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9 -¿Cómo debe reaccionar un católico ante esta filantropía, con carácteres de colonialismo mental tan extendido?
Nos parecen oportunas y actuales las palabras de la pastoral colectiva de los metropolitanos españoles del 23 de enero de 1929, que a pesar del tiempo transcurrido, es un resumen magnífico de doctrina perenne. Decían nuestros obispos:
«Estimamos necesario recordar a todos los fieles el exacto cumplimiento del canon 684 del vigente Código Canónico, que dice así: SON DIGNOS DE ALABANZA LOS FIELES QUE DAN SU NOMBRE A LAS ASOCIACIONES FUNDADAS O A LO MENOS RECOMENDADAS POR LA IGLESIA; MAS GUÁRDENSE DE DAR SU NOMBRE A LAS ASOCIACIONES SECRETAS, CONDENADAS, SEDICIOSAS, SOSPECHOSAS O QUE PROCURAN EVADIR LA VIGILANCIA LEGITIMA DE LA IGLESIA. Debajo de un aspecto comercial, recreativo, pedagógico, filantrópico, internacional, neutral, pero siempre laico, y debajo del pretexto de hacer caso omiso de la religión o de serles indiferente mientras predican una moral sin religión para llegar a la paz universal, ocultan la negación de la moral verdadera y de la verdadera religión, que tratan de sustituir con una moral y una religión que no es la de Jesucristo. Ese neutralismo religioso de que tales asociaciones blasonan es lo que no pocas veces condenaron Los Romanos Pontífices, y especialmente León XIII, en su encíclica «Humanurn Genus»
10 -¿Cómo deben juzgarse todos esos sistemas que propugnan falsamente la dignidad humana igualando la verdadera religión con ideologías aparentemente inocuas, ingenuas, pacifistas, neutrales, en un plan de superioridad que prescinde de Jesucristo, como la piedra angular fuera de la cual no hay salvación?
Lo descubrió magníficamente el obispo norteamericano monseñor Fulton Sheen, con estas palabras: «El Anticristo no se llamará así; de lo contrario no tendría adeptos. No llevará un maillot rojo, y no vomitará azufre. Llegará disfrazado como el Gran Humanista; hablará de paz y de abundancia. Protegerá la ciencia, pero tan sólo para que los fabricantes de armas se sirvan de una maravilla de la ciencia para destruir otra. Hablará aún, tal vez, de Cristo, y dirá de El que fue el hombre más grande que jamás haya existido. En medio de su aparente amor a la Humanidad y con sus enternecedoras palabras sobre la libertad y la igualdad tendrá un gran secreto que no dirá a nadie. No creerá en Dios. Vivimos días de Apocalipsis». Toda la «civilización» que prescinde de Dios está en esta línea, la más contraria a la dignidad verdadera del hombre. Por esto, tanto el marxismo, como la sociedad de consumo, como el liberalismo, degradan al hombre. Son ataques sistemáticos a la intimidad y a los fueros del hombre como tal, entendido como ser que necesita libertad, tiene un alma inmortal y está destinado a gozar de Dios. La dignidad del hombre brilla en este postulado de la vida cristiana, que de nuevo ha reivindicado el Vaticano II:
«Los cristianos, en marcha hacia la ciudad celeste, deben buscar y gustar las cosas de arriba lo cual en nada disminuye antes por el contrario aumenta, la importancia de la misión que les incumbe de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano» («Gaudium et Spes», 57).