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Catecismo Social XX: Democracia I

03 miércoles Jul 2013

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1 -La democracia, ¿no es el ideal político de todo hombre civilizado?

La palabra democracia es muy equívoca. La utilizan partidos y hombres visceralmente opuestos. Quizá nos sirvan para catecismo socialaclarar y enfocar el problema las distinciones que presenta Maritain en su obra «Primacía de lo espiritual», Dice el aludido filósofo francés: «La filosofía deberá, so pena de embrollarlo todo, distinguir tres sentidos en la palabra DEMOCRACIA:

1.º LA DEMOCRACIA COMO TENDENCIA SOCIAL, recomendada por los Papas (demofilia, democracia cristiana), y que no es otra cosa que el celo por dar a las clases laboriosas, más que nunca oprimidas en el mundo moderno, condiciones de vida humanas, exigidas, no solamente por la caridad, sino primeramente por la justicia.

2.° LA DEMOCRACIA POLITICA, entendida en el sentido de Aristóteles y Santo Tomás, y que la Iglesia como la filosofía consideran como una de las formas de gobierno posibles en derecho (e indicadas o contraindicadas, de hecho, según las condiciones y las formas históricas).

3.° EL DEMOCRATISMO, o la democracia en el sentido de Rousseau, digamos el mito religioso de la democracia, que es algo muy diferente del régimen democrático legítimo. La democracia así entendida se confunde con el dogma del pueblo soberano, que unido al dogma de la voluntad general y de la ley expresión del número, constituye, al límite, el error del panteísmo político (la multitud: Dios)». Son aceptables las definiciones primera y segunda de la democracia, aquí expuestas. Pero el católico no puede profesar la democracia rousseauníana, o sea la democracia que se basa en el sufragio universal inorgánico, que promulga una ley por la simple razón de la mayoría de votos y que proclama que la autoridad proviene de la soberanía popular.

 

2 –Es indudable que la Iglesia, por naturaleza, es democrática.

Este lenguaje es una aplicación mimética del aspecto político, o sea, es medir la Iglesia, Cuerpo Místico de Cristo, con categorías humanas. La Iglesia no es una democracia. La Iglesia es la Iglesia, o sea, el pueblo de Dios vivificado por el Espíritu Santo, regido por el Papa y los sucesores de los Apóstoles, sociedad visible y místicamente divinizada por la Revelación, la Santa Misa, los Sacramentos, y todo el depósito de la fe. La Iglesia no es una democracia ni una monarquía absoluta. La antinomia mayoría-minoría no tiene ningún sentido dentro de la Iglesia. ¿Algo es válido porque lo dice la mayoría o porque una minoría lo sostiene? Ni una cosa ni otra. Sobre esto el Evangelio, como en todo, es definitivo. Cuando Jesús promete y anuncia la Eucaristía, la mayoría se escandaliza. Pedro proclama y profesa su fe en Jesús. «Desde entonces muchos de sus discípulos se retiraron y ya no le seguían, y dijo Jesús a los doce: ¿Queréis iros vosotros también? Respondióle Simón Pedro: Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn. VI, 66-67). Y Pedro acierta no porque sea minoría, sino porque es fiel al Espíritu Santo. Jesús añade: «¿No he elegido yo a los doce? Y uno de vosotros es un diablo. Hablaba de Judas Iscariote, porque éste, uno de los doce, había de entregarle» (Jn. VI, 70-71). Aquí resplandece la verdad que exponemos. Hay una mayoría que se equivoca, Pedro -minoría- que es iluminado sobrenaturalmente, y Judas -minoría- que entregará a Jesús y será el traidor. La Iglesia no funciona con la dialéctica de las mayorías y minorías, con las encuestas, con los movimientos de opinión formados de la manera que sea. La Iglesia no está fundada sobre la cantidad, sobre el número, sobre el materialismo, sobre los sufragios. La Iglesia no es democrática, según el idioma utilizado en la jerga política. Vive y se identifica con la Iglesia aquel que realmente está atento a las «palabras de vida eterna». Toda otra aplicación es profanar el misterio divino de la Iglesia.

 

Catecismo Social IX

17 miércoles Abr 2013

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II. DIGNIDAD DE LA PERSONA HUMANA

1 -¿ Qué significa etimológicamente la palabra persona?

