Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

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La Encarnación

16 miércoles Oct 2013

Posted by manuelmartinezcano in Meditaciones de la Virgen, P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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contemplación, Dios, divinas personas, Nazaret, san ignacio, voluntad

«El primer día y primera contemplación de la segunda semana es la Encarnación y contiene en sí la oración preparatoria, 3 preámbulos y 3 puntos y un coloquio» (San Ignacio).

La oración preparatoria es pedir gracia a Dios nuestro Señor, para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de Su Divina Majestad.

San Ignacio no usa la palabra «contemplación» en su sentido propio, místico, de una vista simple y afectuosa de Dios o de las cosas divinas, sino como sinónima de meditación visible.

El primer preámbulo es «recordar la historia de la cosa que tengo que contemplar; que es aquí cómo las tres personas divinas miraban toda la planicie o redondez de todo el mundo llena de hombres, y cómo viendo que todos descendían al infierno, se determina en la su eternidad que la segunda persona se haga hombre, para salvar el género humano, y así venida la plenitud de los tiempos, enviando al ángel san Gabriel a nuestra Señora».

La anunciación de Jesús.

En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a una ciudad de Galilea llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de nombre José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.

Y presentándose a ella, le dijo: Salve, llena de gracia, el Señor es contigo. Ella se turbó al oír estas palabras y discurría qué podría significar aquella salutación. El ángel le dijo: No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios, y concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande y llamado Hijo del Altísimo, y le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y reinará en la casa de Jacob por los siglos, y Su reino no tendrá fin.

Dijo María al ángel: ¿Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón? El ángel le contestó y dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y por esto el hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios.

E Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez, y éste es ya el mes sexto de la que era estéril, porque nada hay imposible para Dios. Dijo María: He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra. Y se fue de ella el ángel.

El segundo preámbulo es composición, viendo el lugar: aquí será ver la grande capacidad y redondez del mundo, en la cual están tantas y tan diversas gentes; asimismo, después, particularmente la casa y aposentos de nuestra Señora, en la ciudad de Nazaret, en la provincia de Galilea.

El tercer preámbulo es pedir lo que quiero. Sera aquí pedir conocimiento interno del Señor, que por mi se ha hecho hombre para que más le ame y le siga.

El conocimiento interno de Jesús que debemos pedir, insistentemente, no es un conocimiento meramente intelectual o histórico. Es el conocimiento interno de la gracia, que penetra en lo más íntimo de nuestro corazón y, transformado en sentimiento y en acción, se convierte en obras concretas de amor a Dios y al prójimo.

«El primer punto es ver las personas, las unas y las otras y primero las de la haz de la Tierra, en tanta diversidad, así en trajes como en gestos: unos blancos y otros negros, unos en paz y otros en guerra, unos llorando y otros riendo, unos sanos, otros enfermos, unos nasciendo y otros muriendo, etc. 2°: ver y considerar las tres personas divinas como en el su solio real o trono de la su divina majestad, cómo miran toda la haz y redondez de la tierra y todas las gentes en tanta ceguedad, y cómo mueren y descienden al infierno. 3°: ver a nuestra Señora y al ángel que la saluda, y reflitir para sacar provecho de la tal vista.»

«El segundo punto es oír lo que hablan las personas sobre la haz de la Tierra y las personas divinas en el Cielo. El tercer punto es mirar lo que hacen las personas sobre la haz de la tierra, así como herir, matar ir al infierno; lo que hacen las tres divinas personas, obrando la santísima encarnación; y mirar a Nuestra Señora.»

Ver, oír, mirar: san Ignacio enseña a vivir la contemplación. No somos espectadores, sino actores. En la contemplación del nacimiento, nos dice el santo: «Haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos (a Jesús, la Virgen y san José)… como si presente me hallase… Para que más le ame y le siga.»

San Ignacio expone gráficamente la degradación a la que había llegado el género humano. Lujuria, latrocinio, idolatría,… todos los vicios. Verdaderamente el mundo estaba en manos del diablo. La corrupción de las ideas sobre Dios, la mujer, el niño, el esclavo, hasta del mismo pueblo de Dios era horrible. Así vivían y así morían. El hombre se envilece cuando se aparta de Dios. Hoy como ayer el hombre sin Dios se va asemejando más y más a la bestia de los enemigos de la cruz de Cristo, San Pablo diría a los Filipenses; «El término de esos será la perdición, su dios es el vientre, y la confusión será la gloria de los que solo aprecian las cosa terrenas» (3, 19).

