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Excmo. e Ilmo. Sr. Dr. Gomá y Tomás, Arzobispo Primado de Toledo.
Recibí a su debido tiempo la carta de V. E. R., fechada en Pamplona el 4 de junio de este año. Pocos días después de llegar a mis manos su sentida carta, tuve el gusto de tener a mi lado a todos los Rvdmos. Sres. Obispos de Filipinas, con ocasión de una conferencia que debíamos celebrar a principios de agosto en esta ciudad de Manila.
Con verdadero placer leí en su presencia la interesante Carta de V. E. R., alrededor de la cual se hicieron algunos comentarios sobre los graves acontecimientos que se están desarrollando en esa querida nación española, por la cual he sentido siempre vivo interés, especialmente desde que estalló el glorioso Movimiento nacionalista que, sin duda alguna, ha de conseguir la victoria sobre la chusma roja y salvar la riqueza de la Iglesia y los intereses de España.
Me es grato poner en conocimiento de V. E. R. que todos los señores Obispos de Filipinas, unidos en el mismo sentimiento y en las mismas ideas, simpatizan, a pesar de la propaganda impía y sectaria, con las aspiraciones de la nueva España, reconociendo, interesándose y haciendo suya la legitimidad y nobleza de la causa que sostiene el Generalísimo Franco, el Episcopado español y todos los buenos españoles que luchan al lado del glorioso Caudillo por la salvación religiosa y económica de España.
Al mismo tiempo, nos damos perfecta cuenta de los sentimientos de profunda amargura que embarga en estos momentos el corazón del Episcopado y pueblo español, ante la ruina de tantos monumentos, ante la destrucción de tantas iglesias y ante el asesinato de tantos españoles inocentes. Con el mismo sentimiento con que hacemos nuestra la noble causa sostenida por el Generalísimo Franco, nos asociamos y participamos del justo dolor que inspira a nuestros Hermanos del Episcopado español la destrucción de cuanto significa religiosidad en esa amada nación española. Sí, no están ustedes solos; con nuestros Hermanos lamenta esa terrible situación todo el Episcopado filipino.
Nos alienta, empero, la esperanza en el próximo triunfo de la causa nacionalista. Nos parece ver ya en lontananza una España nueva, grande, libre, bañada con los resplandores de una religión mejor sentida y una economía más intensa. Dios no puede menos de ayudar a los que luchan por los intereses religiosos y la salvación de España. Un ejército que reza el Rosario, confiesa y comulga antes de lanzarse a la lucha, tiene que vencer necesariamente.
Con todo, no dejamos de comprender las graves dificultades que hay que vencer para llegar a la meta deseada. Pueden contar nuestros Hermanos del Episcopado con nuestra adhesión sincera, con nuestro apoyo decidido, con nuestras oraciones fervorosas por el triunfo completo de la causa nacionalista. Por mi parte, puedo informar a V. E. R. que hace mucho tiempo que nuestros sacerdotes y religiosos vienen rezando en la Misa la oración que la Iglesia prescribe Tempore belli.
Comprendemos, asimismo, el magno problema que nuestros Hermanos en el Episcopado tendrán que resolver a medida que el Generalísimo Franco con sus tropas vaya reconquistando las regiones ocupadas durante algún tiempo por esa malhadada chusma roja o comunista, en las cuales regiones no encontrará más que desolación, ruinas y destrozos de iglesias, vasos sagrados y ornamentos sacerdotales.
El Episcopado de Filipinas, en medio de su pobreza, está dispuesto a prestar su ayuda, en todo lo que pueda, al querido y afligido Episcopado español, en la difícil tarea de reparar tantos estragos causados en sus monumentos religiosos y eclesiásticos. Aun cuando no haya llegado el momento oportuno de acudir a la caridad del mundo católico, los señores Obispos de Filipinas, reunidos en nuestro Palacio Arzobispal, han querido testimoniar su adhesión a la causa nacionalista y su apoyo a sus queridos Hermanos en el Episcopado español, enviándoles, para los fines indicados, la módica cantidad de 1.100 pesos, sin que esto sea obstáculo para seguir ayudando a esa querida nación.
Termino diciendo, en relación con el último párrafo de la Carta de V. E. R., que aquí, como en todas partes, la propaganda roja ha sido intensa. Gracias a Dios, la inmensa mayoría de los españoles residentes en Filipinas, así como los mismos filipinos, están al lado del Generalísimo Franco y sienten honda simpatía por la causa nacionalista. Nada hay que decir del Episcopado filipino. Piensa y siente con los buenos españoles, participa de las mismas amarguras Y celebra sus triunfos con el mismo entusiasmo. La propaganda roja no ha conseguido oscurecer el brillo de la verdad sobre la cuestión española.
En nombre de todo el Episcopado de Filipinas le aseguro a V. E. R. la más completa conformidad de sentimientos con los de V. E. R. y demás señores Obispos españoles.
†Su devotísimo servidor, M. J. O’Doherty, Arzobispo de Manila.