que consagra y conforma más un alma a Nuestro Señor, es la devoción a la Santísima Virgen, Su Santa Madre, y cuanto más se consagre un alma a María, más se unirá con Jesucristo, y, he aquí por qué la perfecta consagración a Jesucristo no es otra cosa que una perfecta y entera consagración de sí mismo a la Santísima Virgen, y ésta es la devoción que yo enseño; o con otras palabras, una perfecta renovación de los votos y promesas del santo Bautismo.

121. Consiste, pues, esta devoción en entregarse enteramente a la Santísima Virgen para ser todo de Jesucristo por medio de María. Es menester entregarle: 1.º, nuestro cuerpo con todos sus sentidos y sus miembros; 2.º, nuestra alma con todas sus potencias; 3.º, nuestros bienes exteriores, o sea nuestra fortuna presente y futura; 4.º, nuestros bienes interiores y espirituales, o sea nuestros méritos, nuestras virtudes y nuestras buenas obras pasadas, presentes y futuras; en una palabra: todo lo que tenemos en el orden de la naturaleza y en el orden de la gracia, y todo lo que lleguemos a tener en lo porvenir en el orden de la naturaleza, de la gracia y de la gloria, y esto sin reserva ninguna, ni de un céntimo, ni de un cabello, ni de la menor buena obra, y además por toda la eternidad, y sin pretender ni esperar ninguna otra recompensa de nuestra ofrenda y de nuestros servicios, que la honra de pertenecer a Jesucristo por María y en María, aun cuando esta amable Senora no fuere, como lo es siempre, la más liberal y reconocida de las criaturas.

122. Es preciso notar aquí que en todas las buenas obras que hacemos, hay dos cosas, a saber: la satisfacción y el mérito, o sea el valor satisfactorio o impetratorio, y el valor meritorio. El valor satisfactorio o impetratorio de una buena obra, es una buena acción en tanto en cuanto satisface la pena debida al pecado, o que obtiene alguna nueva gracia; el valor meritorio, o el mérito, es una buena acción en cuanto merece la gracia y la gloria eterna.
Así es que en esta consagración de nosotros mismos a la Santísima Virgen le damos todo el valor satisfactorio, impetratorio y meritorio, o sea las satisfacciones y los méritos de todas nuestras buenas obras; le damos nuestros méritos, nuestras gracias y nuestras virtudes, no para comunicarlas a otros (porque nuestros méritos, gracias y virtudes son, propiamente hablando, incomunicables, y no ha habido más que Jesucristo, que, haciéndose nuestro fiador para con su Padre, nos haya podido comunicar sus méritos), sino para que nos las conserve, aumente y embellezca, como diremos más adelante; le damos nuestras satisfacciones para que las comunique a quien más sea de su agrado, y para la mayor gloria de Dios.

123. De todo esto se deduce, que: 1.º, por esta devoción se da uno a Jesucristo de la manera más perfecta, por lo mismo que se da por manos de María, y entrega el alma a María, y todo lo que se le puede dar, y mucho más que por las demás devociones, por las que se da, o una parte del tiempo, o una parte de sus buenas obras, o una parte de sus satisfacciones y mortificaciones. Por esta devoción todo se da y se consagra, hasta el derecho de disponer de los bienes interiores y de las satisfacciones que se ganan por sus buenas obras diariamente, lo que no se hace en ninguna Orden religiosa. En las Ordenes religiosas se dan a Dios los bienes de fortuna por el voto de pobreza, los bienes del cuerpo por el voto de castidad, la propia voluntad por el voto de obediencia, y algunas veces la libertad del cuerpo por el voto de clausura; más no se le da la libertad o el derecho que se tiene de disponer del valor de las buenas obras, y no se despoja, en cuanto es posible, de lo que el cristiano tiene de más precioso y caro, que son sus méritos y satisfacciones.

124. 2.º Una persona que así se consagra y sacrifica voluntariamente a Jesucristo por María, no puede ya disponer del valor de ninguna de sus buenas acciones, todo lo que sufre, todo lo que piensa, dice y hace de bueno, pertenece a María, a fin de que de ello disponga María según la voluntad de su Hijo y a su mayor gloria, sin que esta dependencia perjudique, sin embargo, de ninguna manera a las obligaciones del estado en que setotus tuus esté actualmente, o en el que se pueda estar en adelante, v. gr., a las obligaciones de un sacerdote que por su oficio o de otra manera debe aplicar el valor satisfactorio e impetratorio de la Santa Misa a un particular, porque no se hace esta ofrenda sino según el orden de Dios y los deberes del propio estado.

