Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

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Se puede ser Santo

03 jueves Oct 2013

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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En el sermón del monte, el Señor dice: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia porque ellos serán hartos” (Mt. 5,8) Justicia equivale a santidad. San José era un hombre justo, como dice el evangelio. Y todas las personas que practican las virtudes teologales y morales son santas. Jesús nos advierte: “Si vuestra justicia no supera a la de los escribas y fariseos, no entrareis en el reino de los cielos” (Mt. 5,20). Sólo se salvan los santos, los que mueren en gracia de Dios.

Bienaventurados los que tienen grandes deseos de ser santos y ponen los medios necesarios para alcanzar la santidad, porque no basta cualquier deseo de ser perfecto, es necesario, el deseo profundo del corazón, que deja todas las cosas de este mundo para seguir a Cristo en la vida sacerdotal, religiosa o seglar. Cristo le dice al joven rico: “Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sígueme”. El joven no quiso ser santo tenía apego desordenado a las riquezas.

Se habla y escribe mucho de la relajación religiosa de nuestros días en todos los ámbitos. Para mí la explicación está en que muy pocos desean de verdad ser santos. Todos tendemos al mínimo esfuerzo, al estado de bienestar sin complicaciones. Sin esfuerzo personal, sin colaboración humilde con la gracia de Dios, no hay santidad. San Agustín se preguntaba cuál era la causa de que antiguamente bastaba un superior para mil o cinco mil monjes y en su tiempo no bastaba un superior para diez monjes. Su respuesta es que los monjes antiguos tenían en su corazón un vivo y ardiente deseo de ser santos y ponían todos los medios necesarios para conseguirlo con mucho fervor.

Para ser santo, pues basta querer serlo de corazón y aprovechar todas las gracias actuales que el Señor nos da continuamente. El Santo Padre Francisco lo está pidiendo a gritos ¡Católicos sed santos! El mundo necesita santos y santas.

P. Manuel Martínez Cano mCR

Imitación de Cristo XXXVII: Libro Tercero, «De la consolación interior», capítulo 2

25 miércoles Sep 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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alma, consolación interior, consuelo, entendimiento, eterna verad, hijos de Israel, Moisés, profeta Samuel, Señor, siervo

Que la verdad habla dentro del alma sin sonido de palabras

El Alma.- 1. «Habla, Señor, porque tu siervo escucha» (1Re 3,10). «Yo soy tu siervo; dame entendimiento para que sepa tus verdades» (Sal 118,125). Inclina mi corazón a las palabras de tu boca: «Descienda tu habla así como rocío» (Dt 32,2). Decían en otro tiempo los hijos de Israel a Moisés: «Háblanos tú, y oiremos; no nos hable el Señor, porque quizá muramos» (Éx 20,19). No, Señor; yo no te ruego así, sino más bien como el profeta Samuel, con humildad y deseo te suplico: «Habla, Señor, pues tu siervo escucha» (1Re 3,10). No me hable Moisés, ni alguno de los profetas; sino más bien háblame Tú, Señor Dios, inspirador y alumbrador de todos los profetas; pues tú solo, sin ellos, me puedes enseñar perfectamente; pero ellos, sin ti, ninguna cosa aprovecharán.

2. Es verdad que pueden pronunciar palabras, mas no dan espíritu. Elegantemente hablan, mas callando Tú no encienden el corazón. Dicen la letra, mas Tú abres la inteligencia. Predican misterios, mas Tú declaras su sentido recóndito. Dictan mandamientos, pero Tú ayudas a cumplirlos. Muestran el camino, pero Tú das esfuerzo para andarlo. Ellos obran por de fuera solamente, pero Tú instruyes y alumbras los corazones. Ellos riegan la superficie, mas Tú das la fertilidad. Ellos dan voces, pero Tú haces que el oído las perciba.

