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Parte Primera
DE LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
EN GENERAL
De la verdadera devoción a la Santísima Virgen
111. He dicho ya muchas cosas de la Santísima Virgen y, sin embargo, tengo más que decir, y aún omitiré infinitamente más, ya por ignorancia, ya por insuficiencia, ya por falta de tiempo, según el designio que tengo de formar un verdadero devoto de María y un verdadero discípulo de Jesucristo.
112. ¡Oh! ¡qué bien empleado estaría mi trabajo si, cayendo este breve escrito entre las manos de un alma bien nacida, nacida de Dios y de María, y no de la sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, le descubriese e inspirase por gracia del Espíritu Santo la excelencia y el precio de la verdadera y sólida devoción a la Santísima Virgen, que deseo ahora manifestar! Si supiese yo que mi sangre criminal podría servir para escribir en el corazón de mis lectores las verdades que escribo en honor de mi amada Madre y Soberana Señora, de quien soy el último de los hijos y esclavos, usaría de ella en lugar de tinta para trazar estos caracteres, con la esperanza que abrigo de hallar almas buenas que, por su fidelidad a la práctica que voy a enseñar, resarcirán a mi amada Madre y Señora de las pérdidas causadas por mi ingratitud y mis infidelidades.
113. Hoy más que nunca me siento animado a creer y a esperar todo lo que tengo grabado profundamente en el corazón y que hace tantos años pido a Dios, a saber: tarde o temprano la Santísima Virgen tendrá más hijos, servidores y esclavos de amor que nunca, y que por este medio Jesucristo, mi querido Dueño, reine cual nunca en los corazones.
114. Preveo que surgirán bestias enemigas que bramarán furiosas intentando destrozar con sus diabólicos dientes este escrito pequeño, o al menos sepultarlo en el silencio de un cofre a fin de que no aparezca jamás, y también atacarán y perseguirán a los que lo lean y pongan en práctica. Pero ¿qué importa? Tanto mejor. Esta perspectiva me anima y hace esperar un gran éxito, es decir, un gran escuadrón de bravos y valientes soldados de Dios y de María, de uno y otro sexo, para combatir al mundo, al demonio y a la naturaleza corrompida en los tiempos, más que nunca peligrosos, que van a venir.
Quien lea entienda (Mat. 24,15). Quien pueda comprender, comprenda (Mat. 19,12).