Originariamente -proviene del etrusco-, se utilizaba para designar el papel típico de un determinado carácter. En el uso actual hay que distinguir entre individuo y persona. No son términos exactos entre sí. La individualidad significa la diferencia entre uno y otro. La personalidad entraña participar en la historia de la familia, de la sociedad y del mundo. La dignidad de la persona procede de los grandes dones que le ha dado Dios en el orden natural y sobrenatural. Naturalmente, la grandeza de la persona radica en su alma racional, libre, inmortal. Sobrenaturalmente la dignidad se sublima en la filiación divina que nos alcanzó Jesucristo por medio de la Redención. Delante de Dios se tiene tanta más dignidad, cuanta mayor gracia santificante se alcanza. La dignidad de los que no tienen gracia está en el amor que hemos de sentir por ellos para que logren el fin de su existencia, que es la gracia –don gratuito de Dios-, y que nos hace partícipes de su naturaleza y merecedores de la bienaventuranza.

 

2 -¿Es Igual la dignidad humana para todos?

Nos contesta el Vaticano II: «El hombre logra esta dignidad -humana- cuando, liberado totalmente de la cautividad de las pasiones, tiende a su fin como la libre elección del bien y se procura medios adecuados para ello con eficacia y esfuerzo crecientes» (Gaudium et Spes», 17). O sea, que no se puede confundir personalidad con un antropocentrismo extraviado hacia el orgullo, la ambición, el atropello, la lujuria, el crimen. El hombre no es un absoluto. Por esto, la dignidad humana estriba en el uso de la libertad dentro de la Ley de Dios, y supone un conocimiento de las flaquezas de la condición humana -la ignorancia, la concupiscencia, la debilidad-, totalmente superables por la razón utilizada honradamente y la omnipotencia de la gracia de Dios.

La dignidad humana no supone ni significa la autonomía total del hombre, ni la independencia de Dios. La voluntad de Dios es el norte de la legítima dignidad humana.

 

3 -¿Cuáles son las consecuencias sociales de la dignidad de la persona humana?

La Iglesia las fija sumariamente así: «El comunismo despoja al hombre de su libertad, principio espiritual de su conducta moral; quita toda dignidad a la persona humana y todo freno moral contra el asalto de los estímulos ciegos» (Pío X, «Divini Redernptoris», 10). La persona es también sujeto de derechos Juan XXIII lo especificó en la «Pacem in Terris», de esta manera:

 

«En toda convivencia bien organizada y fecunda hay que colocar como fundamento el principio de que todo ser humano es persona, es decir, una naturaleza dotada de inteligencia y de voluntad libre y que por lo tanto de esa misma naturaleza. nacen directamente al mismo tiempo derechos y deberes que, al ser universales e inviolables, son también absolutamente inalienables».

 

También exige la dignidad de la persona humana que participe en la vida pública. Lo recordaba así Pío XII:

 

«El hombre en cuanto tal, lejos de ser tenido como objeto y elemento pasivo, debe por el contrario ser considerado como sujeto, fundamento y fin de la vida social» (24-XII-1944).

 

4 -Así individuo y persona, ¿no coinciden?

Filosóficamente, ya lo hemos indicado. El individuo es un producto del protestantismo, de la doctrina de Rousseau. El subjetivismo protestante y la negación del hombre como ser social, que hizo elucubrar el sofisma del «pacto social», de Rousseau, para explicar el porqué de la sociedad, han originado el individualismo en todos los terrenos. Esta es la raíz del liberalismo. El individuo es independiente para pensar, hacer, asociarse, propagar cuanto quiera. Entonces se han producido los sistemas que oponen el individuo a la sociedad -desde el liberalismo, el capitalismo liberal, hasta el anarquismo-. Y por reacción, igualmente errónea, hemos basculado hacia los sistemas estatales que ahogan y esclavizan al individuo, como el nazismo, el comunismo y los totalitarismos anticristianos. Y es que el hombre es persona. Y «la razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios» (<<Gaudiumet Spes», 19). Cuando así se considera el hombre, ni el Estado es la suma arbitraria de las voluntades pasionales, ni tampoco puede desconocer los auténticos intereses y derechos de la persona por su condición racional y cristiana. Aquí se deslindan claramente los campos para no confundir la autoridad como despotismo, ni la persona como un robot o un muñeco.

 

Catecismo Social IV

13 miércoles Mar 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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7 -¿Qué entendemos por alma? El alma es, según Aristóteles «aquello por lo cual en último término, la fotovivimos, sentimos, nos movemos y entendemos». O sea, el alma es lo que nos hace obrar racionalmente, así como sentir, pensar, querer y querer con libertad. El alma es lo que da unidad de ser y de operación. El secreto radical del pensar y del existir. Y el alma está unida al cuerpo en todos los planos de la naturaleza y de la gracia. Por esto el hombre necesita comer y trabajar, divertirse e investigar, pero también pensar, y mediante todo este conjunto divinizarse por la gracia que nos alcanzó Jesucristo con su Redención.

