Hemos demostrado la existencia de Dios con argumentos de razón. Sin embargo, se suele decir que la ciencia ha demostrado que Dios no existe. Afirmación falsa. La ciencia moderna no dice nada de la existencia o no existencia de Dios. La ciencia moderna ha limitado voluntariamente su campo de experimentación a lo que sólo se puede medir, pesar, cuantificar. Lo que no recogen las balanzas, microscopios, espectroscopios, no interesa a la ciencia. La ciencia sólo analiza lo material.

 DIOS 2La ciencia moderna reconoce que no está cualificada para probar la existencia de algo trascendental y espiritual porque transciende sus métodos de investigación. No se puede  medir o pesar un ser espiritual. La ciencia no niega la existencia de Dios porque no tiene como objeto de investigación la existencia de seres espirituales.

“Es altamente probable que todas nuestras teorías científicas sean erróneas. Las que hemos aceptado pueden ser comprobadas dentro de nuestros límites de observación. Por tanto, la verdad en la ciencia es una verdad pragmática, que mañana puede convertirse en un error; sin embargo, la verdad de la existencia de Dios es una verdad absoluta que perdurará siempre” (S.W.N. Sullivan).

2. CONTRADICCIÓN CIENCIA-RELIGIÓN

 La verdadera ciencia no ha contradecido nunca a la religión; porque Dios (suprema Verdad) es el autor de la ciencia y de la religión, de las verdades científicas y de las verdades religiosas, y Dios no se puede contradecir.

 Max Planck, Premio Nobel de Física, afirma: “No se da contradicción alguna entre la Religión y las Ciencias Naturales; ambas son perfectamente compatibles entre sí”.

“No sólo no hay contradicción entre ciencia y fe, sino que mutuamente se ayudan y complementan” (Manuel Carreira S.J., Doctor en Ciencias Físicas).

“Contraponer la ciencia con la religión, es cosa de gente poco experta en uno u otro tema” (Paul Sabatier, Premio Nobel).

Su Santidad Juan Pablo II afirmó en la Universidad de Madrid: “La Ciencia y la fe no son opuestas, sino convergentes en el descubrimiento de la realidad integral que tiene su origen en Dios”.

Vintilia Horia, Catedrático de la Universidad de Alcalá de Henares, ha dicho: “Es falso creer que la fe es algo perteneciente al pasado más remoto de nuestra civilización. Yo sostengo lo contrario. Hoy día la mayor parte de los científicos, empezando por los físicos nucleares, tienen una actitud muy respetuosa ante la Religión, o son ellos mismos cristianos practicantes”.

 3. DESARROLLO CIENTÍFICO Y RELIGIÓN

 La Religión no es un obstáculo para el desarrollo científico, como dicen los indocumentados.

 Es evidente que el Universo no puede reducirse a simple física, y que debemos compaginar las verdades filosóficas, religiosas y científicas que conocemos. Einstein decía: “Si la religión sin ciencia es ciega, la ciencia sin religión cojea”.

Para emitir un juicio auténtico y verdadero sobre la creación hacen falta todas las aportaciones de los diversos campos del saber y obtener una síntesis completa de lo que es el Universo y nuestro papel en él. La posición correcta ha de ser de mutuo respeto y de circunscribirse, ciencia y religión, a su propio terreno. Así no hay conflicto.

El científico J.A. Wheeler ha reconocido que: “En contenido y utilidad el conocimiento científico es una fracción infinitesimal del conocimiento natural”.

Newton, genial físico, astrónomo y matemático, fundador de la física teórica clásica, afirmó: “Lo que sabemos es una gota, lo que ignoramos un inmenso océano. La admirable disposición y armonía del Universo no han podido sino salir del plan de un Ser omnisciente y omnipotente”.

Marconi, inventor de la telegrafía sin hilos, Premio Nobel: “Lo declaro con orgullo: soy creyente. Creo en el poder de la oración y creo no sólo como católico sino también como científico”.

Gregorio Marañón, insigne médico y biólogo, ha dicho: “Es evidente que la Ciencia, a pesar, de sus progresos increíbles, no puede, ni podrá nunca, explicárnoslo todo. Cada vez ganará nuevas zonas a lo que hoy nos parece inexplicable; pero la raya fronteriza del saber, por muy lejos que se lleve, tendrá siempre un infinito mundo misterioso a cuya puerta llamará  angustiosamente nuestro ”por qué» sin que nos den otra respuesta que una palabra: “Dios”.

