Su Santidad Benedicto XVI ha dicho que se habla muy poco del pecado de Dios en materia grave, con plena advertencia y perfecto consentimiento. Es un desorden monstruoso que lleva consigo el castigo de las penas eternas del infierno. ¡Oh pecado! ¿Quién no se espantará de ti, de que puedes tornar a Dios de manso en airado, de amoroso en aborrecedor, y que envíe al infierno y para siempre castigo a quien creó a su imagen y semejanza, y a quien había tomado por hijo y prometido la herencia del cielo? ¿Quién habrá que no te aborrezca? (San Juan de Ávila).
El pecado mortal es un suicidio espiritual del alma que queda privada de la vida eterna; es la destrucción del alma del cristiano como templo vivo de la Santísima Trinidad; es la única desgracia que merece propiamente el nombre de tal; por eso, encierra en sí una malicia en cierto modo, infinita. Por el pecado moral, el cristiano se hace esclavo de Satanás, pierde la dignidad de hijo de Dios y queda es estado de condenación eterna. El pecado entra por una puerta y Dios sale por la otra ¡Oh malaventurado de aquel que dice de Dios: Salíos, que quiero meter en mi casa al demonio! (San Juan de Ávila).
Santa Teresa de Jesús, decía: En ninguna manera sufriera andar en pecado mortal solo un día, si yo lo entendiera. Para que todo entendamos, debemos saber que para cometer un pecado mortal se requiere, por parte del entendimiento, la advertencia plena de la grave malicia de la acción pecaminosa. Es decir, que nos demos cuenta de lo que estamos haciendo (si estamos semidormidos no hay advertencia plena) y que advirtamos que estamos cometiendo un pecado. Para que haya pecado mortal, se requiere también el consentimiento perfecto de la voluntad. Es decir, que la voluntad realice el acto pecaminoso a pesar de darse cuenta que es un acto malo, prohibido por Dios.
Es muy importante saber distinguir entre sentir y consentir. Sentir es un fenómeno puramente sensitivo de la parte animal de la persona, que no tiene malicia moral. Consentir es la intervención activa de la voluntad, facultad espiritual propia de la persona humana, que consiente hacer un acto bueno o malo, según corresponda con la ley moral. El desánimo y la desesperación vienen del diablo. Nuestro Señor Jesucristo le dijo a Santa
Catalina: El pecado de desesperación me ofende más que el abuso de la confianza y es más grave para los pecadores que todos los otros pecados y cometieron en el curso de su existencia. San Francisco de Sales, de quien se dice que imitó perfectamente la mansedumbre de Cristo, nos recuerda que: Es preferible morir antes que pecar consciente y deliberadamente, pero cuando caemos, es preferible todo antes que perder el ánimo, la esperanza y la voluntad, pues el Señor lo convertirá todo en gloria y honra suya.
Nuestro Señor Jesucristo, la Divina Misericordia, dijo a Santa Faustina Kowalska: Que nadie tema acercarse a Mí, aun cuando sus culpas fuesen las más atroces. Jamás rechazaré a un pecador arrepentido.
P. Manuel Martínez Cano, mCR
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