Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

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Imitación de Cristo XXXIX (39): Que las palabras de Dios se deben oír con humildad, y muchos no las consideran como deben II

10 jueves Oct 2013

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humildad, Palabras de Dios, vicios, virtudes

 

4. Escribe tú mis palabras en tu corazón y considéralas con diligencias, pues en el tiempo de la tentación te serán muy necesarias.
Lo que no entiendes ahora cuando lo lees, conoceráslo en el día de mi visitación.
De dos maneras acostumbro visitar a mis escogidos; esto es, con tentación y consolación.
Y dos lecciones les leo cada día: una reprendiendo sus vicios; otra, amonestándolos al adelantamiento en las virtudes.
El que tiene mis palabras y las desprecia, tiene quien le juzgue en el postrero día.

Oración

Para pedir la gracia de la devoción

5. Señor Dios mío, tú eres todo mi bien. ¿Quién soy yo para que me atreva a hablarte?
Yo soy un pobrísimo siervecillo tuyo y gusanillo desechado, mucho más pobre y despreciable de lo que yo sé y puedo decir.
Pero acuérdate, Señor, que nada soy, nada tengo y nada valgo.
Tú solo eres bueno, justo y santo; tú lo puedes todo, lo das todo, lo llenas todo, dejando vacío solamente al pecador.
«Acuérdate de tus misericordias» (Sal 24,6) y llena mi corazón de tu gracia, pues no quieres que sean vacías tus obras.
¿Cómo podré sufrirme en esta miserable vida, si no me confortares con tu gracia y misericordia?
«No apartes de mí tu rostro» (Sal 26,9); no dilates tu visitación: no me quites tu consuelo, porque no sea «mi alma para ti como la tierra sin agua» (Sal 142,6).
Señor, «enséñame a hacer tu voluntad» (Sal 142,10); enséñame a conversar delante de ti digna y humildemente, pues tú eres mi sabiduría, que en verdad me conoces y conociste antes que el mundo se hiciese y yo naciese en el mundo.

 

Deseos y Virtudes santos

12 jueves Sep 2013

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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deseos, Manuel Martínez Cano, nuevo doctor de la Iglesia, Padre del Cielo, san juan de ávila, Santo Padre Francisco, santo Tomás de Aquino, Santos, Señor, virgen santísima, virtudes

Nuestro nuevo doctor de la Iglesia, san Juan de Ávila, dice que hay personas que en sueños parece que hacen grandes cosas pero que despiertos lo hacen todo al revés. Los sueños, sueños son. No son verdaderos propósitos. El santo exclamaba: ¡Ay de estos que se pasan toda la vida en deseos, y les haya la muerte sin obras! Porque no sólo no les aprovecharán los deseos que tuvieron, antes serán castigados, porque no realizaron las buenas inspiraciones que el Señor les dio.

El Señor quiere que tengamos grandes deseos de practicar las virtudes porque, lo que se desea poco, cuando se recibe, se le tiene en poco. Así las almas se van enfriando hasta caer en la tibieza. San Buenaventura dice que hay personas que tienen buenos propósitos pero que nunca se vencen a sí mismas. En realidad, no son auténticos propósitos sino veleidades: quieren, pero no quieren. “Desea el perezoso, pero nada logra” (Prov. 13, 4)

Si los buenos deseos y propósitos no se pueden realizar sin culpa propia, el Señor los tiene muy presentes y los acepta como realizados. Estamos en las manos y en el corazón de nuestro Padre del Cielo, infinitamente misericordioso. Nada hay que debamos temer:  “El que tenga sed que venga a Mí, y beba” (Jn 7, 37) Sólo tenemos que dar los pasas necesarios. Porque más desea el Señor comunicarnos sus gracias actuales que nosotros recibirlas.