4. TESTIMONIOS DE CIENTÍFICOS

 La ciencia moderna reconoce que no está cualificada para hablar de Dios. Sin embargo, científicos de todos los tiempos y de todos los campos de experimentación científica han manifestado públicamente su fe en Dios.

 Cauchy, gran matemático, dijo: “Soy cristiano, es decir, creo en la divinidad de Jesucristo, como todos los grandes  astrónomos, todos los grandes matemáticos del pasado. Soy católico. Y si me preguntáis la razón de ello, veréis que mi convicción no es el resultado de prejuicios de nacimiento, sino de un estudio profundo. Mis convicciones religiosas están profundamente arraigadas en mi espíritu y mi corazón; ellas son ante mis ojos verdades mucho más inamovibles que la del cuadrado de la hipotenusa y el teorema de Mac Laurin”.

Kepler, uno de los mayores astrónomos, afirma: “Dios es grande, grande en su poder, infinito en su sabiduría… Día vendrá en que podremos leer a Dios en la Naturaleza, como lo leemos en las Sagradas Escrituras”.

Linneo, fundador de la Botánica Sistemática, ha dicho: “He visto pasar de cerca al Dios eterno, infinito, omnisciente y omnipotente y me he postrado de hinojos en adoración”.

Gauss, uno de los más grandes matemáticos y científicos alemanes: “Cuando suene nuestra última hora, será grande e inefable nuestro gozo al ver a quien en todo nuestro quehacer sólo hemos podido columbrar”.

Liebig, famoso químico: “La grandeza e infinita sabiduría del Creador la reconocerá realmente sólo el que se esfuerce por extraer ideas del gran libro que llamamos Naturaleza”.

Robert Mayer, gran científico naturalista, colaboró en la fundamentación de la ley de la conservación de la energía: “Acabo mi vida con una convicción que brota de lo más hondo de mi corazón: la verdadera ciencia y la verdadera filosofía no pueden ser otra cosa que una propedéutica de la religión  cristiana”.

Edison, el inventor más fecundo, 1.200 patentes: “Mi máximo respeto y mi máxima admiración a todos los ingenieros, especialmente al mayor de todos ellos: Dios”.

Schleich, célebre cirujano: “Me hice creyente a mi manera por el microscopio y la observación de la naturaleza, y quiero, en cuanto esté a mi alcance, contribuir a la plena concordia entre Ciencia y Religión”.

Millikan, gran físico, Premio Nobel: “Puedo, de mi parte, aseverar con toda decisión que la negación de la fe carece de toda base científica. A mi juicio, jamás se encontrará una verdadera contradicción entre la fe y la ciencia”.

Eddington, famosísimo astrónomo: “Ninguno de los inventores del ateísmo fue naturista. Todos ellos fueron filósofos muy mediocres”.

Einstein, fundador de la Física contemporánea, teoría de la Relatividad, Premio Nobel: “A todo investigador profundo de la naturaleza no puede menos de sobrecogerle una especie de sentimiento religioso, porque le es imposible concebir que haya sido él el primero en haber visto las relaciones delicadísimas que contempla. A través del universo incomprensible se manifiesta una inteligencia superior infinita”.

Planck, fundador de la teoría de los “cuanta” de la Física moderna, Premio Nobel: “Nada, pues, nos lo impide y el impulso de nuestro conocimiento lo exige… relacionar mutuamente el orden del universo y el Dios de la Religión. Dios está para el creyente en el principio de sus discursos, para el físico en el término de los mismos”.

Schrödinger, creador de la mecánica ondulatoria, Premio Nobel: “La obra maestra más fina es la hecha por Dios, según los principios de la mecánica cuántica”.

Mathaway, padre del cerebro electrónico: “La moderna física me enseña que la naturaleza no es capaz de ordenarse a sí misma. El universo supone una enorme masa de orden. Por eso requiere una ”Causa Primera» grande, que no está sometida a la segunda ley de la transformación de la energía y que, por lo mismo, es sobrenatural».

James Jeans, matemático, físico y astrónomo: “La moderna teoría científica nos fuerza a pensar en un Creador que trabaja fuera del tiempo y del espacio, pues, éstos forman parte de su Creación, cabalmente como un artista está fuera de su lienzo”.

