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De joven, san Agustín, se dejó arrastrar por las pasiones desordenadas, la vanagloria y la mundanidad. Leed su autobiografía, sus Confesiones. Se convirtió, ya de mayor, por las oraciones y lágrimas de su madre Santa Mónica y llegó a ser uno de los Santos Padres de la Iglesia más sabios. Así exclama, ya convertido: ¡Tarde te conocí, oh, verdad antigua! ¡Tarde te conocí, oh verdad eterna! Tú estabas en la luz y yo en las tinieblas y no te conocía, porque no podía ser iluminado sino por Ti, pues no existe la luz fuera de Ti.
Este joven africano de Hipona, profesó durante unos años, el maniqueísmo, error filosófico y religioso, que le incapacitaba para llegar al conocimiento de la verdad. Vivía en pecado, como él mismo reconoció, y el pecado consiste en rechazar a Dios, en rechazar la luz de Cristo que vino al mundo pero el mundo lo rechazó: La verdadera luz estaba en el mundo: el Verbo que hizo el mundo; pero el mundo no lo reconoció(Jn. 1, 9-10)
La verdad es Cristo: Yo soy el camino, la Verdad y la vida. Y el beato Juan Pablo II exclamaba en el Monte del Gozo, aquí en nuestra patria España: ¡La Verdad es Jesucristo! ¡Amad la Verdad! ¡Vivid en la Verdad! ¡Llevad la Verdad al mundo! ¡Sed testimonios de la Verdad que salva, es la Verdad entera hacia la que nos guiará el Espíritu de la Verdad!
La Verdad es Cristo y la mentira es Satanás – padre de la mentira- que inocula en las almas su soberbia, para que los hombres y las mujeres no puedan conocer la Verdad. El mismo san Agustín nos enseña el camino para conocer la verdad: Si me preguntas cuál es el camino que conduce al conocimiento de la verdad, qué cosa es lo esencial de la religión de Jesucristo, te responderé: Lo primero es la humildad, lo segundo es la humildad y lo tercero es la humildad y cada vez que hagáis la misma pregunta, os daré la misma respuesta.
Nuestra santa Teresa de Jesús dice: Humildad es andar en Verdad. Para conocer y vivir en la verdad, hemos de ser humildes. Es lo único que Cristo nos dijo de Él: Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón.
¡Oh, Buen Jesús, hazme humilde como Tú!
P. Manuel Martínez Cano, mCR
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