Iban todos a empadronarse cada uno en su ciudad. José subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y de la familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba en cinta. Estando allí, se cumplieron los días de parto y dio a luz a su hijo primogénito y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón (Luc. 2, 3-7)
Como no había lugar para ellos en la posada, se refugiaron en una cueva de animales. La Virgen María, rebosante de alegría y hermosura, espera el momento anhelado; y llegada la hora, como el rayo que atraviesa el cristal sin mancharlo ni romperlo, Dios hecho hombre entró en la historia de los hombres.
La Niña Hermosa de Nazaret, con amor ardiente, lo estrechó contra su pecho, le besó con cariño infinito, le envolvió en pobres pañales y le adoró fervorosamente. San José, embobado, contempla radiante de felicidad, a su esposa y a su hijo.
Misterio profundo y conmovedor. El Niño Dios se deja envolver en pañales. Dios hecho Niño: la Omnipotencia divina reducida a la suma impotencia. El dueño del Cielo y de la Tierra en un establo de animales, sin una cuna dónde ser colocado, Él prefería estar en los brazos de su Purísima Madre que lo colocó en el pesebre.
Un establo es el palacio del Hijo de David, un pesebre el trono del Hijo de Dios. Acerquémonos a contemplar la pobreza y felicidad de la Sagrada Familia. Porque Cristo unió en el portal de Belén dos cosas que el mundo de bienestar y de capitalismo salvaje tiene por inconciliables: pobreza y felicidad.
La primera lección que nos da nuestro Dios y Señor es la pobreza; el desprendimiento del corazón de todos los bienes de este mundo. Más tarde nos lo dirá a todos: Bienaventurados los pobres de Espíritu. Nuestro nuevo doctor de la Iglesia, nos dice: ¿Por qué queréis, Niño, poneros en un pesebre? Para dar un gran bofetada a vuestra tibieza y flojura… ¡Qué condenación de mis riquezas, de mis regalos y de mis solturas!. Y la primera doctora de la Iglesia, nuestra Santa Teresa de Jesús, nos dice: La pobreza es un bien que todos los bienes del mundo encierra en sí; es un señorío grande (…) la verdadera pobreza trae una honra consigo que no hay quien la sufra.
Es verdad que nos hubiera gustado estar en aquella bendita cueva con Jesús, María y José. Sí, es verdad que hubiéramos gozado intensamente besando al Niño. Pero, hermanos, Cristo está vivo en la Eucaristía y lo recibimos en nuestros pobres corazones. Actualmente son más de 850 millones de personas los que pasan hambre en este mundo demoníaco. Lo que hicieren a uno de estos, a mí me lo hacéis. Lo ha dicho el Hijo de la Niña Hermosa de Nazaret.
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P. Manuel Martínez Cano, mCR
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