H. Poincaré: “El azar no es más que la medida de nuestra ignorancia”.

P. Carreira, Profesor de Física y Astronomía, en la Universidad de Carroll de Cleveland, E.E.U.U.: “Tenemos pues una perfecta concordancia entre la ciencia moderna y la idea bíblica y cristiana de la Creación. El universo comienza por creación. El concepto de creación está en perfecto acorde con la Física y la Astrofísica modernas”.

Jean Heidmann, astrónomo titular del Observatorio de París, publicó en 1.973 un libro titulado “Introducción a la Cosmología” en el que después de muchas páginas de fórmulas matemáticas, termina hablando del origen de la materia y dice: “Esto es en toda su sencillez el ”fiat lux», expresión bíblica del momento de la Creación».

Pascual Jordán, español de nacimiento, Catedrático de Física Atómica en la Universidad de Hamburgo: “La Física Moderna no sostiene ya más un concepto materialista del Universo, basado en la negación de la existencia de Dios”.

Baltasar Rodríguez-Salinas, Catedrático de Teoría de Funciones en la facultad de Ciencias Matemáticas de Madrid: “Yo soy también católico, como la mayor parte de todos los grandes astrónomos, todos los grandes físicos, todos los grandes matemáticos; y si me preguntan la razón, diré que mis convicciones son el resultado, no de prejuicios de nacimiento, sino de un examen profundo”.

 Pasteur: “Porque he estudiado mucho, tengo la fe de un bretón; si hubiese estudiado más, tendría la fe de una bretona” (Bretaña es una región muy católica de Francia).

Bernard Lovell, el astrónomo de Ioddrell Bank: “Nadie se atreve hoy a formular teoría de tipo positivista o materialista sobre el origen o el fin del universo”.

 Wernher Von Braun, el genio de los vuelos espaciales: “Por encima de todo está la gloria de Dios, que creó el gran universo que el hombre y la ciencia van escudriñando e investigando día tras día en profunda adoración.

Hoy, más que nunca, la supervivencia -la de usted, la mía y la de nuestros hijos- depende de nuestra adhesión a los principios éticos. Solamente la ética decidirá si la energía atómica ha de ser una bendición o el origen de la destrucción total de la humanidad. ¿De dónde procede el deseo de actuar con arreglo a los principios de la ética? ¿Qué es lo que nos hace desear ser morales? Creo que hay dos fuerzas que nos impulsan. Una de ellas es la creencia en el Juicio Final, en el que tendremos que dar cuenta de lo que hicimos con el gran don que nos concedió Dios: la vida terrenal. El otro es la creencia en un alma inmortal, un alma que disfrutará de la recompensa o sufrirá el castigo decretado en el Juicio Final. La creencia en Dios y en la inmortalidad es lo que nos da la fuerza moral y la orientación ética que necesitamos prácticamente para todas las acciones de nuestra vida cotidiana. En nuestro mundo moderno, mucha gente parece experimentar la sensación de que, en cierto modo, la ciencia ha dejado anticuadas o fuera de lugar las ideas religiosas. Pero yo creo que la ciencia reserva una verdadera sorpresa a los escépticos. La ciencia, por ejemplo, nos dice que nada en la naturaleza, ni la más ínfima partícula, puede desaparecer sin dejar rastro. Hay  que pensar acerca de esto. Si se hace así los pensamientos acerca de la vida no volverán a ser ya los mismos. La ciencia ha descubierto que nada puede desaparecer sin dejar rastro. La naturaleza no conoce la extinción. Sólo sabe de la transformación. Entonces, si Dios aplica este principio fundamental a las partes más diminutas e insignificantes de su universo, ¿no es lógico suponer que lo aplique a la obra maestra de su creación: el alma humana? Yo creo que sí lo es. Y todo lo que la ciencia me ha enseñado y continúa enseñándome refuerza mi creencia espiritual después de la muerte. Nada desaparece sin dejar rastro. En esta era de vuelos espaciales y fisión nuclear, el uso del poder requiere un clima moral y ético que -francamente- no creo poseer ahora. Solamente podemos alcanzarlo a través de muchas horas de esa profunda concentración que llamamos oración. Me pregunto: ¿estamos dispuestos a hacerlo? Yo me esforzaré por ello. La oración puede ser el más duro de todos los trabajos…, pero ciertamente es el más importante de todos los que podamos realizar».

