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Los Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola son: para vencerse a sí mismo y ordenar su vida sin determinarse por afección alguna que desordenada sea.
Vencerse a sí mismo, se dice en un instante, pero puede durar toda la vida y vencerse en algunos de los afectos desordenados contraídos. El doctor de la Iglesia, san Juan de Ávila, nos dice: No podéis, por mucho que procuréis, ofrecer a Jesucristo cosa mejor que vuestra propia voluntad, una voluntad acostumbrada a hacer lo que quiere en cosas de poca importancia, se hallará muy rebelde para negarse en las mayores. El que obra llevado de su propio juicio no necesita de demonio que le tiente.
Nuestro Rey y Señor nos dice: Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a si mismo, tome su cruz y me siga (Mt. 16,24). No hay santo que no haya hecho el camino de la perfección sin el primer paso de negarse, de vencerse a si mismo. San Juan de la Cruz enseña: No está la perfección y valor de las cosas en la multitud y gusto de las obras, sino el saberse negar a sí mismo en ellas.
San Agustín, que vivió durante muchos años en las corrupciones mundanas, y convertido ha sido uno de los grandes Padres de la Iglesia, nos da este consejo: La lucha está dentro de ti mismo; no tengas en mucho al enemigo externo, véncete a ti mismo y el mundo quedará vencido. Sí, porque el hombre más aprovecha y merece gracia más amplia, donde más se vence a si mismo y se mortifica en su espíritu (Imitación de Cristo).
El gran obstáculo para entrar en el espíritu de oración es no combatir en el vencimiento: Vaya doblando su voluntad si quiere que le aproveche la oración. Si no se anda con gran cuidado, y cada una, como en negocio más importante que todos… contradiciendo la voluntad, hay muchas cosas para quitar esta santa libertad de espíritu, que pueda volar a su Hacedor sin ir cargada de hierro y plomo. Así lo han entendido sus hijas carmelitas: esta doctrina de morir uno a sí mismo es una ley indeclinable para toda alma cristiana (beata Isabel de la Trinidad). De poco serviría mortificar el cuerpo si no se mortifica el amor propio (Santa Catalina de Siena).
Y aunque muchos no se han enterado, el Concilio Vaticano II dijo exactamente lo mismo: La reforma que el Concilio predica la más necesaria y difícil, consiste en cambiar los propios pensamientos y gustos según la voluntad de Dios, corregir los propios defectos (Pablo VI).
P. Manuel Martínez Cano, mCR
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