Los santos nos dicen que en el camino de la virtud el no avanza retrocede. Debemos andar al ritmo que nos marca el Señor: “Quien dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo”. (1 Jn 2, 6) Siempre contracorriente como nos exhorta el Santo Padre Francisco. Sobrealimentando  el alma con la oración, el sacrificio y la frecuencia de los sacramentos. Combatiendo los nobles combates de la fe como lo hicieron todos los santos: “El Reino de los Cielos padece violencia y los esforzados son los que lo arrebatan” (Mt. 11, 12) Contra las pasiones desordenadas, la práctica de las virtudes cristianas.

Santo Tomás de Aquino recuerda a los religiosos que viven en estado de perfección, por sus votos de pobreza, castidad y obediencia, que no son perfectos, sino que están obligados a aspirar a la perfección cristiana mediante la práctica de las virtudes teologales y morales. Religiosos, sacerdotes y seglares, estamos creados a imagen y no nos bastan los bienes temporales para calmar el deseo innato de ser felices. Necesitamos los bienes espirituales que nos alcanza la eterna bienaventuranza del Cielo.

Que la Virgen Santísima nos coja de una mano, y nos proteja, bajo su manto, para que nos enseñe a practicar las virtudes sobrenaturales que necesitamos para alcanzar la perfección cristiana a la que hemos sido llamados.

 

P. Manuel Martinez Cano mCR

Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen XX

22 miércoles May 2013

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De la verdadera devoción a la Santísima Virgen

105. Después de haber descubierto y condenado las falsas devociones a la Santísima Virgen, es menester establecer en pocas palabras la verdadera, que es: 1.º, interior; 2.º, tierna; 3.º, santa; 4.º, constante; 5.º, desinteresada.

106. 1.º La devoción a la Santísima Virgen debe ser interior, es decir, debe partir del espíritu y del corazón; nace dicha devoción de la estima que se hace de la Virgen, de la alta idea que uno se ha formado de sus grandezas y del amor que se la tiene.

107. 2.º Es tierna, es decir, llena de confianza en la Santísima Virgen, como la de un niño para con su buena madre. Esta devoción es la que hace que un alma recurra a Ella en todas sus necesidades de cuerpo y espíritu con mucha sencillez, confianza y ternura; que implore la ayuda de su buena Madre en todo tiempo, en todo lugar y en todas las cosas; en sus dudas, para ser ilustrada; en sus extravíos, para ser enderezada; en sus tentaciones, para ser sostenida; en sus debilidades, para ser fortalecida; en sus caídas, para ser levantada; en sus abatimientos para ser animada; en sus escrúpulos, para ser librada de ellos; en las cruces, trabajos y contrariedades de la vida, para ser consolada. En fin, en todos los males de cuerpo y de espíritu, María es su recurso ordinario, sin temor de importunar a esta buena Madre ni de desagradar a Jesucristo.

108. 3.º La verdadera devoción a la Virgen es santa, es decir, que conduce a un alma a evitar el pecado y a imitar las virtudes de la Santísima Virgen, en particular la humildad profunda, la fe viva, la ciega obediencia, la continua oración, su universal mortificación, la pureza incomparable, la caridad ardiente, la heroica paciencia, la dulzura angelical y la divina sabiduría. Tales son las diez principales virtudes de la Santísima Virgen.

109. 4.º La verdadera devoción a la Santísima Virgen es constante; afirma a un alma en el bien y la lleva a no abandonar fácilmente las prácticas de devoción; la hace animosa para oponerse al mundo, y a sus costumbres y sus máximas, a la carne con sus apetitos y sus pasiones, y al demonio en sus tentaciones; de modo que una persona verdaderamente devota de la Santísima Virgen no es mudable, melancólica, escrupulosa ni medrosa.
Lo cual no quiere decir que no caiga ni cambie alguna vez en sus buenos hábitos y en su devoción; pero si cae, se levanta en seguida tendiendo la mano a su buena Madre; si pierde el gusto y la devoción sensible, no por esto se apena, porque el justo y el devoto fiel de María vive de la fe de Jesús y de María y no de los sentimientos de la naturaleza.