Dice san Ignacio que las tres divinas personas, en su trono de la divina majestad, miran toda la haz y redondez de la tierra y todas las gentes en tanta ceguedad, y como mueren y desciende al infierno. El salmo 14, 1-3, dice; «Al maestro de coro de David dice el necio en su corazón: «No hay Dios». Se han corrompido haciendo cosas abominables, no hay quien haga el bien. Se inclina Yahvé desde los cielos hacia los hijos de los hombres para ver si hay algún cuerdo que busque a Dios. Todos se han descarriado y a una se han corrompido, no hay quien haga el bien; no hay ni uno sólo». San Pablo le escribe lo mismo a los romanos (3, 10-12).

Bien castigó a la humanidad con el diluvio universal, porque «la tierra estaba toda corrompida ante Dios» (Gen. 6, 11). A Sodoma y Gomorra las arrasó por sus aberraciones sexuales con una lluvia de fuego y al pueblo de Israel lo castigó por una infidelidad con la cautividad.

Lo lógico sería un nuevo castigo de Dios, ante tanta corrupción e idolatría. Pero no fue así. Los caminos de Dios son inescrutables. Las tres divinas personas, movidas por su infinita misericordia, decretaron la redención del género humano. El Hijo se ofrece para reparar los pecados de los hombres y aplacar la justa ira de Dios Padre. Dios padre entrega a su Hijo por nuestro amor. «Cuando más abunda el pecado tanto más abunda la gracia» (Rom. 5,20). En el prólogo de su evangelio san Juan dice: «Al principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios… y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn. 1, 1-20).

En Nazaret, aldea ignorada de Galilea, vivía una niña hermosa, María, la llena de gracia, la Virgen santísima, la purísima, la Inmaculada. La Trinidad Santísima, que había decidido hacer redención, la miro complacida; las tres divinas personas la eligieron como Madre, Hija y Esposa. La pureza virginal de esta doncellita pobre, humilde y santa, arrancó de los cielos al mismo Hijo de Dios, para recibirlo en sus purísimas entrañas y hacerlo hijo suyo.

«He aquí la esclava del señor, hágase en mí según su palabra». Fiat. Ya se ha cumplido la promesa hecha por Dios a su pueblo hace más de setecientos años: «Una Virgen concebirá» y su hijo será Emmanuel, Dios con nosotros (Isaías 7, 14). En aquel instante la Virgen quedó hecha templo vivo del Hijo de Dios. Por la Encarnación Jesús se hace nuestro hermano, nuestro salvador, nuestro redentor, nuestro sumo sacerdote. Hay que llenar el corazón de agradecimiento por la infinita misericordia de Dios. Dios Padre entrega a Su Hijo por nuestro amor. El Hijo de Dios se hace hombre para arrebatar nuestros corazones. Amor con amor se paga. El Hijo de Dios se hizo hombre por mí. No lo olvidemos jamás.

Podemos empezar esta contemplación, enfocando la casita de Nazaret, y allí, absortos, ver el rostro de belleza celestial de nuestra madrecita. Si vemos su rostro pletórico de belleza y alegría, nuestros ojos se purificaran y no querrán mirar nunca nada que pueda manchar la pureza del alma.

En el coloquio podemos decirle a Dios Padre: «Hágase en mí según tu palabra». No según mi capricho, mi gusto, mis comodidades; ni según lo que diga el mundo, ¡Señor yo quiero cumplir siempre tu voluntad! ¡qué dignidad! ¡Hijo de Dios, hermano de Jesucristo, hijo de María santísima! Madrecita del alma querida, en mi pecho yo tengo para ti un altar.

P. Manuel Martínez Cano, mCR

 

Vida de san José XII: Jesús es hijo de José

17 martes Sep 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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ángel del señor, encarnación del hijo de Dios, hijo de josé, jesús, misterio, Nazaret, oficio, paternida de san josé, Sagrada Familia, San José, Virgen Maria

Jesús es considerado hijo de José: «Jesús, al empezar, tenía unos treinta años, y era, según se creía, hijo de José» (Le. 3,23). De hecho San José ejerció el oficio de padre dentro de la Sagrada Familia, pues es el que impuso el nombre de su hijo: «Dará a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt. 1,21), e hizo lo que le mandó el ángel del Señor: Mt. 2, 13-14.19-21). En todo momento Jesús obedece a San José como a Padre:

«Bajó con ellos y vino Nazaret y les estaba sujeto» (Le. 2.51). Y ¿cómo fue la paternidad de San José?: «La paternidad de San José  dice referencia al misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. cuya grandeza  exige gran exactitud en la exposición de su contenido dogmático y en la pureza de nuestra fe.