3. No me hable, pues, Moisés, sino Tú, Señor Dios mío, eterna verdad, para que por desgracia no muera y quede sin fruto, si solamente fuere enseñado de fuera y no encendido por dentro. No me sea para condenación la palabra oída y no obrada, conocida y no amada, creída y no guardada. «Habla, pues, Tú, Señor, pues tu siervo oye» (1Re 3,9), «pues tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,60). Háblame para dar algún consuelo a mi alma, para enmienda de toda mi vida y para eterna alabanza, honra y gloria tuya.

Imitación de Cristo XXXVI

18 miércoles Sep 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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alma fiel, Amado, bienaventurada, cosas eternas, Cristo, Dios, habla interior, inspiraciones divinas, jesucristo, murmuraciones mundanas, Señor, sensualidad

DE LA CONSOLACIÓN INTERIOR

Capítulo 1

Del habla interior de Cristo al alma fiel

El alma.- 1. «Oiré lo que habla el Señor Dios en mí» (Sal 84,9). Bienaventurada el alma que oye al Señor, que habla en ella, y de su boca recibe palabras de consolación. Bienaventurados los oídos que perciben el rumor de las inspiraciones divinas y no cuidan de las murmuraciones mundanas. Bienaventurados los oídos que no escuchan la voz que oyen de fuera, sino la verdad que enseña de dentro. Bienaventurados los ojos que, cerrados a las cosas exteriores, están muy atentos a las interiores. Bienaventurados los que penetran las cosas interiores, y estudian con ejercicios continuos, en prepararse cada día más y más a recibir los secretos celestiales. Bienaventurados los que ansían ocuparse sólo en Dios y se desembarazan de todo impedimento del mundo. ¡Oh alma mía! Considera bien esto y cierra las puertas de tu sensualidad, para que puedas oír lo que habla en ti el Señor tu Dios.

2. Esto dice tu Amado: Jesucristo.- «Yo soy tu salud (Sal 34,2), tu paz y tu vida». Consérvate cerca de mí y hallarás paz. Deja todas las cosas transitorias y busca las eternas. ¿Qué es todo lo temporal sino engañoso? ¿Y qué te valdrán todas las criaturas, si fueres desamparada del Creador? Por esto, dejadas todas las cosas, hazte fiel y grata a tu Creador, para que puedas alcanzar la verdadera bienaventuranza.

Deseos y Virtudes santos

12 jueves Sep 2013

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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deseos, Manuel Martínez Cano, nuevo doctor de la Iglesia, Padre del Cielo, san juan de ávila, Santo Padre Francisco, santo Tomás de Aquino, Santos, Señor, virgen santísima, virtudes

Nuestro nuevo doctor de la Iglesia, san Juan de Ávila, dice que hay personas que en sueños parece que hacen grandes cosas pero que despiertos lo hacen todo al revés. Los sueños, sueños son. No son verdaderos propósitos. El santo exclamaba: ¡Ay de estos que se pasan toda la vida en deseos, y les haya la muerte sin obras! Porque no sólo no les aprovecharán los deseos que tuvieron, antes serán castigados, porque no realizaron las buenas inspiraciones que el Señor les dio.

El Señor quiere que tengamos grandes deseos de practicar las virtudes porque, lo que se desea poco, cuando se recibe, se le tiene en poco. Así las almas se van enfriando hasta caer en la tibieza. San Buenaventura dice que hay personas que tienen buenos propósitos pero que nunca se vencen a sí mismas. En realidad, no son auténticos propósitos sino veleidades: quieren, pero no quieren. “Desea el perezoso, pero nada logra” (Prov. 13, 4)

Si los buenos deseos y propósitos no se pueden realizar sin culpa propia, el Señor los tiene muy presentes y los acepta como realizados. Estamos en las manos y en el corazón de nuestro Padre del Cielo, infinitamente misericordioso. Nada hay que debamos temer:  “El que tenga sed que venga a Mí, y beba” (Jn 7, 37) Sólo tenemos que dar los pasas necesarios. Porque más desea el Señor comunicarnos sus gracias actuales que nosotros recibirlas.