110. 5.º En fin, la verdadera devoción a la Santísima Virgen es desinteresada; es decir, inspira a un alma que no se busque a sí misma; sino sólo a Dios en su Santísima Madre. Un verdadero devoto de María no ama a esta augusta Reina por espíritu de lucro y de interés, ni por su bien temporal ni espiritual, sino únicamente porque merece ser servida, y Dios sólo en Ella; no ama a María precisamente porque le haya hecho algún bien o porque lo espera de Ella, sino porque María es sumamente amable. Por esto la ama y la sirve tan fielmente en los disgustos y sequedades como en las dulzuras y fervores sensibles; lo mismo sobre el Calvario como en las bodas de Caná. ¡Oh! ¡cuán agradable y precioso es a los ojos de Dios y de su Santísima Madre un devoto tal de la Virgen que nada busca en los servicios que la presta! Pero ¡qué raro es al presente! Precisamente porque no sea tan raro he emprendido este trabajo de traducir al papel lo que he enseñado con fruto en público y en privado en mis misiones durante tantos años

Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen XVIII

07 martes May 2013

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avaricia, cólera, cofradías, contricción, conversión de los pecadores, cristianos, devotos, devotos exteriores, devotos presuntuosos, embriaguez, espíritu interior, gracia, imitar, impureza, injusticia, jurar, malediciencia, maría, Misas, orgullo, pasiones, pecadores, pecavvi, perniciosa, piedad, presunción, procesiones, sacrilegio, violentar, virtudes

Parte Primera

DE LA DEVOCIÓN A LA SANTÍSIMA VIRGEN
EN GENERAL

De las falsas devociones a la Santísima Virgen

96. Los devotos exteriores son las personas que cifran toda su piedad para con María en prácticas externas; que no gustan más que de la exterioridad de la devoción a la Santísima Virgen, porque carecen de espíritu interior; que rezarán muchos rosarios, pero siempre a toda prisa; oirán muchas Misas, pero sin atención; asistirán a las procesiones, pero sin devoción; entrarán en todas las Cofradías, pero sin enmendar su vida, sin violentar sus pasiones, sin imitar las virtudes de la Santísima Virgen.
No entienden sino la parte sensible de la devoción, ni gustan de su parte sólida; si no experimentan algo sensible en sus prácticas espirituales, creen que no hacen nada, se desentienden y lo abandonan todo, o lo hacen a la carrera y sin gusto.
El mundo está lleno de esta clase de devotos exteriores, y no hay gente que murmure más que ellos de las personas de verdadera oración, de las que, consagradas a la vida interior, creen que lo interior es la parte esencial, sin menospreciar por esto la devoción exterior, que va siempre junta con la verdadera y sólida devoción.

97. Los devotos presuntuosos son los pecadores abandonados a sus pasiones o los amantes del mundo que, con el nombre de cristianos y devotos de la Santísima Virgen, esconden, o el orgullo, o la avaricia, o la impureza, o la embriaguez, o la cólera, o el hábito de jurar, o la maledicencia, o la injusticia; devotos falsos que se duermen pacíficamente en sus malos pasos, sin hacerse violencia para corregirse; so pretexto de que son devotos de la Santísima Virgen, se prometen que Dios les perdonará, que no morirán sin confesión y que no se condenarán porque rezan el rosario, ayunan los sábados, pertenecen a tal o cual Cofradía, y van cargados de medallas y escapularios.
Cuando se les dice que su devoción no es más que una ilusión del demonio y una presunción perniciosa capaz de causarles su eterna perdición, no lo quieren creer; dicen que Dios es muy bueno y misericordioso, que no nos ha criado para condenarnos, que no hay hombre que no peque, que no morirán sin confesión, que basta un buen peccavi (¡Señor, pequé!) a la hora de la muerte, que ellos son devotos de la Virgen, que llevan el escapulario, que todos los días rezan en su honra, sin respeto humano ni vanidad, siete Padrenuestros y siete Avemarías, que rezan también alguna vez el rosario y el Oficio de la Santa Virgen, que ayunan, etc., etc.
En confirmación de lo que dicen, y para mayor ceguedad, cuentan algunas historias que han oído o leído en libros, verdaderos o falsos, poco importa, historias que acreditan que personas muertas en pecado mortal y sin confesión han resucitado para confesarse, o que su alma ha sido milagrosamente detenida en el cuerpo hasta después de la confesión, o que a la hora de la muerte han alcanzado, por la misericordia de la Santísima Virgen, la contrición y el perdón de los pecados, y, por consiguiente, se han salvado, porque durante su vida habían rezado algunas oraciones o ejecutado algunas prácticas de devoción a la Virgen, y así, esperan ellos obtener la misma gracia.

