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216. 4.º La Santísima Virgen os llenará de una gran confianza en Dios y en Ella misma: 1.º, porque ya no os acercaréis a Jesucristo por vos mismo, sino por medio de esta buena Madre; 2.º, porque habiéndole dado todos vuestros méritos, gracias y satisfacciones para que disponga de ellos a su gusto, Ella os comunicará sus virtudes, y os vestirá con sus méritos, de suerte que podréis decir a Dios con confianza: He aquí a María, vuestra sierva, hágase en mí según vuestra palabra; 3.º, porque habiéndoos dado a Ella enteramente en cuerpo y alma, María, cuya liberalidad es incomparable, no se dejará vencer en generosidad, y se os dará, en cambio, de una manera maravillosa pero verdadera, de modo que podréis decirle resueltamente: «Yo soy tuyo, Santísima Virgen, sálvame» (Ps. 118,94); o como lo he dicho ya con el discípulo amado: «Os he tomado, Santísima Virgen, en lugar de todos mis bienes». Aún podréis decir con San Buenaventura: «Mi amada dueña y salvadora, yo trabajaré confiadamente, y nada temeré, porque Vos sois mi fortaleza, mi alabanza en el Señor… Soy todo vuestro, y todo lo mío os pertenece. ¡Oh gloriosa Virgen, bendita sobre todas las cosas creadas: te pondré sobre mi corazón como un sello, porque tu amor es fuerte como la muerte!» Podréis decir a Dios con los sentimientos del Profeta: «Señor, no se ha engreído mi corazón, ni se han ensoberbecido mis ojos. No he andado en grandezas ni en cosas maravillosas sobre mí. Sí, no tenía yo sentimientos humildes, y por el contrario, engreí mi alma. Como el niño destetado junto a su madre, así sea el galardón en mi alma» (Ps. 130,1-2). Ella es, dice un santo, el tesoro del Señor.
Lo que aún aumentará más vuestra confianza en María, es que habiéndole dado en depósito todo cuanto tenéis de bueno para comunicarlo o guardarlo, tendréis menos confianza en vos mismo y mucha de esta bienaventurada Madre Virgen, que es vuestro tesoro. ¡Oh, qué confianza y qué consuelo para un alma el poder decir que el tesoro de Dios, en que el Eterno Padre ha puesto todo lo más precioso, es también suyo!
217. 5.º El alma de la Santísima Virgen se os comunicará para glorificar al Señor; su espíritu entrará en el lugar del vuestro, para regocijarse en Dios, su Salvador, siempre que seáis fiel a las prácticas de esta devoción.
¡Ah! ¿Cuándo llegará aquel dichoso tiempo, dice un santo varón de nuestros días, en que todo estará lleno de María? ¡Ah! ¿Cuándo llegará esa feliz época en que la Virgen Santísima será la señora y soberana de todos los corazones para someterlos plenamente al imperio de su grande y único Jesús? ¿Cuándo las almas respirarán a María, como los cuerpos respiran el aire? Cosas maravillosas sucederán entonces en este lugar de miseria, en que, encontrando el Espíritu Santo a su amada Esposa como reproducida en las almas fieles, vendrá sobre ellas abundantemente y las colmará de sus dones, y particularmente del don de la sabiduría, para obrar maravillas de la gracia; ¿cuándo llegará ese tiempo feliz y ese siglo de María, en que las almas, absorbiéndose en el abismo de su interior, lleguen a ser copias vivientes de María para amar y glorificar a Jesucristo? Este tiempo no llegará más que cuando se conozca la devoción que yo enseño: Venga a nosotros el reinado de María, para que venga, Señor, tu reinado.
218. 6.º Si cultivamos bien a María, que es el árbol de la vida en nuestra alma, siguiendo con fidelidad la práctica de esta devoción, Ella dará su fruto en su tiempo, y este fruto suyo es Jesucristo. Veo a tantos devotos y devotas que buscan a Jesucristo, los unos por un camino y una práctica, los otros por otra, y frecuentemente, después de haber trabajado mucho durante la noche, pueden decir: A pesar de haber trabajado toda la noche no hemos cogido (Lc. 5,5). Y se les puede decir: Habéis trabajado mucho y habéis aprovechado poco; Jesucristo es todavía muy débil en vosotros. Pero por el camino inmaculado de María y por medio de esta práctica divina que enseño, se trabaja durante el día, se trabaja en un lugar santo, se trabaja poco. En María no hay noche, porque en Ella no hay pecado, ni aun la menor sombra de él. María es lugar santo y el Santo de los Santos, en donde los santos han sido formados y moldeados.
219. Observad bien, os lo suplico, que digo que los santos han sido moldeados en María. Hay una gran diferencia entre construir una figura en relieve a golpe de martillo y de cincel, y hacerla por medio de molde; los escultores y estatuarios trabajan mucho en construir figuras del primer modo, y emplean mucho tiempo, pero de la segunda manera trabajan poco y hacen mucho en corto tiempo. San Agustín llama a la Virgen forma Dei, el molde de Dios: Por esto te llamo molde de Dios, dignamente lo fuiste; el molde propio para formar y modelar santos. El que es echado en este molde divino, bien pronto es formado y modelado en Jesucristo, y Jesucristo en él; a poca costa y en poco tiempo llegará a ser semejante a Dios, toda vez que ha sido echado en el mismo molde en que se formó un Dios hecho hombre.
220. Paréceme que bien puedo comparar a estos directores y personas devotas que quieren formar en sí o en otros a Jesucristo, por otras prácticas diferentes de éstas, a los escultores que, poniendo su confianza en su habilidad, en su industria y en su arte, dan infinidad de golpes de martillo y de cincel sobre una piedra dura o un pedazo de madera tosca, para hacer con ella la imagen de Jesucristo, y sucede que no logran sacarla al natural, ya por falta de bastante conocimiento de la persona de Jesucristo, ya por haber dado mal algún golpe que estropea la obra.
Pero a los que abrazan el secreto que les presento, los comparo fundadamente a los fundidores y modeladores que, habiendo encontrado el hermoso molde de María en que Jesús fue natural y divinamente formado, sin fiarse de su propia industria, sino únicamente de la bondad del modelo, se arrojan y se absorben en María para llegar a ser el retrato al natural de Jesucristo.
221. ¡Oh hermosa y verdadera comparación! ¿Quién la comprenderá? Deseo que la comprendan mis queridos lectores; pero tengan presente que no se arroja en el molde más que lo que esta fundido y líquido; es decir, que es menester fundir y destruir en nosotros al viejo Adán, para llegar a ser el nuevo en María.