Los santos nos dicen que en el camino de la virtud el no avanza retrocede. Debemos andar al ritmo que nos marca el Señor: “Quien dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo”. (1 Jn 2, 6) Siempre contracorriente como nos exhorta el Santo Padre Francisco. Sobrealimentando  el alma con la oración, el sacrificio y la frecuencia de los sacramentos. Combatiendo los nobles combates de la fe como lo hicieron todos los santos: “El Reino de los Cielos padece violencia y los esforzados son los que lo arrebatan” (Mt. 11, 12) Contra las pasiones desordenadas, la práctica de las virtudes cristianas.

Santo Tomás de Aquino recuerda a los religiosos que viven en estado de perfección, por sus votos de pobreza, castidad y obediencia, que no son perfectos, sino que están obligados a aspirar a la perfección cristiana mediante la práctica de las virtudes teologales y morales. Religiosos, sacerdotes y seglares, estamos creados a imagen y no nos bastan los bienes temporales para calmar el deseo innato de ser felices. Necesitamos los bienes espirituales que nos alcanza la eterna bienaventuranza del Cielo.

Que la Virgen Santísima nos coja de una mano, y nos proteja, bajo su manto, para que nos enseñe a practicar las virtudes sobrenaturales que necesitamos para alcanzar la perfección cristiana a la que hemos sido llamados.

 

P. Manuel Martinez Cano mCR

El Infierno en santa Teresa de Jesús

12 jueves Sep 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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Jaime Pons, pensamientos escogidos de santa teresa de jesús, S.J, santa, Señor, Teresa de Jesús

Después de mucho tiempo que el Señor me había hecho ya muchas de las mercedes que he dicho, y otras muy grandes, estando un día en oración me hallé en un punto toda sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado y yo merecido por mis pecados.[1] Ello fue en brevísimo espacio; mas aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme.

Parecía me la entrada a manera de un callejón muy largo y estrecho, a manera de horno muy bajo y obscuro y angosto. El suelo me parecía de una agua como lodo muy sucio y de pestilencial olor, y muchas sabandijas malas en él. Al cabo estaba una concavidad metida en una pared, a manera de una alacena a donde me vi meter en mucho estrecho. Todo esto era deleitoso a la vista en comparación de lo que allí sentí. Esto que he dicho va mal encarecido.

Esto otro me parece que aun principio de encarecerse como es, no lo puede haber, ni se puede entender. Mas sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es, los dolores corporales tan incomportables, que con haberlos pasado en esta vida gravísimas, y según dicen los médicos, los mayores que se pueden acá pasar, porque fue encogérseme todos los nervios, cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aun algunos, como he dicho, causados del demonio, no es todo nada en comparación de lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar. Esto no es, pues, nada en comparación del agonizar del alma: un apretamiento, un, ahogamiento una aflicción tan sensible y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo lo encarecer: porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco, porque allí parece que otro os acaba la vida, más aquí el alma misma es la que se despedaza. El caso es que yo no sé como encarezca aquel fuego interior y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar, a lo que me parece, y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor.

Estando en tan pestilencial lugar, tan sin poder esperar consuelo, no hay sentarse, ni echarse, ni hay lugar, aunque me pusieran en este como agujero hecho en la pared, porque estas paredes, que son espantosas a la vista, aprietan ellas mismas, y todo ahoga. No hay luz sino todo tinieblas oscurísimas.

Yo no entiendo como puede ser esto, que con no haber luz, lo que a la vista le ha de dar pena, todo se ve.

No quiso el Señor entonces viese más de todo el infierno. Después he visto otra visión de cosas espantosas, de algunos vicios el castigo; cuanto a la vista muy más espantosas me parecieron; mas como no sentía la pena, no me hicieron tanto temor, que en esta visión quiso el Señor que verdaderamente yo sintiese aquellos tormentos y aflicción en el espíritu, como si el cuerpo lo estuviera padeciendo.