La fórmula sencilla de este sublime dogma es que Cristo fue concebido  en el seno de la Virgen María por Virtud del Espíritu Santo. Sólo  María y el Espíritu Santo o María y la Santísima Trinidad, cuya acción se apropia el Espíritu Santo, intervienen en la realización de este misterio…» Aunque la Sagrada Escritura llame después a San José padre de Jesús en  general, es evidente que no lo entiende en la aceptación corriente y común,  pues en el relato de la concepción de Cristo no se menciona la intervención del Santo para nada. Es sólo la Virgen y el Espíritu Santo, supliendo las  veces de varón con su virtud divina y sobrenatural, quienes realizan el  misterio. Por eso la paternidad física y natural de San José queda totalmente excluida…

Vida de San José III: Su Edad

03 miércoles Jul 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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Bautismo, Belén, concupiscencia, edad de san josé, Egipto, israelita, jeremías, Jerusalén, libros apócrifos, movimientos de la carne, Nazaret, padre nutricio, protector de la Sagrada Familia, pureza, San Alfonso Maria de Ligorio, Suárez, verbo encarnado, Virgen Maria

Sobre la edad que tenía San José al contraer matrimonio con la Virgen María, no nos dicen nada los Evangelios. Unos san-jose-de-nazaretsostienen que era joven hermoso y adornado de toda virtud, y otros lo presentan como si fuera ya viejo y hasta octogenario, y en esta opinión tal vez hayan influenciado los libros apócrifos que hablan exageradamente en este sentido; pero esto no puede sostenerse, porque no es conforme con los Evangelios que reflejan la personalidad de San José como el protector de la Sagrada Familia y padre nutricio de la misma, que exigía fortaleza en su misión, como era el acompañarles vg. en sus viajes penosos, de Belén a Egipto, de Egipto a Nazaret, de Nazaret a Jerusalén, etc., y el desempeño de oficio de carpintero. Su edad estaba sin duda alguna en relación con la de la Virgen María.

Una israelita solía casarse alrededor de los quince años, y un israelita alrededor de los dieciocho o veinte años, y esta (tal vez pocos años más) tuvo que ser la de San José, y es la que sostenemos, porque las costumbres de entonces como las de ahora tenían que reprobar una unión tan desigual como sería la de un anciano con una adolescente y sería algo injurioso a San José.

Los que sostienen que San José era de edad avanzada para afirmar mejor la virginidad perpetua de María, miran muy humanamente esta cuestión, pues tenemos que decir como enseña Santo Tomás que «cuando Dios elige a un hombre para determinado cargo, entonces derrama sobre él todas las gracias conducentes para adquirir idoneidad en aquel cargo», y éstas pudo concedérselas a San José en su plena juventud.

San Alfonso María de Ligorio nos dice que «al disponer Dios que José ejerciese el oficio de padre respecto de la persona del Verbo encarnado débese tener la certidumbre que le confirió todas las dotes de sabiduría y santidad que para tal cargo se requerían; ni cabe poner en duda que le enriqueció además con todos los privilegios y gracias a los demás santos concedidos.

En sentir de Gersón y de Suárez (y otros teólogos), tres fueron los privilegios especiales que caracterizaron a José:

1.° El ser santificado desde el vientre de su madre, como Jeremías y el Bautista.

2.° El de haber sido asimismo confirmado en gracia.

3.° El de estar exento de los apetitos de la concupiscencia; de cuyo privilegio suele San José, por los méritos de su pureza, hacer participantes a sus devotos, librándolos de los movimientos de la carne».

Vida de San José II: Patria, Parientes y Profesión

26 miércoles Jun 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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agrada Escritura, Arquelao, Belén, Cleofás, destierro de la Sagrada Familia, esponsales, evangelios, Galilea, hegesipo, hermanos de Jesús, Herodes, Jerusalén, jesús, José, Judas, Judea, maría, Mateo, mártir, Nazaret, obrero en hierro, obrero en metal, patria de san josé, San Hilario, San Isidoro, San Justino, San Mateo, San Veda, Santiago el Menor, santo Tomás de Aquino, siglo I, Simón, tierra de israel

La patria de San José

Se ha discutido si nació en Belén o en Nazaret. Los Evangelios no particularizan. Los que son del parecer que nació en Belén, se apoyan en estas razones:

1. Que San José al terminar el destierro de la Sagrada Familia en Egipto, su propósito era volver a Belén, según el relato de Mateo: «Y levantándose tomó al niño y a su madre y partió para la tierra de Israel. Mas, habiendo oido que en Judea reinaba Arquelao, en lugar de Herodes, su padre, temió ir allá y, advertido en sueños, se retiró a la región de Galilea, yendo a habitar en una ciudad llamada Nazaret…» (Mt. 2. 21-23).

2. El testimonio de San Justino, mártir del siglo I, quien nos dice que José subió de Nazaret a Belén «donde era oriundo».

