A quiénes han hecho los Ejercicios Espirituales de san Ignacio les son muy familiares los
coloquios con las tres Personas divinas, el Verbo encarnado, la Virgen santísima… Es un ejercicio espiritual que fomenta el dialogo amoroso entre el ejercitante y Dios, la Virgen, los santos. Es necesario aprender a escuchar a Dios en la oración y responderle con todo nuestro corazón. El coloquio es un diálogo filial con el Padre que hace la oración sabrosa y gozosa.
Pierre Phormant, definió: “la oración es un intercambio de amor, entre Dios y los hombres”. Es Dios quien ha tomado la iniciativa de este diálogo amoroso. Nos habló y habla por los profetas, por su Hijo encarnado, por los acontecimientos de la vida y, por medio de los ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola. Ahora nos toca a nosotros responderle con nuestra alabanza, reverencia y servicio. La oración vivida así, intensamente, deja de ser difícil y penosa, y no la abandonaremos nunca: “Orad ininterrumpidamente”, nos dice la Sagrada Escritura. En el modo de oración de san Ignacio interviene todo el hombre: cuerpo y alma, sentidos internos y externos, potencias del alma, memoria, entendimiento y voluntad.
Las meditaciones, contemplaciones, repeticiones y la aplicación de sentidos, no son ejercicios meramente intelectuales, sino que abarca a toda la persona y llega al conocimiento interno, un conocimiento vivo y existencial, que ordena toda la vida en el amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo, como Cristo nos enseñó; hasta dar la vida por la salvación de las almas. La persona más santa, sacerdote, religioso o seglar, arrastra consigo unas afecciones desordenadas, que ocultamos con el amor propio que todos tenemos. En los tres coloquios, que propone san Ignacio, bien hechos, el ejercitante saca la luz y la fuerza sobrenatural que necesita para combatir contra el hombre viejo.
El primer coloquio es a Nuestra Señora para que me alcance gracia de su Hijo que sienta interno conocimiento de mis pecados y aborrecimiento de ellos; la segunda gracia para que sienta el desorden de mis operaciones para que aborreciéndolas me enmiende y ordene; la tercera gracia, pedir conocimiento del mundo para que, aborreciendo, aparte de mí las cosas mundanas y vanas y con esto un Ave María.
Nuestra Madre, la Virgen santísima siempre está dispuesta para atender nuestras peticiones y deseos; bajo su maternal protección, nos podemos presentar a Jesús con la seguridad de que aceptará nuestras peticiones. Pidámosle sentir interno conocimiento de nuestros pecados y aborrecimiento de ellos y alcanzar de Cristo el perdón porque: “hay más alegría en el Cielo por un pecador que haga penitencia que por noventa y nueve justos que no necesitan de penitencia” (Luc. 15,7).
¡Virgen Santísima! que conozca la fealdad y malicia de mis pecados mortales y veniales; y que los aborrezca de todo corazón, para que jamás vuelva a cometer un pecado. Pedirlo insistentemente, porque nuestra vida espiritual no tendrá un sólido fundamento sino tenemos el sentimiento interno del dolor de nuestros pecados. hay que entender que: “No entendemos que el pecado es una guerra campal contra Dios de todos nuestros sentidos y potencias del alma… quien pudiere dar a entender esto a los que muy deshonestos y feos pecados hacen, para que se acuerden que no son ocultos y que con razón los siente Dios” (Santa Teresa de Jesús). Quien quiera amar a Dios de todo corazón, ha de odiar con todas sus fuerzas al pecado. Si no hay lucha contra el pecado y las ocasiones de pecado, difícilmente habrá amor a Cristo.
En el segundo coloquio, le pedimos a la Virgen, nuestra bendita Madre, que sienta el desorden de mis operaciones que, sin llegar a ser pecados, es desordenado, no agradan a Dios. A saber, mis faltas, imperfecciones, defectos, confrontándolos con la infinita perfección de Dios, aborreciéndolos hasta que me sean insufribles; persiguiéndolos hasta debilitarlos y disminuirlos con la ayuda de Dios; y así ordene mi vida, perfeccionando mis obras. Para ello hacer bien los exámenes de conciencia, consultar al director espiritual, vivir en la presencia de Dios.