Yo no sé cómo ello fue, más bien entendí ser gran merced, y que quiso el Señor yo viese por vista de los ojos de donde me había librado su misericordia: porque no es nada oírlo decir, ni haber yo otras veces pensado en diferentes tormentos, aunque pocos (que por temor no se llevaba bien mi alma), ni que los demonios atenazan, ni otros diferentes tormentos que he leído: no es nada comparado con esta pena, porque es otra cosa; en fin, como de dibujo a la verdad; y el quemarse acá es muy poco en comparación de este fuego de allá.

Yo quedé tan espantada, y aun lo estoy ahora escribiéndolo, con que casi seis años; y es ansí que me parece el calor natural que me falta de temor aquí donde estoy, y ansí no me acuerdo ver que tenga trabajo en dolores, que no me parezca no nada todo lo que acá se puede pasar, y ansí me parece en parte que nos quejamos sin propósito. Y ansí torno a decir que fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, ansí para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y dar gracias al Señor que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles.

¿Qué será de la pobre alma que, acabada de salir de los dolores y trabajos de la muerte cae luego en manos del demonio? ¡Negro descanso le viene! ¡Qué despedazada irá al infierno! ¡Qué temeroso lugar! ¡Qué desventurado hospedaje! Pues para una noche una mala posada no hay quien la sufra si es personas regaladas, que son los que más deben de ir allá: pues posada de para siempre, siempre, para sin fin, ¿qué pensáis sentirá aquella triste alma?

¿Qué será de los pobres que están en el infierno? que no se han de mudar para siempre: que, aunque sea de trabajo a trabajo, parece de algún alivio.

Para librarnos del infierno merecido, todo es poco.

Todo me parece fácil en comparación de un momento que se haya de sufrir lo que se padece en el infierno.

Vi cuán bien se merece el infierno por una sola culpa mortal, porque no se puede entender cuán gravísima cosa es hacerla delante de tan gran Majestad; y ansí se ve más su misericordia, pues entendiendo nosotros todo esto nos sufre.

¡Oh, válame Dios! ¡Qué gran tormento es para mí, cuando considero qué sentirá un alma que siempre ha sido acá tenida y querida y servida y estimada y regalada, cuando en acabándose de morir se vea ya perdida para siempre, entienda claro que no ha de tener fin! ¡Que allí no le valdrá querer no pensar las cosas de la fe, como acá ha hecho, y se vea apartar de lo que le parecerá que aún no había comenzado a gozar! Y con razón, porque como todo lo que con la vida se acaba es un soplo, y rodeada de aquella compañía disforme y sin piedad, con quien siempre ha de padecer, metida en aquel lago hediondo lleno de serpientes, que la que más pudiere la dará mayor bocado, en aquella miserable oscuridad, a donde no verán sino lo que les dará tormento y pena, sin ver luz sino de una llama tenebrosa.

¡Oh qué poco encarecido va para lo que es! ¡Oh Señor! ¿quién puso tanto lodo en los ojos de los mortales, que no vean esto hasta que estén allí? ¿Quién ha atapado sus oídos para no oír las muchas veces que se les había dicho esto, y la eternidad de estos tormentos?

¡Oh vida que no se acabará! ¡Oh tormento sin fin! ¡Oh tormento sin fin! ¿Cómo no os temen los que temen dormir en una dura cama, por no dar pena a su cuerpo?

Pensamientos escogidos de santa Teresa de Jesús
P. Jaime Pons, S. J. Barcelona-1908 (pp. 22)


[1] Dice esto la Santa Madre por su profunda humildad; puesto que todos los que conocieron los más íntimos secretos de su alma, y la misma Bula de su Canonización, están concordes en asegurar que jamás manchó su alma con ningún pecado mortal.

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