Parte Segunda
DE LA DEVOCIÓN MÁS EXCELENTE
A LA SANTÍSIMA VIRGEN
Motivos de esta perfecta consagración
135. Primer motivo, que nos muestra la excelencia de esta consagración de sí mismo a Jesucristo por medio de María.
Si no es posible concebir empleo más relevante en la tierra que el servicio de Dios; si el menor servidor de Dios es más rico, más poderoso y más noble que todos los reyes y los emperadores de la tierra, a menos que éstos sirvan fielmente a Dios, ¿cuáles no serán las riquezas, el poder y la dignidad del fiel y perfecto cristiano que se sacrifica al servicio de Dios enteramente y sin reserva en cuanto le es posible? Tal es un fiel y amoroso esclavo de Jesús y de María que se ha entregado todo entero, sin reservarse nada para sí, por medio de su Santa Madre, al servicio de este Rey de reyes; todo el oro de la tierra y las bellezas de los cielos no valen nada en comparación suya.
136. Las demás Congregaciones, Asociaciones y Cofradías erigidas en honor de Nuestro Señor y de su Santísima Madre, que tan grandes bienes producen en el Cristianismo, no obligan a darlo todo sin reserva; no prescriben a sus asociados para cumplir sus obligaciones, más que ciertas obras y prácticas, dejándoles libres para todas las demás acciones y para todo el resto de su tiempo; pero esta devoción hace que el esclavo fiel dé sin reserva a Jesús y a María todos sus pensamientos, palabras, acciones y padecimientos de toda la vida; de modo que ya sea que vele o que duerma, ya sea que beba o que coma, o que haga las acciones más grandes o las más pequeñas, siempre se dirá en verdad que lo que hace, aun sin pensar en ello, es para Jesús y para María, en virtud de su ofrenda absoluta, a menos que no se haya expresamente retractado. ¡Qué consuelo!
137. No hay ninguna otra práctica por la que se desprenda uno más fácilmente de este espíritu de amor propio que se desliza en las mejores acciones imperceptiblemente, y nuestro buen Jesús concede esta inmensa gracia en recompensa del acto heroico y desinteresado que se ha llevado a efecto, entregándole, por medio de su Santísima Madre, todo el valor de las buenas obras. Si da el céntuplo en este mundo a los que por su amor dejan los bienes exteriores temporales y perecederos, ¿qué céntuplo no dará al que le sacrifique también sus bienes interiores y espirituales?
138. Jesús, nuestro gran amigo, se nos ha dado sin reserva, en cuerpo y alma, con sus virtudes, gracias y méritos. Se dispuso totalmente para mí, dice San Bernardo: Me ha ganado enteramente dándose enteramente a mí. ¿No es, pues, acto de justicia y reconocimiento que nosotros le demos todo lo que podamos darle? El ha sido primeramente liberal con nosotros: seámoslo nosotros con El, en justa correspondencia, y Jesucristo será para nosotros durante nuestra vida, en nuestra muerte y por toda la eternidad más generoso aún. Será generoso con los generosos, dice San Germán.
139. Segundo motivo, que nos muestra que es justo en sí mismo y ventajoso para los cristianos el consagrarse por entero a la Santísima Virgen, para entregarse así con más perfección a Jesucristo.
Este buen Señor no se ha desdeñado de encerrarse en el seno de la Santísima Virgen como un esclavo de amor, y de vivir sometido y obediente a Ella durante treinta años. En esto es en lo que, repito, se pierde el espíritu humano al reflexionar seriamente en esta conducta de la Sabiduría encarnada, que no ha querido, por más que pudiera hacerlo, darse directamente a los hombres, sino por medio de la Santísima Virgen; que no ha querido venir al mundo en la edad de un hombre perfecto e independiente de otro, sino como débil y pequeño niño, dependiente de los cuidados y de la asistencia de su Santísima Madre.
Esta sabiduría infinita, que tenía un deseo inmenso de glorificar a Dios, su Padre, y de salvar a los hombres, no ha hallado medio más perfecto y más corto para hacerlo que someterse en todo a la Santísima Virgen, no sólo durante los ocho, diez o quince primeros años de su vida, como los demás niños, sino durante treinta afios, y ha dado más gloria a Dios, su Padre, en este espacio de tiempo de sumisión y de dependencia de la Santísima Virgen, que le hubiese dado empleando estos treinta años en hacer prodigios, en predicar por toda la tierra, en convertir a todos los hombres: que, si hubiese creído lo otro más perfecto, lo hubiese realizado. ¡Oh, cuán grandemente se glorifica a Dios sometiéndose a María, a ejemplo de Jesús!
Teniendo a nuestra vista un modelo tan visible y tan conocido de todo el mundo, ¿no seríamos unos insensatos en esperar hallar un medio más perfecto y más corto de glorificar a Dios que el de someternos a María, a imitación de su hijo?
140. Recuérdese ahora, en prueba de la dependencia que debemos tener de la Santísima Virgen, lo que más arriba he dicho al referir el ejemplo que de esa dependencia nos da el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
El Padre no nos ha dado ni nos da a su Hijo sino por medio de María, ni adquiere hijos adoptivos sino por María, y no comunica sus gracias sino por María; Dios-Hijo no ha sido formado para todo el mundo en general sino por Ella, ni se forma diariamente ni nace en las almas sino por Ella, en unión del Espíritu Santo, ni comunica sus méritos y sus virtudes sino por Ella; el Espíritu Santo no ha formado a Jesucristo sino por María, ni forma los miembros de su cuerpo místico sino por Ella, y no dispone de sus dones y sus favores sino por su medio. Tras de tantos y de tan poderosos ejemplos de la Santísima Trinidad, ¿podríamos, sin una extrema ceguera, desviarnos de María, y no consagrarnos a Ella, y no depender de Ella para ir a Dios y para sacrificarnos a Dios?