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El Señor nos dijo que tenemos que ser sal de la tierra y luz del mundo y sal de la tierraañadió: “Así ha de lucir nuestra luz ante los hombres, para que, viendo vuestras buenas obras, glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5,16) Y el Vicario de Cristo en la tierra, el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, nos está exhortando constantemente para que seamos apóstoles de Cristo en este mundo que cada día se va alejando más de Dios y de su Iglesia. Pero tengo para mí, que apostatas y ateos que se alejan de Dios, no es por falta de testimonios de católicos que viven heroicamente su fe.

Hay muchos monasterios en el mundo, muchos conventos y congregaciones religiosas que son auténticos oasis de paz, gozo, alegría y vida cristiana. Quien no se entera, es sencillamente porque no quiere. Es cierto que hay mucha confusión y relajamiento en los creyentes de nuestros días, pero también es cierto que hay muchos millones de católicos que viven su fe auténticamente.

Los monjes y monjas cumplen fielmente su misión en el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia Católica. Sacerdotes, religiosos y seglares, que son también miembros vivos de la Iglesia, cumplen perfectamente sus obligaciones  cristianas. Es verdad que todos los bautizados sentimos la inclinación hacia el mal, nos vamos más fácilmente hacia lo malo que hacia lo bueno, pero la oración, la mortificación y la frecuencia de sacramentos nos dan la fortaleza necesaria para ser valientes misioneros de la Nueva Evangelización.

La oración y el apostolado son hoy más necesarios que nunca; sobre todo el testimonio cristiana de una vida santa. Porque es verdad que los sermones y las palabras mueven, pero los ejemplos arrastran. El buen católico aprovecha todas las circunstancias de su vida para santificarse y dar testimonio cristiano,  oportuna o inoportunamente. Muchas personas se han convertido o han vuelto a la fe que perdieron por el testimonio sencillo de un compañero de trabajo, de la universidad, del equipo deportivo,… De uno observan su paciencia, de otro la alegría, de otro la caridad.

Como San Pablo y todos los santos seamos imitadores de Cristo para ser luz del mundo y sal de la tierra.

 

P. Manuel Martínez Cano, mCR