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La segunda parte de la meditación “del rey temporal ayuda a contemplar la vida del rey eternal… consiste, en aplicar el sobredicho ejemplo del rey temporal, a Cristo nuestro Señor, conforme a los punto dichos”
Y en cuanto al primer punto, Si tal vocación consideramos del rey temporal a sus súbditos, cuánto es más digna de consideración ver a Cristo nuestro Señor, rey eterno, y delante de Él todo el universo mundo, al cual y a cada uno llama y dice: “ mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos, y así entrar en la gloria de mi Padre; por tanto, quien quisiere venir conmigo, ha de trabajar conmigo, porque siguiéndome en la pena, también me siga en la gloria.
En la primera parte de la meditación, San Ignacio dice que todos los buenos súbditos debían de seguirle, con cuánta más razón debemos seguir a este Rey eterno que nos llama a la empresa más excelente: la santificación propia y la salvación de las almas. El salmo 2,8 dice: “te daré como herencia las gentes todas y como posesión los confines de la tierra” y nuestro Rey y Señor, Jesucristo, afirma: “Me ha sido dado Todo poder en el cielo y en la tierra”. San Juan dice que Cristo: “seducía a las turbas”. Sigamos también nosotros a Cristo Rey.
Cristo Rey nos dice hoy: “Mi voluntad es de conquistar todo el mundo y todos los enemigos y así entrar en la gloria del Padre”. Sí, porque Dios Padre: “quiere que todos los hombres se salven y vengan al conocimiento de la verdad” (1 Tim 2,4). Para ser fieles a Cristo, debemos “ser perfectos como vuestro Padre es perfecto” (Mt. 5,8). Cristo nos llama al vencimiento propio, a la conquista de uno mismo, a la santidad. Debemos, pues, luchar contra el mundo, el demonio y nuestra propia carne. La empresa a que nos llama el Rey eternal no puede ser más noble y trascendental: la eterna felicidad en el cielo y el Reinado Social de Cristo en la tierra “venid conmigo”, nos dice nuestro Rey y Señor. Si vamos solos a conquistar el mundo, no haremos nada; pero con Cristo lo podemos todo. Él venció primero a sus enemigos con su muerte y resurrección ¡con Cristo seremos santos y salvaremos muchas almas! “Trabajar conmigo! Nos dice. Si, con su gracia, todo lo podemos, como san Pablo y todos los santos. “prometiste reinar en España, fiel promesa que tú cumplirás”. Sí, aunque nosotros en el combate muramos mártires ¡Cristo triunfará!
El segundo punto es: “considerar que todos los que tuvieren juicio y razón ofrecerán todas sus personas al trabajo”
¿He procedido siempre en mi vida sobrenatural con sentido común? ¡Me ha movido el juicio y la razón o la pasión desordenada? De hoy en adelante ofreceré toda mi persona al trabajo de mi santificación y la salvación de las almas. San Juan de Ávila nos dice: “No huyáis de la guerra, que sin falta veréis venir sobre vosotros el socorro del cielo. No os espanten los muchos enemigos que tenéis, más consuelos da un solo amigo que os ama que todos los enemigos os aborrecen y Él sólo puede más que todos juntos.
Los que tienen algo más que juicio y razón se entregarán en cuerpo y alma al apostolado. Si Cristo hubiera sido mezquino con nosotros ¿qué sería de nosotros? Fuera mezquindad, a Cristo hemos de darle todo, toda la vida. Cuanto mayor entusiasmo tengamos al divino llamamiento, más frutos de santidad y gloria de Dios daremos. No se trata de resistir a los enemigos del alma y de la Iglesia, sino de combatirlos “agere de contra”, nos dice san Ignacio. El santo vivía “deseando más morir con Cristo que vivir con otro”.
Los sordos que no quieren oír el llamamiento del Rey eternal a la santidad y a la salvación de las almas, son unos locos, porque ponen en peligro su propia salvación y no quieren colaborar con Cristo para establecer su Reinado Social en la tierra.
El tercer punto es: Los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y Señor universal, no solamente ofrecerán sus personas al trabajo, más aun haciendo contra su propia sensualidad y contra su amor carnal y mundano, harán oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo…
San Ignacio nos dice que el verdadero soldado de Cristo debe ejercitarse “contra su propia sensualidad, y contra su amor carnal y mundano”. La propia sensualidad es nuestra desordenada inclinación al placer de los sentidos exteriores o interiores. A la libertad en cosas no prohibidas en el uso de la vista, el oído, el tacto; el juicio temerario, la imaginación deshonesta.
El amor carnal es buscar la comodidad del cuerpo; especialmente el amor desordenado a la salud, buscando siempre el bienestar corporal, huyendo de todo esfuerzo; que no soporta las molestias del hambre y la sed, el frio o el calor. También se ha de purificar el amor a los parientes y amigos, cuando no es puramente espiritual.
El amor mundano que hemos de combatir es el amor o lo que el mundo ama: riquezas, honores, vanagloria, lujo, diversiones… Amor mundano que siente vivamente las humillaciones, las injurias, los desprecios: “¡que cuesta! – ya lo sé. Pero ¡adelante!: “nadie será premiado –y ¡qué premio! – sino el que padece con bravura.” (San José María Escrivá)
“Pues tenemos Rey poderoso y tan gran Señor que todo lo puede y a todos sujeta, no hay que temer, andando… en verdad delante de su Majestad, no hay quien sea contra nosotros” (Santa Teresa de Jesús).
San Ignacio termina la meditación, diciendo que los que le siguen han de hacer “oblaciones de mayor estima y mayor momento, diciendo: Eterno Señor de todas las cosas, yo hago mi oblación, con vuestro favor y ayuda, delante vuestra infinita bondad, y delante vuestra Madre gloriosa, y de todos los santos y santas de la corte celestial, que yo quiero y deseo y es mi determinación deliberada, sólo que sea vuestro mayor servicio y alabanza, de imitaros en pasar todas injurias y todo vituperio y toda pobreza, así actual como espiritual, queriéndome vuestra santísima majestad elegir y recibir en tal vida y estado.
Esta entrega a Cristo Rey consiste, además del trabajo personal en la propia santificación y en el apostolado, la entrega de los bienes de fortuna y la propia honra. El Concilio Vaticano ll dice: “todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, santidad con la cual, en la sociedad terrena, se promueve un modo de vivir más humano” (Lumen gentium, 40,2) y en el decreto Apostolicam actuositatem, el concilio nos dice: “Siendo Cristo, enviado por el Padre, fuente y origen de todo apostolado de la Iglesia, es evidente que la fecundidad del apostolado de los seglares depende de su unión vital con Cristo, porque dice el Señor: “El que permanece en Mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin Mí nada podéis hacer” (Jn 15,5; AA, 4,1)
El fin de la contemplación del Rey eternal es “hacernos prestos y diligentes para cumplir la divina voluntad” (San Ignacio)
P. Manuel Martínez Cano mCR