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No por no amar ni por sentirse extraño
del bien presente que la vida ofrece,
ni por considerar que no merece
esfuerzo alguno lo que anula el año.
No por prudencia de evitar el daño
ni por temer al mal que el bien padece,
tonsuró su cabeza y encanece
vistiendo su figura negro paño.
Fue porque estaba de espinas coronado
el que hizo florecer nuestro desierto.
Fue por estar su Dios crucificado.
Fue porque, al ver su corazón abierto,
ansió con ardor ser transformado
en nuevo Cristo para el hombre muerto.
Santiago Arellano Hernández
1972