125. 3.º Todo justo se consagrará a la Santísima Virgen y a Jesucristo: a la Santísima Virgen, como el medio más perfecto que Jesucristo ha escogido para unirse a nosotros y unirnos con El, y a Nuestro Señor, como a nuestro último fin, al que debemos todo lo que somos, como a nuestro Redentor y nuestro Dios.

 

Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen XXII

04 martes Jun 2013

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Parte Segunda

DE LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN

De la perfecta consagración a Jesús por María

115. Hay muchas prácticas interiores de la verdadera devoción a la Santísima Virgen; he aquí en resumen las principales:
1.ª Honrarla como digna Madre de Dios con culto de hiperdulía, es decir, estimarla y venerarla más que a todos los demás Santos, como la obra más perfecta de la gracia y la primera después de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre; 2.ª, meditar sus virtudes, sus privilegios y sus acciones; 3.ª, contemplar sus grandezas; 4.ª, rendirla actos de amor, de alabanza y de reconocimiento; 5.ª, invocarla de corazón; 6.ª, ofrecerse y unirse a Ella; 7.ª, obrar en todo con la mira de agradarla; 8.ª, comenzar, continuar y concluir todas las obras por Ella, en Ella, con Ella y para Ella, a fin de hacerlas por Jesucristo, en Jesucristo, con Jesucristo y para Jesucristo, que es nuestro último fin. Más adelante explicaremos esta práctica.

116. La verdadera devoción a la Santísima Virgen tiene también muchas prácticas exteriores, de las cuales las principales son las siguientes:
1.ª Alistarse en sus Cofradías y Congregaciones; 2.ª, entrar en las Ordenes religiosas instituidas bajo su nombre; 3.ª, publicar sus alabanzas; 4.ª, hacer en honra suya limosnas, ayunos y mortificaciones espirituales o corporales; 5.ª, llevar consigo su librea, a saber: el santo rosario, o la corona, el escapulario o la cadenilla; 6.ª, rezar con atención, devota y modestamente el santo rosario, compuesto de quince decenas de Avemarías en honor de los quince principales Misterios de Jesucristo, o la corona de cinco decenas o tercera parte del rosario, en honor de los cinco Misterios gozosos, que son: la Anunciación, la Visitación, el Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, la Purificación y el Niño perdido y hallado en el templo; o los cinco Misterios dolorosos: la agonía de Jesucristo en el huerto de los Olivos, su flagelación, la coronación de espinas, la subida al Calvario con la cruz a cuestas, y la crucifixión; o los cinco Misterios gloriosos, a saber: la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, su Ascensión, el Descendimiento o venida del Espíritu Santo, la Asunción de la Santísima Virgen al cielo en cuerpo y alma, y su Coronación por las tres Personas de la Santísima Trinidad. Se puede también decir una corona de seis o siete decenas, en honra de los años que se cree que la Santísima Virgen vivió sobre la tierra; o la pequeña corona de la Santísima Virgen compuesta de tres Padrenuestros y doce Avemarías en honor de la corona de las doce estrellas o los doce privilegios de la Virgen; o el Oficio de la Santísima Virgen, tan universalmente recibido y rezado en la Iglesia; o el pequeño salterio que San Buenaventura compuso en su honra, y en el cual es tan tierno y tan devoto, que no se puede rezar sin sentirse el alma enternecida; o catorce Padrenuestros y catorce Avemarías en honor de sus catorce gozos; o algunas otras oraciones, himnos y cánticos de la Iglesia, como la Salve Regina, el Alma, el Ave Maris Stella, el Magnificat o algunas otras prácticas de devoción, de que están llenos los libros piadosos; 7.ª, cantar y hacer cantar en su honor cánticos espirituales; 8.ª, hacerle cierto número de genuflexiones o reverencias, diciéndole, por ejemplo, todas las mañanas sesenta o cien veces Ave, Maria, Virgo fidelis (Dios te salve, María, Virgen fiel), para alcanzar por su mediación la fidelidad a las gracias de Dios durante el día; y por la tarde, Ave, Maria, Mater misericordiae (Dios te salve, María, Madre de misericordia), para pedir perdón a Dios por medio de Ella, de los pecados cometidos durante el día; 9.ª, ser solícito en asistir a sus Congregaciones, adornar sus altares, coronar y embellecer sus estatuas; 10.ª, conducir o hacer conducir sus imágenes en procesión, o llevar una sobre sí mismo, como arma poderosa contra el demonio; 11.ª, hacer imágenes suyas, o dedicarlas a su nombre, y colocarlas o en las iglesias, o en los aposentos, o sobre las puertas y entradas de los pueblos, de las iglesias y de las casas; 12.ª, consagrarse a Ella de una manera especial y solemne.