98. Nada es tan condenable en el Cristianismo como esta presunción diabólica, porque ¿es posible que se diga en verdad que se ama y se honra a la Virgen cuando por los pecados se hiere, se crucifica y se ultraja despiadadamente a Jesucristo su Hijo? Si María se obligase a salvar a esta clase de gentes, su misericordia autorizaría el crimen, y ayudaría a crucificar, a ultrajar a su divino Hijo, y ¿quién osará jamás pensarlo?

99. Abusar así de la devoción a la Santísima Virgen, que después de la devoción a Nuestro Señor es la más santa y sólida, es cometer un horrible sacrilegio, el mayor y el menos perdonable después del de la Comunión indigna.
Confieso que para ser verdaderamente devoto a la Virgen no es absolutamente necesario ser tan santo que se evite todo pecado, aunque esto sería de desear; pero sí es a lo menos menester (nótese bien lo que voy a decir): 1.º, estar en una resolución sincera de evitar, al menos, todo pecado mortal que ultraje tanto a la Madre como al Hijo; 2.º, violentarse para evitar el pecado; 3.º, ingresar en las cofradías, rezar la Corona, el santo Rosario u otras oraciones, ayunar los sábados, etc.

100. Todo esto es admirablemente útil para la conversión de los pecadores, aunque endurecidos, y si mi lector es de estos pecadores, aunque tuviera un pie en el abismo, le aconsejo practique algunas de estas devociones, si bien a condición de hacer estas buenas obras con la intención de obtener de Dios, por la intercesión de la Santísima Virgen, la gracia de la contrición y del perdón de sus pecados, y la fortaleza para vencer sus malos hábitos, y no con el fin de permanecer pacíficamente en estado de pecado mortal contra los remordimientos de su conciencia, el ejemplo de Jesucristo y de los Santos y las máximas del Evangelio.

Imitación de Cristo XVII

24 miércoles Abr 2013

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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Capítulo 23

De la meditación de la muerte

 1. Muy presto será contigo este negocio; mira cómo te has de componer.
Hoy es el hombre y mañana no parece.
En quitándolo de la vista, presto se va también de la memoria.
¡Oh torpeza y dureza del corazón humano, que solamente piensa en lo presente y no se cuida de lo porvenir!
Así habías de conducirte en toda obra y pensamiento, como si hoy hubieses de morir.
Si tuvieses buena conciencia, no temerías mucho la muerte.
Mejor fuera evitar los pecados que huir de la muerte.
Si no estás dispuesto hoy, ¿cómo lo estarás mañana?
Mañana es día incierto, ¿y qué sabes si amanecerás mañana?

2. ¿Qué aprovecha vivir mucho, cuando tan poco nos enmendamos?
¡Ah! La larga vida no siempre nos enmienda; antes muchas veces añade pecados.
¡Ojalá hubiéramos vivido siquiera un día bien en este mundo!
Muchos cuentan los años de su conversión; pero muchas veces es poco el fruto de la enmienda.
Si es temeroso el morir, puede ser que sea más peligroso el vivir mucho.
Bienaventurado el que tiene siempre la hora de la muerte delante de sus ojos y se dispone cada día a morir.
Si has visto alguna vez morir un hombre, piensa que por aquella carrera has de pasar.

