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Para mí —lo repito— es evidente que la guerra de España fue una Cruzada, y siéndolo se blas-pic3b1ar-2comprende que el general que la acaudi­lló y la concluyó con la victoria entregara su espada victoriosa, el 20 de mayo de 1939, en un acto solemne en la iglesia de Santa Bárbara de Madrid. Así cuenta dicho acto Gonzalo Redondo: «Arrodillado ante el crucifijo que se alzó en la nave de don Juan de Austria, du­rante la famosa batalla de Lepanto, traído de la catedral de Barce­lona, estando a la izquierda del crucifijo la imagen madrileña de Nuestra Señora de Atocha, con el manto con que la obsequió Isabel II y a la derecha, sobre el altar de plata repujada, el Arca Santa de Oviedo. El presbiterio se encontraba enmarcado por las cade­nas históricas de Navarra, ganadas en las Navas de Tolosa y traídas desde la Colegiata pirenaica de Roncesvalles»

Según recoge el diario ABC, del 21 de mayo de 1939, Fran­cisco Franco rezó así: «Señor, acepta complacido el esfuerzo de este pueblo, siempre tuyo, que conmigo, por tu nombre, ha vencido con heroísmo al enemigo de la Verdad en este siglo. Señor Dios, en cu­yas manos están todo Derecho y todo Poder, préstame Tu asistencia para conducir a este pueblo a la plena libertad y el imperio, para gloria Tuya y de Tu Iglesia: Señor, que todos los hombres conozcan que Jesús es el Cristo, Hijo de Dios vivo».

Franco colocó su espada a los pies del Cristo de Lepanto y el cardenal Gomá, dirigiéndose al Caudillo, le habló así: «El Señor sea siempre contigo. Él, de quien procede todo Derecho y todo Poder, y bajo cuyo imperio están todas las cosas, te bendiga y con amorosa providencia siga protegiéndote, así como al pueblo cuyo régimen te ha sido confiado. Prenda de ello sea la bendición que te doy en nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».

El cardenal Gomá, que en nombre de la Santa Iglesia bendijo a Franco de todo corazón y se hizo cargo de la espada, en escrito de 6 de junio de 1939 escribió esta carta al Caudillo: «Excmo. Sr.: Juzgo mi deber dar el mayor relieve y permanencia al gesto nobilí­simo y de cristiana edificación de entregarme V.E., en mi calidad de representante de la Iglesia, su espada vencedora, como tributo de gratitud a Dios que, con amorosa Providencia, ayudó a los que lucharon por su honor y por el de España, y como prueba de ve­neración a la Santa Iglesia Católica, de la que VE. es hijo ilustre y fidelísimo. A ese fin he hecho entrega de la histórica espada al Ex­celentísimo Cabildo de nuestra Catedral Primada, para su custodia en el tesoro de dicha iglesia, como puede ver en la copia, que me honro en remitirle, del escrito de entrega que dirigí a la mencionada Corporación. Pido a Dios, del fondo de mi alma, que le premie con la máxima largueza el ejemplo de religiosidad que dio V.E. a España y al mundo, y especialmente que le infunda luz y fortaleza para que triunfe en las arduas tareas de la paz como triunfó en los días heroi­cos de la guerra. Dios guarde a V.E. muchos años»

 

 

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