5. RETAZOS DE LA HISTORIA DE LA CIENCIA

COLÓN Y VESPUCCIO

 Colón descubrió América. Pero América no ostenta su nombre; solamente una joven nación, Colombia, está consagrada a su memoria. Por una de esas muchas ingratitudes de la Historia, aquellas tierras recién descubiertas fueron bautizadas con el nombre de un oscuro escritor, Américo Vespuccio, que por treinta y dos páginas de reportaje se compró la inmortalidad y llegó a ser el padrino de dos continentes.

 Algo semejante está sucediendo con la Ciencia. Mientras que la profesión de fe de todos los científicos de primera magnitud se olvida fácilmente, o se pasa por alto, una caterva de científicos de tercer orden quieren apagar las luces de las estrellas y borrar de la Creación la firma brillante de su Creador; y todo eso en nombre de una Ciencia cuya exclusiva agencia o representación pretenden poseer.

¿Podéis decirme el nombre solamente de algún gran científico inventor que no creyera en Dios?

Cuando formulé esta pregunta a una turba de muchachos en un campamento, uno me respondió:

Einstein

Pero Einstein, amigo mío, no fue exactamente uno de esos bienhechores de la humanidad a los que llamamos sabios-inventores. Einstein se quedó toda su vida en la torre de marfil de la teoría. Dicen, es verdad, que su fórmula E=MC2 es la más grande que se haya humanamente encontrado. Pero entre enunciar esa fórmula y encontrar el modo de convertir toda esa materia en energía hay un poema de horas-hombre, un bosque de ciclotrones, un Himalaya de dificultades, un ejército de trabajadores que tuvieron que quemarse las cejas en muchas noches y gastar millones de dólares para lograrlo.

Sin embargo, ¿quién ha puesto en circulación esa especie de que Einstein no creía en Dios?

Eso ha sido una bribonada de ciertos periodistas. De los escritos íntimos de Einstein se desprende, sin lugar a dudas, que creía efectivamente en Dios. La figura mental de Dios (pero ¿acaso puede haber una?) no era, decía él, comparable a la de ciertos teólogos, de la misma manera que su imagen mental del espacio (¿puede haber también una imagen del espacio matemático einsteniano?) no era semejante a nada en el mundo; pero ciertamente Einstein creía en Dios y tenía -escribe Joseph Philips en Pathfinder -una inquebrantable fe en Él. Cuando en medio de sus lucubraciones se encontraba en un complicado laberinto se preguntaba: «¿Es posible que Dios haya creado el mundo según esta pauta? Y esto le bastaba para cambiar a priori de orientación y ponerse a buscar una fórmula más simple. Porque, como decía él: “Dios es sutil, pero no puede ser picarillo. ”Fue Einstein quien definió la luz como “la sombra de Dios”.

ESTAMOS EN BUENA COMPAÑÍA

 Hasta ahora, todos los grandes científicos bienhechores de la humanidad han creído en Dios.

 Y sólo se da la curiosa circunstancia de que el camino por donde avanza la Ciencia está empedrado de nombres católicos. Ya lo verás:

La Ciencia necesita mediciones exactísimas, y para mediciones exactas necesitas un Nonius o un Vernier. Pues bien: tanto Nonius como Vernier, cuyos nombres están ligados a sus inventos, eran católicos.

La Ciencia resuelve una cantidad de problemas gráficamente, y para eso usa las coordinadas cartesianas, que son un bonito regalo hecho a la Ciencia por un católico: Descartes.

Cuando mides la tensión eléctrica en voltios no te creas que estás por ello rindiendo un homenaje a aquel bufón trágico, Voltaire. ¡Oh, no! Aquel aficionado que se creía saber tanto ni siquiera sospechó la existencia de sutilezas tales como una corriente eléctrica. El conocimiento que tenía Voltaire de la Ciencia no te habría bastado para pasar el bachillerato elemental. Los voltios se llaman así en honor a un renombrado científico italiano y católico de primera clase, Volta, quien solía decir: “Yo veo a Dios por todas partes.”

SACUDIDAS ELÉCTRICAS

Cuando necesitas, en cambio, medir la intensidad de la corriente eléctrica, usarás amperios, recordando con ello a uno de los más grandes genios universales de la historia. Ampère, que al mismo tiempo que un gran físico, era químico, naturalista, astrónomo, matemático, humanista, escritor, poeta; era un hombre completo, y por consecuencia, un hombre entusiásticamente religioso. Ampère fue un fervoroso católico que sabía manejar las cuentas de su rosario tan bien como sus baterías y microscopios, y que exclamaba: “¿Qué son todas nuestras inducciones científicas? Solamente la verdad de Dios permanece eternamente.»