3. Cuando fuere de mañana, piensa que no llegarás a la noche; y cuando fuere de noche, no te atrevas a prometerte la mañana.
Por eso está siempre prevenido y vive de tal manera que nunca te halle la muerte inadvertido.
Muchos mueren de repente, porque «en la hora que no se piensa vendrá el Hijo del Hombre» (Lc 12,40).
Cuando viniere aquella hora postrera, de otra suerte comenzarás a sentir de toda tu vida pasada y te dolerás mucho de haber sido tan negligente y perezoso.

4. ¡Qué bienaventurado y prudente es el que vive de tal modo cual desea lo halle Dios en la muerte!
Porque el perfecto desprecio del mundo, el ardiente deseo de aprovechar en las virtudes, el amor de la observancia, el trabajo de la penitencia, la prontitud de la obediencia, la abnegación de sí mismo, la paciencia en toda adversidad por amor de Cristo, gran confianza te darán de morir felizmente.
Muchas cosas buenas puedes hacer cuando estás sano; pero cuando enfermo, no sé qué podrás. Pocos se enmiendan en la enfermedad; y los que andan en muchas romerías, tarde se santifican.

5. No confíes en amigos ni en vecinos, ni dilates para después tu salvación, porque más presto de lo que piensas estarás olvidado de los hombres.
Mejor es ahora, con tiempo, prevenir algunas buenas obras que envíes adelante, que esperar en el socorro de otros.
Si tú no eres solícito para ti ahora, ¿quién tendrá cuidado de ti después?
Ahora es el tiempo muy precioso; «ahora son los días de salud; ahora es el tiempo aceptable» (2Cor 6,2).
Pero, ¡ay dolor!, que lo gastas sin aprovecharte, pudiendo en él ganar con qué vivir eternamente.
Vendrá cuando desearías un día o una hora para enmendarte, y no sé si te será concedida.

6. ¡Oh hermano! ¡De cuánto peligro te podrías librar, y de cuán grave espanto salir, si estuvieses siempre temeroso de la muerte y preparado para ella!
Trata ahora de vivir de modo que en la hora de la muerte puedas más bien alegrarte que temer.
Aprende ahora a morir al mundo, para que entonces comiences a vivir con Cristo.
Aprende ahora a despreciarlo todo, para que entonces puedas libremente ir a Cristo.
Castiga ahora tu cuerpo con penitencia, porque entonces puedas tener confianza cierta.

7. ¡Oh necio! ¿Por qué piensas vivir mucho, no teniendo un día seguro?
Cuántos se han engañado y han sido separados del cuerpo cuando no lo esperaban!
¿Cuántas veces oíste contar que uno murió a cuchillo, otro se ahogó, otro cayó de lo alto y se quebró la cabeza, otro comiendo se quedó pasmado, a otro jugando le vino su fin? Uno murió con fuego, otro con hierro, otro de peste, otro pereció a manos de ladrones; y así la muerte es fenecimiento de todos, y la vida de los hombres se pasa como sombra rápidamente.

8. ¿Quién se acordará de ti, y quién rogará por ti después de muerto?
Haz ahora, hermano, haz lo que pudieres, que no sabes cuándo morirás; no sabes lo que te acaecerá después de la muerte.
Ahora que tienes tiempo, atesora riquezas inmortales.
Nada pienses fuera de tu salvación y cuida solamente de las cosas de Dios.
«Granjéate ahora amigos», venerando a los santos de Dios e imitando sus obras, «para que cuando salieres» de esta vida «te reciban en las moradas eternas» (Lc 16,9).

9. Trátate como huésped y peregrino sobre la tierra a quien no le va nada en los negocios del mundo.
Guarda tu corazón libre y levantado a Dios, porque aquí «no tienes domicilio permanente» (Heb 13,14).
Allí endereza tus oraciones y gemidos, cada día con lágrimas, porque merezca tu espíritu, después de la muerte, pasar dichosamente al Señor. Amén.

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