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Parte Primera
DE LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
EN GENERAL
Excelencia y necesidad de la devoción a la Santísima Virgen
14. Confieso con toda la Iglesia que no siendo María sino una pura criatura salida de las manos del Altísimo, comparada con la Majestad infinita es menos que un átomo, o más bien es nada, puesto que sólo Dios es quien es, y por consiguiente, confieso que este gran Señor, Ser soberano y absoluto, ni ha tenido ni ahora tiene necesidad alguna de la Santísima Virgen para hacer su voluntad santísima y para manifestar su gloria. Basta que Dios quiera, para que todo se haga.
15. Digo, sin embargo, que así y todo, habiendo querido Dios empezar y concluir sus más grandes obras por la Santísima Virgen desde que la formó, es de creer que no cambiará de conducta en el transcurso de los siglos, pues es Dios y no varía en sus sentimientos ni en su proceder.
16. El Eterno Padre no ha dado su único Hijo al mundo sino por medio de María. Por más suspiros que hayan exhalado los Patriarcas, por más ruegos que le dirigieron los Profetas y los Santos de la antigua ley durante cuatro mil años para poseer ese tesoro, no ha habido más que María que lo haya merecido y que haya obtenido gracia ante Dios en fuerza de sus súplicas y por la alteza de sus virtudes. El mundo era indigno, dice San Agustín, de recibir al Hijo de Dios directamente de las manos del Padre; se lo ha dado a María para que el mundo lo recibiese por Ella. El Hijo de Dios se ha hecho hombre para nuestra salvación, pero en María y por María. El Espíritu Santo ha formado a Jesucristo en María, pero después de haberla pedido su aquiescencia por uno de los primeros ministros de su corte.
17. El Eterno Padre ha comunicado a María su fecundidad, en cuanto una pura criatura podía recibirla, a fin de darle poder para engendrar a su Hijo y después a todos los miembros de su cuerpo místico.
18. Dios Hijo ha bajado a su seno virginal, como el nuevo Adán al paraíso terrestre, para tener en Ella sus complacencias y para obrar en Ella las grandes maravillas de la gracia. Dios hecho hombre ha encontrado su libertad en verse aprisionado en su seno; ha hecho aparecer su poder en dejarse mandar por esta Virgen bendita; ha hallado su gloria y la de su Padre en ocultar sus esplendores a todas las criaturas de la tierra para no revelarlos sino a María; ha glorificado su independencia y su majestad en depender de esta humilde Virgen en Su Concepción, en su Nacimiento, en su Presentación en el templo, en su vida oculta de treinta años, hasta su muerte, en la que debía acompañarle, porque no quería menos que sacrificarse con Ella y ser inmolado con su beneplácito al Padre Eterno, como en otro tiempo Isaac, por la obediencia de Abraham, a la voluntad de Dios. Ella es quien le ha amamantado, alimentado, cuidado, y podríamos añadir, sacrificado por nosotros.
¡Oh admirable e incomprensible dependencia de un Dios! El Espíritu Santo, para demostrarnos todo su valor, no ha podido pasarla en silencio en el Evangelio, por más que nos haya ocultado casi todas las cosas admirables que esta Sabiduría encarnada ha hecho en su vida oculta. Jesucristo ha dado más gloria a Dios, Su Padre, por la sumisión que ha tenido a María durante treinta años, que la que le hubiera proporcionado convirtiendo al mundo entero por obra de sus mayores maravillas. ¡Oh, cuán altamente se glorifica a Dios desde el momento en que para complacerlo se somete uno a María, a imitación de Jesucristo, nuestro único modelo!
19. Si examinamos de cerca el resto de la vida de Jesucristo, encontraremos que ha querido inaugurar sus milagros por María. Santificó a San Juan en el seno de su madre Santa Isabel por la palabra de María, porque apenas habló la Virgen, Juan fue santificado, y ese es el primero y mayor milagro de la gracia. Bastó el humilde ruego de María para que en las bodas de Caná cambiase el agua en vino, y ese es su primer milagro sobre la naturaleza. Ha principiado y seguido sus milagros por María, y los continuará por María hasta la consumación de los siglos.