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Jaime Pons, pensamientos escogidos de santa teresa de jesús, S.J, santa, Señor, Teresa de Jesús
Después de mucho tiempo que el Señor me había hecho ya muchas de las mercedes que he dicho, y otras muy grandes, estando un día en oración me hallé en un punto toda sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado y yo merecido por mis pecados.[1] Ello fue en brevísimo espacio; mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme.
Parecía me la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y obscuro y angosto. El suelo me parecía de una agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena a donde me vi meter en mucho estrecho. Todo esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí sentí. Esto que he dicho va mal encarecido.
Esto otro me parece que aun principio de encarecerse como es, no lo puede haber, ni se puede entender. Mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es, los dolores corporales tan incomportables, que con haberlos pasado en esta vida gravísimas, y según dicen los médicos, los mayores que se pueden acá pasar, porque fue encogérseme todos los nervios, cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aun algunos, como he dicho, causados del demonio, no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar. Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma: un apretamiento, un, ahogamiento una aflicción tan sensible y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer: porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco, porque allí parece que otro os acaba la vida, más aquí el alma misma es la que se despedaza. El caso es que yo no sé como encarezca aquel fuego interior y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar, a lo que me parece, y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor.
Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse, ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieran en este como agujero hecho en la pared, porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas mismas, y todo ahoga. No hay luz sino todo tinieblas oscurísimas.
Yo no entiendo como puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista le ha de dar pena, todo se ve.
No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno. Después he visto otra visión de cosas espantosas, de algunos vicios el castigo; cuanto a la vista muy más espantosas me parecieron; mas como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor, que en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo.
Yo no sé cómo ello fue, más bien entendí ser gran merced, y que quiso el Señor yo viese por vista de los ojos de donde me había librado su misericordia: porque no es nada oírlo decir, ni haber yo otras veces pensado en diferentes tormentos, aunque pocos (que por temor no se llevaba bien mi alma), ni que los demonios atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído: no es nada comparado con esta pena, porque es otra cosa; en fin, como de dibujo a la verdad; y el quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá.
Yo quedé tan espantada, y aun lo estoy ahora escribiéndolo, con que casi seis años; y es ansí que me parece el calor natural que me falta de temor aquí donde estoy, y ansí no me acuerdo ver que tenga trabajo en dolores, que no me parezca no nada todo lo que acá se puede pasar, y ansí me parece en parte que nos quejamos sin propósito. Y ansí torno a decir que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, ansí para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles.
¿Qué será de la pobre alma que, acabada de salir de los dolores y trabajos de la muerte cae luego en manos del demonio? ¡Negro descanso le viene! ¡Qué despedazada irá al infierno! ¡Qué temeroso lugar! ¡Qué desventurado hospedaje! Pues para una noche una mala posada no hay quien la sufra si es personas regaladas, que son los que más deben de ir allá: pues posada de para siempre, siempre, para sin fin, ¿qué pensáis sentirá aquella triste alma?
¿Qué será de los pobres que están en el infierno? que no se han de mudar para siempre: que, aunque sea de trabajo a trabajo, parece de algún alivio.
Para librarnos del infierno merecido, todo es poco.
Todo me parece fácil en comparación de un momento que se haya de sufrir lo que se padece en el infierno.
Vi cuán bien se merece el infierno por una sola culpa mortal, porque no se puede entender cuán gravísima cosa es hacerla delante de tan gran Majestad; y ansí se ve más su misericordia, pues entendiendo nosotros todo esto nos sufre.
¡Oh, válame Dios! ¡Qué gran tormento es para mí, cuando considero qué sentirá un alma que siempre ha sido acá tenida y querida y servida y estimada y regalada, cuando en acabándose de morir se vea ya perdida para siempre, entienda claro que no ha de tener fin! ¡Que allí no le valdrá querer no pensar las cosas de la fe, como acá ha hecho, y se vea apartar de lo que le parecerá que aún no había comenzado a gozar! Y con razón, porque como todo lo que con la vida se acaba es un soplo, y rodeada de aquella compañía disforme y sin piedad, con quien siempre ha de padecer, metida en aquel lago hediondo lleno de serpientes, que la que más pudiere la dará mayor bocado, en aquella miserable oscuridad, a donde no verán sino lo que les dará tormento y pena, sin ver luz sino de una llama tenebrosa.
¡Oh qué poco encarecido va para lo que es! ¡Oh Señor! ¿quién puso tanto lodo en los ojos de los mortales, que no vean esto hasta que estén allí? ¿Quién ha atapado sus oídos para no oír las muchas veces que se les había dicho esto, y la eternidad de estos tormentos?
¡Oh vida que no se acabará! ¡Oh tormento sin fin! ¡Oh tormento sin fin! ¿Cómo no os temen los que temen dormir en una dura cama, por no dar pena a su cuerpo?
Pensamientos escogidos de santa Teresa de Jesús
P. Jaime Pons, S. J. Barcelona-1908 (pp. 22)
[1] Dice esto la Santa Madre por su profunda humildad; puesto que todos los que conocieron los más íntimos secretos de su alma, y la misma Bula de su Canonización, están concordes en asegurar que jamás manchó su alma con ningún pecado mortal.