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San Ignacio nos dice que el hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor. La reverencia a Dios
nuestro Señor, exterior e interior, nace de la contemplación de la grandeza de Dios, de sus atributos divinos: sabiduría infinita, omnipotente, misericordioso, Verdad y Amor eterno… La presencia del Vicario de Cristo nos impulsa a venerarle. Deberíamos sentirnos abrumados y anonadados ante Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Andar cada instante en la presencia de Dios, sin atrevernos a mirarle, sin alzar la voz, en silencio amoroso ¡Qué grandeza, qué poder, qué hermosura, qué realeza la de nuestro Dios!¡Qué poco nos impresiona hoy la grandeza de Dios!
Cuanta deficiencia vemos en el culto exterior a Dios. San Juan de Ávila viendo a un sacerdote que celebraba la Santa Misa sin recogimiento le dijo: “Trátelo bien que es hijo de buena Madre”. Un amigo sacerdote, me dijo que Madre Teresa de Calcuta asistió a la inauguración de una de sus casas de misericordia. Al salir el sacerdote de la sacristía para celebrar la Santa Misa sin la casulla, salió inmediatamente de la capilla. Sus hijas le preguntaron si se encontraba indispuesta. La respuesta de la beata fue: No. Es que un sacerdote que se atreve a celebrar la Misa sin los ornamentos sagrados prescritos por la Iglesia no puede predicar nada que me interese.
La beata Jacinta de Fátima decía: “Madrina ¡Pida mucho por los sacerdotes! ¡Pida mucho por los religiosos! Los sacerdotes sólo deberían preocuparse por las cosas de la Iglesia. Los sacerdotes deben ser puros, muy puros. La desobediencia de los Sacerdotes y de los Religiosos a sus superiores y al Santo Padre ofende mucho a nuestro Señor”. La Misericordia Divina, nuestro Señor Jesucristo se quejó amargamente ante Santa María Faustina Kowalska de la falta de reverencia y del comportamiento mundano y frívolo de sacerdotes, religiosos y religiosas. Recemos con fervor.
Nuestro santo doctor, san Juan de Ávila, nos dice: “Vete siempre en la presencia de Dios, trabajando de andar siempre compuesto con reverencia delante de tan gran Señor, gozándote de que su Majestad sea en si mismo tan lleno de gloria como es… Si bien miras, gran parte de nuestras obras van mezcladas de mil imperfecciones, y viéndolas su Majestad, delante de cuyo acatamiento tiemblan los serafines, tan tibias, tan sin reverencia y con tanta mezcla de imperfecciones, está muy claro que las acepta Dios por el amor de su unigénito Hijo”.
La Santa Misa es el acto más sublime y más santo que se celebra todos los días en la Tierra. Nada hay más sublime en el mundo de nuestro Señor Jesucristo, y nada más sublime en Jesucristo que el Santo Sacrificio de la Cruz en el Calvario, actualizado en cada Santa Misa que se celebra en la Tierra. La Santa Misa es la renovación del Sacrificio de la Cruz, es el mismo Sacrificio de la Cruz incruento. Santa Misa, Cena del Señor y Sacrificio de la Cruz son un mismo Sacrificio. “Con la Santa Misa se tributa a Dios más honor y reverencia que pueden tributarle todos los ángeles y santos del Cielo. Puesto que el de éstos, es un honor de criaturas, mas en la Santa Misa se le ofrece su mismo Hijo Jesucristo, que le tributa un Honor Infinito”(San Alfonso Mª de Ligorio).
Durante la celebración de la Santa Misa, en la consagración, te arrodillas en medio de una multitud de ángeles, arcángeles y querubines, que están presentes en torno del altar. Santa Teresa de Jesús suplicaba un día al Señor que le indicara como podría reparar sus ofensas y
pagarle los dones que le había concedido. Jesús le contestó: “Oyendo una Misa”. El santo cura de Ars, san Juan María Vianney decía: “Todas las buenas obras del mundo reunidas, no equivalen al Santo Sacrificio de la Misa, porque son obras de los hombres, mientras que la Misa es obra de Dios. En la Misa, es el mismo Jesucristo Dios y Hombre Verdadero el que se ofrece al Padre para remisión de los pecados de todos los hombres y al mismo tiempo le rinde un Honor infinito”.
Ningún día sin participar devota y fervorosa en la Santa Misa. Para adorar a Dios Padre y darle el honor que se merece; para darle gracias por tantos favores naturales y sobrenaturales que nos ha concedido en nuestra vida; para aplacar su justa ira y por tantos pecados cometidos por los hombres y las mujeres; para implorar su misericordia divina para todos los habitantes del mundo; para llenar el Cielo de almas y hacer más gloriosa la pasión de Cristo.
P.Manuel Martínez Cano mCR