117. Hay gran número de otras prácticas de verdadera devoción a la Santísima Virgen, que el Espíritu Santo ha inspirado a las almas santas y que son muy edificantes, las cuales se podrán leer más detalladamente en el Paraíso abierto a Filagia, compuesto por el Rdo. P. Pablo Barry, de la Compañía de Jesús, que ha recogido en esa obra gran número de devociones que los Santos han practicado en honor de la Santísima Virgen, las cuales sirven admirablemente para la santificación de las almas siempre que se hagan como es menester, es decir: 1.º, con buena y recta intención de agradar sólo a Dios, de unirse a Jesucristo, como último fin, y de edificar al prójimo; 2.º, con atención y sin distracción voluntaria; 3.º, con piedad, sin ligereza y sin negligencia; 4.º, con modestia y compostura corporal, respetuosa y edificante.

118. En fin, protesto altamente que después de haber leído casi todos los libros que tratan de la devoción a la Madre de Dios, y de haber conversado familiarmente con las más sabias y santas personas de estos últimos tiempos, no he conocido ni sabido práctica alguna hacia la Santísima Virgen semejante a la que voy a exponer, que exija de un alma más sacrificios para con Dios, que la vacíe más de sí misma y de su amor propio, que la conserve más fielmente en la gracia, y la gracia en ella, que la una más perfecta y fácilmente a Jesucristo, y finalmente, que sea más gloriosa a Dios, más apta para la santificación propia y más útil para el prójimo.

119. Como lo esencial de esta devoción consiste en el interior, no será igualmente comprendida por todos; algunos se quedarán en lo que tiene de exterior, sin pasar más adelante, y éstos serán el mayor número; otros, que serán pocos, entrarán en lo más recóndito, pero no subirán más de un grado. ¿Quiénes subirán hasta el segundo? ¿Quién alcanzará el tercero? En fin, ¿quién será el que permanezca en él habitualmente? Solamente aquél a quien el Espíritu Santo revele este secreto, el alma a quien el mismo Espíritu conduzca a ese estado, para progresar de virtud en virtud, de gracia en gracia, de luz en luz, hasta llegar a la transformación de sí mismo en Jesucristo y a la plenitud de su perfección sobre la tierra y de su gloria en el cielo.

 

Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen XXI

28 martes May 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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12, 15, comprenda, devoto, discípulo, jesucristo, maría, Mat.19, Mat.24, quien lea entienda, quien pueda comprender, sangre criminal, santísima virgen, soberana señora, soldados de Dios, soldados de María, verdadero

Parte Primera

DE LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
EN GENERAL

De la verdadera devoción a la Santísima Virgen

111. He dicho ya muchas cosas de la Santísima Virgen y, sin embargo, tengo más que decir, y aún omitiré infinitamente más, ya por ignorancia, ya por insuficiencia, ya por falta de tiempo, según el designio que tengo de formar un verdadero devoto de María y un verdadero discípulo de Jesucristo.

112. ¡Oh! ¡qué bien empleado estaría mi trabajo si, cayendo este breve escrito entre las manos de un alma bien nacida, nacida de Dios y de María, y no de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, le descubriese e inspirase por gracia del Espíritu Santo la excelencia y el precio de la verdadera y sólida devoción a la Santísima Virgen, que deseo ahora manifestar! Si supiese yo que mi sangre criminal podría servir para escribir en el corazón de mis lectores las verdades que escribo en honor de mi amada Madre y Soberana Señora, de quien soy el último de los hijos y esclavos, usaría de ella en lugar de tinta para trazar estos caracteres, con la esperanza que abrigo de hallar almas buenas que, por su fidelidad a la práctica que voy a enseñar, resarcirán a mi amada Madre y Señora de las pérdidas causadas por mi ingratitud y mis infidelidades.

113. Hoy más que nunca me siento animado a creer y a esperar todo lo que tengo grabado profundamente en el corazón y que hace tantos años pido a Dios, a saber: tarde o temprano la Santísima Virgen tendrá más hijos, servidores y esclavos de amor que nunca, y que por este medio Jesucristo, mi querido Dueño, reine cual nunca en los corazones.

