Pecado venial es toda desobediencia voluntaria a la Ley de Dios en materia leve, o en materia grave si no hay plena advertencia y perfecto consentimiento.
El Beato Juan Pablo II dijo que: Cada vez que la acción desordenada permanece en los límites de la separación de Dios, entonces el pecado es venial. Por esta razón el pecado venial no priva de la gracia santificante, de la amistad con Dios, de la caridad, ni por tanto, de la bienaventuranza eterna.
El pecado venial, en cuanto ofensa a Dios, es un mal incomparablemente superior a todas las desgracias que puedan sobrevenir al hombre y al universo entero. San Enrique de Ossó nos dice: No es lícito cometer ningún pecado venial, aunque con esto pudieres salvar a todos los hombres y sacar del infierno a todos los condenados y liberar a todas las almas del purgatorio. Es peor mal un solo pecado que la destrucción del orbe entero y que la pérdida de todos los hombres y de todos los ángeles y santos, porque todos esos males son finitos, son males de criatura y el pecado, aunque leve, es una ofensa a Dios que es bien infinito.
El pecado venial priva al alma de muchas gracias actuales que el Espíritu Santo tenía vinculadas a nuestra perfecta fidelidad a sus inspiraciones. El pecado venial disminuye el fervor de la caridad y la práctica de las demás virtudes; predispone al pecado mortal que vendrá muy pronto si no se reacciona enérgicamente; disminuye la gloria que en el cielo habríamos merecido ante Dios sin esos pecados veniales y aumenta las penas del purgatorio. El purgatorio es una buena balanza para pesar el pecado venial. Hay en él penas más insoportables que las que pasó Jesucristo en su flagelación, corona de espinas y en su cruz (San Juan de Ávila).
Santa Teresa de Jesús nos dice: Parecíame casi imposible tanta guarda; teníala de no hacer pecado mortal, y pluguiera Dios la tuviera siempre; de los veniales hacía poco caso, y esto fue lo que me destruyó. Nos puede venir mayor daño de un pecado venial, que todo el infierno junto, pues ello es así. Húndase el mundo antes que ofender a Dios, porque más debo a Dios que a nadie. Esta es la doctrina de los santos. Vivamos con la gracia de Dios, como ellos vivieron.
El Beato Juan Pablo II dijo que, en nuestros tiempos se ha perdido la conciencia de pecado.
Es importantísimo, pues, formar bien la conciencia. El Catecismo de la Iglesia Católica está al alcance de todos. Incluso las personas bien formadas debemos volver a los principios morales que enseña nuestra Santa Madre Iglesia. Puede darse el caso de que un pecado venial (objetivamente considerado) se convierta en un pecado mortal (subjetivamente considerado), por conciencia errónea del que así lo cree: si se cree que una mentira leve es un pecado mortal (que no lo es) y, a pesar de ello dice esa mentira, se peca mortalmente, aunque objetivamente sólo es pecado venial.
Un buen sacerdote le ayudará a formarse bien la conciencia.
P. Manuel Martínez Cano, mCR
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