El_juramento_de_las_Cortes_de_Cádiz_en_1810Estanislao Cantero, intelectual católico especializado en la influencia de las ideas en los hechos, ha escrito un formidable artículo en la revista Verbo de la que entresacamos unos párrafos:

La realidad que era España, en su diversidad de territorios, en sus múltiples reinos, era una realidad católica, como se ve en las fuentes historiográficas de los siglos XIV al XVII.

Buena parte de los autores, siguen manteniendo que en las Cortes de Cádiz comenzó la libertad, se acabó con la tiranía o se inició la democracia. Sin entrar a discutir la realidad de estas u otras aseveraciones parecidas, lo cierto es que se obró no solo a espaldas del pueblo, sino contra él; contra los sentimientos, las creencias y los deseos del mismo pueblo en cuyo nombre pretendían actuar.

Es un puro mito sostener lo que dice, por ejemplo, Lucas Verdú que el pueblo español actuó patrióticamente para establecer un sistema constitucional.

En las Cortes de Cádiz  los tradicionales no querían el absolutismo sino la monarquía ancestral, basada en un pacto bilateralmente irrevocable entre el rey y el pueblo, obligados recíprocamente; y denuncian el absolutismo, también de signo contrario, que había sido el poder ejercido por las Cortes.

Es más frecuente silenciar que las Cortes de Cádiz carecieron de legitimidad y de legalidad, no para constituirse, sino para declararse soberana y establecer una Constitución, pues de ningún modo habían sido convocadas con dicho objeto: los demócratas de ahora tienen maestros muy viejos.

Creo que las ideas no son inocentes. Quisiera terminar volviendo al primer y determinante acto revolucionario: la atribución a las Cortes de la soberanía nacional. Fue el hecho revolucionario por excelencia, tanto en Francia como en España. Aquí no hubo guillotinas, pero nos llevó a los enfrentamientos que ensangrentaron nuestro siglo XIX.
La razón dictamina­- y la convivencia requiere-, que no todo es posible ni todo es indiferente. Si no hay cuestiones que quedan fuera de lo que se puede decidir, se acaba no ya en el absolutismo, sino en el totalitarismo y en las leyes monstruosas. Hoy nos estremecemos, nos espantamos y nos avergonzamos ante el hecho de que el hombre fuera capaz de concebir y ejecutar el genocidio judío realizado por el nazismo y también, aunque menos, ante el gulag. Pero al mismo tiempo las sociedades desarrolladas admiten algo tan radicalmente inhumano como el aborto, que ha impedido, matándolos, el nacimiento de millones de seres humanos. Si la ley es pura voluntad de quien sea, del monarca o de una asamblea, se termina en la tiranía. A eso es a lo que se abrió la puerta en España la soberanía nacional en Cádiz.

P. Manuel Martínez Cano mCR

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