114. Preveo que surgirán bestias enemigas que bramarán furiosas intentando destrozar con sus diabólicos dientes este escrito pequeño, o al menos sepultarlo en el silencio de un cofre a fin de que no aparezca jamás, y también atacarán y perseguirán a los que lo lean y pongan en práctica. Pero ¿qué importa? Tanto mejor. Esta perspectiva me anima y hace esperar un gran éxito, es decir, un gran escuadrón de bravos y valientes soldados de Dios y de María, de uno y otro sexo, para combatir al mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida en los tiempos, más que nunca peligrosos, que van a venir.

Quien lea entienda (Mat. 24,15). Quien pueda comprender, comprenda (Mat. 19,12).

 

Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen XX

22 miércoles May 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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De la verdadera devoción a la Santísima Virgen

105. Después de haber descubierto y condenado las falsas devociones a la Santísima Virgen, es menester establecer en pocas palabras la verdadera, que es: 1.º, interior; 2.º, tierna; 3.º, santa; 4.º, constante; 5.º, desinteresada.

106. 1.º La devoción a la Santísima Virgen debe ser interior, es decir, debe partir del espíritu y del corazón; nace dicha devoción de la estima que se hace de la Virgen, de la alta idea que uno se ha formado de sus grandezas y del amor que se la tiene.

107. 2.º Es tierna, es decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la de un niño para con su buena madre. Esta devoción es la que hace que un alma recurra a Ella en todas sus necesidades de cuerpo y espíritu con mucha sencillez, confianza y ternura; que implore la ayuda de su buena Madre en todo tiempo, en todo lugar y en todas las cosas; en sus dudas, para ser ilustrada; en sus extravíos, para ser enderezada; en sus tentaciones, para ser sostenida; en sus debilidades, para ser fortalecida; en sus caídas, para ser levantada; en sus abatimientos para ser animada; en sus escrúpulos, para ser librada de ellos; en las cruces, trabajos y contrariedades de la vida, para ser consolada. En fin, en todos los males de cuerpo y de espíritu, María es su recurso ordinario, sin temor de importunar a esta buena Madre ni de desagradar a Jesucristo.

108. 3.º La verdadera devoción a la Virgen es santa, es decir, que conduce a un alma a evitar el pecado y a imitar las virtudes de la Santísima Virgen, en particular la humildad profunda, la fe viva, la ciega obediencia, la continua oración, su universal mortificación, la pureza incomparable, la caridad ardiente, la heroica paciencia, la dulzura angelical y la divina sabiduría. Tales son las diez principales virtudes de la Santísima Virgen.

109. 4.º La verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante; afirma a un alma en el bien y la lleva a no abandonar fácilmente las prácticas de devoción; la hace animosa para oponerse al mundo, y a sus costumbres y sus máximas, a la carne con sus apetitos y sus pasiones, y al demonio en sus tentaciones; de modo que una persona verdaderamente devota de la Santísima Virgen no es mudable, melancólica, escrupulosa ni medrosa.
Lo cual no quiere decir que no caiga ni cambie alguna vez en sus buenos hábitos y en su devoción; pero si cae, se levanta en seguida tendiendo la mano a su buena Madre; si pierde el gusto y la devoción sensible, no por esto se apena, porque el justo y el devoto fiel de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos de la naturaleza.

110. 5.º En fin, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada; es decir, inspira a un alma que no se busque a sí misma; sino sólo a Dios en su Santísima Madre. Un verdadero devoto de María no ama a esta augusta Reina por espíritu de lucro y de interés, ni por su bien temporal ni espiritual, sino únicamente porque merece ser servida, y Dios sólo en Ella; no ama a María precisamente porque le haya hecho algún bien o porque lo espera de Ella, sino porque María es sumamente amable. Por esto la ama y la sirve tan fielmente en los disgustos y sequedades como en las dulzuras y fervores sensibles; lo mismo sobre el Calvario como en las bodas de Caná. ¡Oh! ¡cuán agradable y precioso es a los ojos de Dios y de su Santísima Madre un devoto tal de la Virgen que nada busca en los servicios que la presta! Pero ¡qué raro es al presente! Precisamente porque no sea tan raro he emprendido este trabajo de traducir al papel lo que he enseñado con fruto en público y en privado en mis misiones durante tantos años

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