3. El tenerse que empadronar en Belén pudiera ser otra nueva prueba, porque podía él haber nacido allí.

Los que están a favor de que José nació en Nazaret dicen:

1. Que los relatos de los Evangelios favorecen esta opinión, pues allí vivía cuando tuvieron lugar los esponsales (aunque esto solo también nos podría decir que allí vivía la Virgen cuando se conocieron), y que en Nazaret pasaría sin duda su infancia y juventud.

2. En Nazaret también vivía un hermano de Jesús.

3. Porque no se explica que si era oriundo de Belén, no hallase ningún pariente o amigo que les abriesen las puertas cuando fueron a empadronarse y tuvieran que refugiarse en un establo.

No ha faltado otra opinión, la de los que dijeron que había nacido en Jerusalén; pero ésta ha sido desechada por no tener otro fundamento que una afirmación de los Evangelios apócrifos.

Sus parientes

En los Evangelios hallamos expresiones como éstas:

Jesús «viniendo a su patria, les enseñaba en la sinagoga de manera que, atónitos, se decían: ¿De dónde le viene a éste tal sabiduría y tales poderes? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Su madre no se llama María, y sus hermanos Santiago y José, Simón y Judas? Sus hermanas, ¿no están todas entre nosotros? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?» (Mt. 13,54-56).

Hemos de decir que la expresión «hermanos y hermanas» de Jesús, de que tanto se han valido los protestantes para negar la virginidad de María, no tiene otro significado que el de ser sólo primos o próximos parientes de Jesús, pero no eran propiamente sus hermanos, ni hijos, por tanto, de San José.

Hegesipo, historiador de la Iglesia del siglo II, nos dice que San José tenía un hermano llamado Cleofás.

Este era, pues, tío de Jesús, el cual estaba casado con María, una de las mujeres que estaban presentes a la muerte de Jesús y junto a la cruz. y es la que San Juan llama «la de Cleofás» (19,25). Los hijos de este matrimonio fueron Santiago el Menor y José (Me. 15,40), y por lo que dice Hegesipo también lo eran Simón y Judas y varias hijas (Mt. 13,55-56).

En consecuencia: los llamados «hermanos de Jesús» no son hijos de San José ni de la Virgen María, sino de Cleofás y la otra María, pariente también de la Virgen (Véase mi libro: LA VIRGEN MARÍA EN LA BIBLIA Y LA TRADICIÓN, donde tengo aclarada esta cuestión de los «hermanos de Jesús»…).

Profesión de San José

Según la Sagrada Escritura, San José (ateniéndose al significado de la palabra griega té/don, en latín faber) fue carpintero, ebanista, escultor, herrero, obrero de construcción o artesano en general; más según reza la tradición apoyada a su vez en el Evangelio se le suele designar con el oficio de carpintero, y los Padres de la Iglesia son de este parecer.

San Justino, mártir del siglo II, escribió: «Jesús pasaba por ser hijo del carpintero José y era él mismo carpintero, pues mientras permaneció entre los hombres, fabricó piezas de carpintería como arados y yugos».

Los Evangelios apócrifos lo llamaron faber lignarius, o sea, obrero de la madera…; sin embargo, no han faltado algunos que como San Hilario y San Veda el Venerable dijeran que había tenido el oficio de herrero, y San Isidoro dijo que era «obrero en hierro y en metal»; más santo Tomás de Aquino escribió: «José no fue herrero, sino carpintero», y a partir del siglo XIII la opinión general es que este fue su oficio.

No obstante lo dicho, si nos atenemos a las palabras de San Justino de que «fabricó piezas de carpintería como arados y yugos», como los arados suelen llevar su reja de hierro, bien pudiéramos decir que San José era el artesano del pueblo, que no sólo confeccionaba las piezas de madera que entraban en la construcción de las casas, sino también arados, ruedas de carros, etc., pudiendo sin duda trabajar a la vez la madera y el hierro, si bien con preferencia lo propio de la carpintería.

Lo que si se desprende de los Evangelios es que San José fue un humilde trabajador y en su rudimentario taller de carpintería pudo emplearse en todos los menesteres que este oficio lleva consigo. Por eso decían los judíos, según refiere San Mateo (13,55): «¿No es éste el hijo del carpintero?». También Jesús ejerció este oficio en compañía de José, como testifican sus paisanos de Nazaret: «¿No es acaso el carpintero hijo de María…?» (Me. 6,3).

San José vivía como un artesano pobre y honrado que ganaba lo necesario para sustentar a su esposa María y al niño Jesús. El Evangelio nos refleja su estado de pobreza y honradez. De pobreza, porque, al hablarnos de la purificación de María y la presentación de Jesús en el templo, ofrecieron al sacerdote en lugar de un cordero primal, dos palominos que eran la ofrenda de las familias pobres y humildes. De honradez, porque él era como veremos, el «varón justo» que vivía conforme a la ley de Dios.

 

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