La misericordia de Dios es infinita. Está clarísimo ya en el Antiguo Testamento. Jesús, el Buen Pastor, entregó su vida por nosotros, para que no nos condenáramos en el infierno, para vivir con Él eternamente felices en el Cielo. El siglo pasado, lo recordó en Polonia a Santa Faustina Kowalska, le dijo que perdona a todos los pecadores siempre que le pidan perdón en esta vida.
Durante el mandato de Companys como presidente de la Generalitat de Cataluña, se cometieron muchos asesinatos y se quemaron muchas iglesias. El socialista Juan Simeón Vidarte, en su libro Todos fuimos culpables: testimonio de un socialista español, afirma que cuando le dije a Companys que hacía el viaje acompañado de un fraile, soltó una carcajada: “De estos ejemplares, aquí no quedan”. A sus colaboradores les decía: “¡Todavía arden las iglesias! Ya me dijo Comarera (un comunista) que tenían mucha materia combustible”. En agosto de 1936, a un periodista de l’Oewvre que le preguntaba sobre la posibilidad de reanudar el culto católico en Cataluña, le respondió: ¡Oh! Este problema no se plantea siquiera, porque todas las iglesias han sido destruidas.
Sin embargo: La muerte de Companys fue sorprendente. Tras el polémico juicio y su condena, el presidente de la Generalitat pidió la confesión, ayudó en la última misa que oyó y comulgó piadosamente (Dr. Javier Barraycoa, de su libro Historias ocultadas del Nacionalismo catalán, publicado por Libros Libres y que todos los españoles deberíamos leer).
Azaña, Presidente del Gobierno Español, permitió también el asesinato de eclesiásticos y la quema de conventos y parroquias. En mayo de 1931 dijo: Ni todos los conventos de Madrid valen la vida de un republicano. El 15 de octubre de 1931 dijo en su discurso en el Congreso de los Diputados: España ha dejado de ser católica. El 18 de julio de 1936, nada más conocer el Alzamiento Nacional dijo: Cada hombre es un misterio impenetrable. En su caso así fue: antes de morir Manuel Azaña confesó y comulgó. Venció el ascetismo de su raza; él había dicho: Tengo de mi raza el ascetismo y del diablo la soberbia. También habló de Franco y los republicanos: Y si estas gentes van a descuartizar a España (se refería a Negrín), prefiero a Franco. Con Franco ya nos entenderíamos nosotros, o nuestros hijos, o quien fuera, pero estos hombres son inaguantables. Acabarían por darle la razón a Franco. Franco tenía la razón, la verdad y el valor de un católico comprometido.
Voltaire fue uno de los padres de la Revolución Francesa. Sus cartas las terminaba con estas palabras: Hay que destruir a la Infame, la Iglesia. Era cristiano, pues estaba bautizado, pero el diablo lo captó bajo su bandera del odio a todo lo sagrado. El día 25 de febrero de 1758, Voltaire escribió una carta a su amigo D’Alembert, diciéndole: Dentro de 20 años, Dios estará jubilado. Precisamente veinte años después, a finales de febrero de 1778, tuvo Voltaire la primera hemorragia. Lleno de espanto, hizo llamar a un sacerdote. Pero apenas se encontró un poco aliviado, declaró que lo hizo por broma. Una nueva hemorragia. Esta vez sus amigos masones tuvieron buen cuidado de que no se llamara a ningún sacerdote. Voltaire debía morir según su propio deseo: sin
Sacramentos, feliz como un perro. Mas el pobre desgraciado se revolcaba, gimiendo: Estoy abandonado de Dios y de los hombres. El fin se acercaba. Siento una mano que me ase y me lleva ante el tribunal. Veo el Infierno, ¡tapadlo! Desesperado, blasfemando, movió su propio brazo. Luego un grito espantoso, una oleada de sangre y suciedad salió por la boca y la nariz del moribundo. Voltaire había expirado. Un testigo ocular dijo luego: Si pudiera morir el diablo, así terminaría. Y su médico de cabecera escribió: Desearía que todos los que fueran seducidos por los escritos de Voltaire, hubiesen presenciado su espantosa muerte.
Entonces me invocarán los impíos y no los oiré (Prov 1, 28).
(Revista María Mensajera).
P. Manuel Martínez Cano, mCR
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