8 ¿Cómo es el alma?

El alma goza de unicidad, sustancialidad, espiritualidad, simplicidad e inmortalidad. Es única porque rige toda la vida vegetal, sensible, intelectual del hombre. Es sustancial porque es el soporte de todo el hombre. La separación de alma y cuerpo, produce la muerte del cuerpo. Y el alma es espiritual, o sea, es capaz de la abstracción, de captar conceptos inmateriales, de sentir la atracción por lo que está por encima de todo el universo. Esto reclama la simplicidad del alma, que no puede estar compuesta de lo que se pesa, de lo que se mide, de lo que se toca, de lo que se divide. Y explica que el alma debe ser inmortal. El fondo más profundo del hombre reclama la felicidad, el premio, el castigo, la justicia. Estos postulados exigen la inmortalidad del alma. De otra suerte Dios no sería ni bueno, ni omnipotente, ni sabio, ni justo. Imaginar esto, es pura blasfemia. Y lo que la inteligencia humana toca como infaliblemente reclamado por su propio ser, y esto avalado por el consentimiento de todos los tiempos y de todos los pueblos con una convicción irrefutable, maravillosamente responde a la realidad. Jesucristo, en su Encarnación, vino para que los hombres se hicieran dignos de la felicidad inmortal del alma. Recordemos estos textos evangélicos: «No temáis a los que matan el cuerpo, pero el alma no la pueden matar> (Mt. X, 28). «Si quieres entrar en la vida, guarda los Mandamientos» (Mt. XIX, 17). «¿Qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?» (Mt. XVI, 26). «En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc, XXIII, 43).

9 ¿ Cómo somos los hombres y cómo es Dios?

Los hombres no somos buenos, como enseñan Rousseau y el liberalismo. Los hombres no somos malos, como afirman Lutero y todos los pesimistas. El hombre es libre, víctima de consecuencias del pecado original que le hacen ignorante, apasionado, concupiscente, pero que con la razón recta y, sobre todo, con la gracia, es superior a cualquier tentación. Ni esencialmente bueno, ni fatalmente malo. Sino dotado de una libertad perfectible y guiada para liberarnos meritoriamente de nuestras luchas y así cumplir perfectamente nuestros deberes con Dios, el prójimo y nosotros mismos. Y Dios, ¿cómo es? Dios es infinitamente Amor. Lo más cierto y claro que podemos decir de Dios es esto: ¡Qué bueno es Dios! Dios me ama. Cuando nos convencemos de esto, dichosamente nos enamoramos de Dios. Y ya en esta vida participamos de migajas de verdadera felicidad. Y el que ama a Dios le adora, le da gracias, le pide, se arrepiente de sus pecados. La desgracia del hombre es enamorarse de sus vicios, de sus miserias, de las cosas, de la materia. Entonces nos convertimos en unos desdichados que vamos vagabundeando por el laberinto de la sinrazón. No basta saber que existe Dios. Hay que enterarse de que Dios nos ama a cada uno personalmente con amor infinito. Y, oportunamente, tenemos la clave de todos los problemas. Porque amar a Dios alegra y pacifica nuestro interior. Así como el ateísmo y el indiferentismo sólo producen oscuridades, mala conciencia y amarguras.

10 En definitiva, ¿cuál es el fin de la vida humana?

Al hombre, además de haberle dado la vida natural, Dios le ha elevado a la vida sobrenatural. Esta maravilla se realiza en el sacramento del Bautismo. Aquí podemos recordar lo que nos dice el evangelista San Juan: «Mirad qué amor más entrañable nos ha manifestado el Padre, pues ha querido que nos llamáramos hijos de Dios y lo somos en efecto» (1 Jn., III, 1). Por eso el cristiano, al mismo tiempo que desarrolla los bienes naturales -la cultura, la técnica, el trabajo, las artes, el deporte, la investigación-, pone su acento en la evolución y plenitud de la vida sobrenatural. Esta no es un freno para el progreso humano, en su sentido verdadero, sino la que le da una trascendencia por encima de toda cortedad temporal y transitorio quehacer. Con la gracia santificante -participación de la vida divina- nos convertimos en hijos de Dios. Y el mundo es el taller en donde se lucha y se alcanza esta talla divina de nuestra existencia.

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