Pecado venial es toda desobediencia voluntaria a la ley de Dios en materia leve. O en materia grave, si no hay plena advertencia y perfecto consentimiento. El beato Juan Pablo II decía: “Cada vez que la acción desordenada permanece en los límites de la separación de Dios entonces es pecado venial”. El nuevo doctor de la Iglesia, san Juan de Ávila nos advierte: “El purgatorio es una buena balanza para pesar el pecado venial. Hay en él penas más insoportables que las que pasó Jesucristo en su flagelación, corona de espinas y en la cruz”.
La imperfección quebranta el consejo. El pecado venial quebranta el precepto de Dios. Es una rebeldía contra Dios, verdadera ofensa a Dios. Es un desorden de pensamiento, de palabra, obra y omisión contra la ley de Dios. Una indigna preferencia de la voluntad del hombre a la voluntad de Dios, un desprecio a su divina voluntad. No querer cumplir sus mandamientos, un desprecio a su soberanía. En cuanto ofensa a Dios, el pecado venial priva al alma de muchas gracias actuales, disminuye el fervor de la caridad y la práctica de las demás virtudes; disminuye la gloria del Cielo que habríamos merecido ante Dios sin esos pecados veniales, aumenta las penas del purgatorio y predispone al pecado mortal: “Parecíame casi imposible tanta guarda; teníala de no hacer pecado mortal, y pluguiera a Dios que tuviera siempre; de los veniales hacía poco caso, y esto fue lo que me destruyó. Nos puede venir mayor daño de un pecado venial, que de todo el infierno junto, pues ello es así. Húndase el mundo antes que ofender a Dios, porque más debo a Dios que a nadie”.
El pecado venial es un mal moral. Por tanto, mayor mal que todos los males físicos juntos. Un mal incomparablemente superior a todas las desgracias y calamidades que pueden sobrevivir a la humanidad y al universo entero.es mayor mal que los terremotos, los incendios, las epidemias, las guerras más salvajes. San Enrique de Ossó dice: “No es lícito cometer ningún pecado venial, aunque con esto pudieres salvar a todos los hombres y sacar del infierno a todos los condenados y liberar a todas las almas del purgatorio. Es peor mal un solo pecado venial que la destrucción del orbe entero que la pérdida de todos los hombres y de todos los ángeles y santos, porque todos estos males son finitos, son males de criatura, y el pecado, aunque leve, es una ofensa a Dios que es bien infinito”.
Para llegar a comprender lo que significa ofender a Dios con el pecado venial, sería necesario entender el amor y respeto que Dios se merece; y esto es imposible para nuestro pobre y pequeño entendimiento. Algo llegaron a entender los santos. San Juan Crisóstomo decía que prefería ser poseído del demonio antes que cometer un solo pecado venial. Santa Catalina de Génova afirmaba que con gusto se arrojaría a un océano de fuego ardiente para evitar la ocasión de un solo pecado venial, y que allí permanecería eternamente si, para salir, fuera necesario cometer un pecado venial: “Señor, haced que yo sufra las penas del infierno antes que cometer un solo pecado venial” (San Alonso Rodríguez). Es una cuestión de amor: “Si amásemos de veras a Cristo, juzgaríamos por más grave la ofensa del amado que el fuego del infierno” (San Juan Crisóstomo).
San Bernardo nos recuerda que: “Nadie se hace de repente gran pecador; comiénzase por cosas pequeñísimas para caer en las mayores”. Y el gran convertido de todos los tiempos, nos advierte: “los muchos pecados veniales, si se desprecian llegan a matar”. El pecado venial “se puede comparar con la enfermedad y produce en el alma los efectos que ella en el cuerpo” (Santo Tomás de Aquino). Estamos hablando del pecado venial deliberado, cometido con plena advertencia y perfecto consentimiento, por envidia, orgullo, ira, negligencia, etc. Cosa distinta es el pecado venial semideliberado, cometido más por flaqueza natural que por malicia, que se pueden disminuir, pero no evitar. Estos pecados veniales no perjudican notablemente a nuestras almas, ni impiden nuestra santificación, aunque retarden nuestro camino hacia la perfección.
El pecado venial debilita el fervor, haciendo que prevalezca en el alma el espíritu de temor sobre el amor delicado y filial. Los pecados veniales inclinan a las aficioncillas, a las cosas de este mundo, impidiendo el libre uso de las almas para volar a Dios. Cada pecado venial es como una nube que se interpone ente nosotros y el sol de justicia que es nuestro Padre del Cielo. Sólo a los limpios de corazón se les ha prometido que “verán a Dios” (Mt. 5,8).
El pecado venial tiene su fuente de cultivo en las afecciones desordenadas a cosas, casas personas… A veces, comienzan inocentemente; se insinúan suavísimamente, pero pronto se cae en condescendencias culpables que arrastran al pecado. Nace también en las adversiones irracionales que fomentan nuestro orgullo, nuestra envidia, nuestra falta de caridad. Los respetos humanos son causa de omisiones graves, cobardías culpables, aun entre personas consagradas. Porque no se rían de nosotros, por no perder la estima de una persona dejamos de cumplir con nuestra obligación. El amor propio desordenado que nos hace preferirnos y anteponernos a los demás, nos hace idolillos. La pereza que nos hace perde tiempo, a recordar la oración, y a disiparnos, junto con la falta de mortificación de los sentidos; las charlas inútiles o lecturas curiosas, también son fuentes de pecados veniales.
El gran remedio para combatir el pecado venial es el fervor, el celo ardiente, el entusiasmo, por las cosas de Dios que nos llevará a la delicadeza de conciencia y al empeño de agradar siempre y en todo al Señor. Hacer bien el examen de conciencia, para arrancar la raíz de los pecados veniales. No cesar en la lucha contra nuestros gustos y las malas inclinaciones hasta que las sujetemos y obedezcan a la norma inflexible del deber, los votos, las Reglas. Nuestra santificación no es obra de un día ni de dos, sino de toda la vida. Confianza absoluta en Dios y muy poca en nuestras débiles fuerzas. Oración constante.
Un santo de nuestro tiempo nos dice: “¡Qué poco Amor de Dios tienes cuando cedes sin lucha porque no es pecado grave!” “¡Qué pena me das mientras no sientas dolor de tu pecados veniales!- Porque, hasta entonces, no habrás comenzado a tener verdadera vida interior”. “Los pecados veniales hacen mucho daño al alma.- Por eso “capite nobis vulpes purvulas. Quae demolinutur vineas”, dice el Señor en el Cantar de los Cantare: cazad las pequeñas raposas que destruyen la viña”. “Eres tibio si haces perezosamente y de mala gana las cosas que se refieren al Señor; si buscas con cálculo o “cuquería” el modo de disminuir tus deberes, si no piensas más que en ti y en tu comodidad; si tus conversaciones son ociosas y vanas; si no aborreces el pecado venial; si obras por motivos humanos” (san José Mª Escrivá)