No se trata de evitar sólo el pecado mortal o el venial, se trata de seguir la norma perfecta de buscar en todo la mayor gloria de Dios y el bien de las almas. Se trata de proceder en todo por puros motivos del divino servicio, asi alcanzaremos el mayor grado de santidad.
Virgen santísima, Madre mía, dame a entender lo que, sin llegar a ser pecado, es desordenado en mis pensamientos, palabras, obras y deseos. Que vea mis faltas, imperfecciones, defectos… para luchar contra ellos, bajo tu protección y amparo, para que haga todas las cosas, siempre y en todo lugar, a la mayor gloria de Dios y bien de la Iglesia.
El tercer coloquio con la Virgen lo hacemos para pedir conocimiento del mundo, para que aborreciéndolo aparte de mí las cosas mundanas y vanas. Ya dijimos que todas las cosas creadas por Dios son buenas, muy buenas. Pero, sin embargo, el Señor nos alerta y previene de los peligros del mundo. “No sois del mundo” porque este mundo está envuelto por el pecado: “¡Ay del mundo a causa de los escándalos!” (Mt. 18,7). Este mundo, que está bajo el poder del demonio, es el que “no conoció a Cristo”, “vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 9-11). Este mundo “tiene pecado” (Jn. 1,29) y odia a Jesús, porque éste: “da testimonio de él, que sus obras son pecado” (Jn. 7,7)- y no solo odia al Señor, sino también a todos los suyos (Jn 15,18) porque no son del “mundo” (Jn 17, 14-16), ya que Él los eligió sacándolos del “mundo” (Jn 15,19). Santiago 4,4: “¿No sabéis que el amor para con el mundo es enemistad para con Dios? El que, por tanto, quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios?”
Las cosas mundanas y vanas son: la ostentación del lujo, figurar, divertirse deshonestamente, tratarse bien a si mismo… El mundo alaga la soberbia humana hasta llegar al desprecio de Dios. Hemos de pedirle a la Virgen, Nuestra Señora y Madre que nos haga humildes como Ella ¡ojo! Con el paso de los años crece la soberbia, decrece la vanidad, pero crece la soberbia. No se puede progresar en las virtudes sin aborrecer el mundo y las cosas mundanas y vanas ¡oh buen Jesús, hazme humilde como tú!
El mundo alaga las riquezas. Hoy se dice estúpidamente que las naciones van bien y progresan porque aumentan la renta per cápita. Nada importa que estemos asesinando a millones de niños y que, jóvenes y adultos, se pudran y corrompan con la droga, la lujuria, el divorcio… Dijo el Señor: “No se puede servir a Dios y al dinero”. Cuidado con los gastos superfluos, espectáculos, joyas, modas… Nuestra vocación a la santidad no admite término medio. Estamos o no estamos unidos a Dios. Si despreciamos las riquezas, estamos unidos a Dios: “Bienaventurados los pobres”, nos dice Jesús.
El mundo alaga el poder. El hombre tiene el afán de dominar, mandar, en una parcela de su actividad, por pequeña que sea. Nadie quiere ser ni el segundo ni el tercero; todos
queremos ser el primero, el mandamás; porque tenemos unas cualidades que los otros no tienen. Jesucristo ha escogido el último lugar y nadie se lo ha quitado; busca siempre el último lugar porque allí te encontrarás con Cristo. El espíritu del cristianismo es radicalmente opuesto al espíritu del mundo; el cristiano debe amar a Cristo y aborrecer el mundo.
Unidos a la Virgen santísima, hagamos tiernos e intensos coloquios para que nos forme y eduque como formó y educó a su divino Hijo. Se termina con un Ave María.
El segundo coloquio es con el Hijo. Termina con el Anima Christi.
El tercer coloquio es con el Padre. termina con el Pater nóster.