592353_69576770Me ha escrito un antiguo alumno, muy contento pero a la vez, muy enfadado. Contento, porque se casa muy pronto, Dios mediante. Enfadado, porque en el cursillo prematrimonial de la parroquia de su novia les dijeron muchos errores doctrinales y aberrantes consejos. Valga el siguiente: Esperar al día de la boda para tener relaciones sexuales es de tontos; al matrimonio se ha de ir con mucha experiencia en este tema. Al párroco no hay que hacerle caso en nada ¡qué va a saber él del matrimonio, si es un solterón! El equipo parroquial de estos cursillos prematrimoniales llevan ya veinte años enseñando doctrinas anticristianas: claro está, que le escribió una carta al señor Obispo de la diócesis.

En su carta, me decía que no le habían dicho nada de lo que yo le había explicado sobre el sacramento del matrimonio en la clase de religión de nuestro colegio. Como se puede presumir que, entre los lectores de Contracorriente, algunos jóvenes se encuentren en el mismo caso, voy a resumir una clase de religión. Es mucho mejor que se estudie el Catecismo de la Iglesia Católica.

El matrimonio es el sacramento que santifica la unión de un hombre con una mujer para siempre. El esposo y la esposa reciben la gracia necesaria para cumplir fielmente los deberes de esposos y padres y para educar a sus hijos en las virtudes cristianas.

Dios que es Amor (1Jn 4, 8-16), bendice el amor del hombre y la mujer con el sacramento del matrimonio. Matrimonio que debe ser fecundo: Y Dios los bendijo y les dijo: sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sometedla (Gn 1, 28). El vínculo sagrado del matrimonio no depende de las leyes humanas, porque el matrimonio es una  institución divina, creada por Dios. Todo matrimonio, incluso el de los no bautizados, es indisoluble. No se puede disolver por decisión del esposo o de la esposa o de los dos puestos de acuerdo. Ni tampoco se puede disolver por una ley civil: Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre (Mt.19, 3-6).

Fines del matrimonio: Por su índole natural, la propia institución del matrimonio y el amor conyugal estáis ordenados a la procreación y a la educación de la prole, con los que se ciñen como con su propia corona (Gaudium et spes, 48). El marido y la mujer, que por  el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt. 19, 5) se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y lo logran cada más plenamente por íntima unión de sus personas y actividades (Gaudium et spes 48).

 P. Manuel Martínez Cano, mCR      

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