El campo eléctrico es particularmente adaptado para dar sacudidas al incrédulo, porque sucede que si este señor ha de servirse mucho de la electricidad, como lo esperamos, tendrá que estar echando pestes constantemente contra tantos fanáticos católicos que le han invadido el campo. El pobre hombre no sólo tendrá que usar voltios y amperios, sino que de cuando en cuando le convendrá usar un galvanómetro y recurrir a la galvanoplastia, o, en la peor de las hipótesis, al menos tendrá que echar mano de alguna chapa galvanizada, y resulta que Galvani era también católico. Si tiene que usar medidas electrostáticas, no se tomará el fastidio de servirse de los ergs y dyns, que le resultarán demasiado engorrosos, sino que probablemente usará su múltiplo 3 x 109, que casualmente lleva el nombre de Colomb, un comprometedor buen católico.

SUMA Y SIGUE

Hasta hace algunos años, si ese señor tenía que mandar a los electrones para un recado a través del espacio, se veía precisado a usar el coherer de Branly. ¡Y qué buen católico fue Branly! Ahora, naturalmente, no necesitará un aparato tan anticuado, sino que mandará un marconigrama, cuyo nombre consagra para siempre al gran pionero católico de la telegrafía sin hilos: Marconi.

Pero hay una realización eléctrica que se ha ganado una devoción especial hasta de los comunistas: la dínamo. ¡Oh! La dínamo es el emblema del poder y de la eficiencia, hasta el punto de que el gran estadio de Moscú lleva el nombre de “Estadio Dínamo”, y a los atletas rusos se los llamaba “dínamos”, y efectivamente resultaban tan macizos y pesados como una de ellas. Sin embargo en su exuberancia se habían olvidado de aquel buen ingeniero italiano, Pacinotti, que regaló la dínamo a la humanidad. (Naturalmente ellos dicen que fue Popoff). Pero para conocer algo sobre dínamos, el racionalista tiene que saber algo sobre las corrientes de Foucault, que llevan el nombre de León Foucault, inventor del giroscopio, y que, digámoslo de paso, fue un católico practicante.

SUMA Y SIGUE

Los acumuladores de tu coche no son muy diferentes del primer acumulador ideado por Planté, un católico.

Las líneas de Fraunhofer en el espectro recuerdan a otro católico que fue pionero en el análisis espectral.

La rueda de Fizeau nos recuerda a aquél que midió la velocidad de la luz mediante un ingenioso procedimiento, y que era un católico práctico y convencido, que nunca se avergonzó de su fe en tiempos de cobardía y apostasía.

Si usas el número de Avogadro, no te olvides de que su titular fue un católico.

Si usas un barómetro, no te olvides tampoco de Torricelli, su inventor, que era otro buen católico.

SUMA Y SIGUE

Si te pones enfermo y el doctor tiene que aplicarte un estetoscopio al pecho, da las gracias a Laennec, un reputado médico católico, por la invención de ese instrumento.

Si en el cacharrito había algunas piezas de plástico, no te olvides de que la baquelita, el primer plástico, lleva el nombre del reverendo padre Bakel, nada menos que un sacerdote católico, precursor de la industria de los plásticos.

Si sigues acatarrado o enfermo, tal vez tengan que sacarte una radiografía; pero, aunque “rayos X” sea más fácil de pronunciar, su verdadero nombre es rayos Roentgen, en honor de su descubridor católico.

Y como una cosa lleva a la otra, acaso se te ocurra pensar en las radiaciones que emiten los cuerpos radioactivos; en ese caso recuerda que se los llama rayos Becquerel en honor de un excelente católico, Henri Becquerel, que los descubrió y los estudió en las sales del uranio.

SUMA Y SIGUE

En astronomía el firmamento está constelado de nombres católicos, desde Copérnico, un canónigo de Frauenburg y Galileo -porque no te olvides de que Galileo es nuestro y muy nuestro, mi joven amigo, aunque sus méritos no hayan sido, después de todo, tan grandes como han pretendido hacérnoslo creer- hasta Sacheiner, Boscovich, De Vico, Secchi y -se da la circunstancia de que todos éstos eran nada menos que padres jesuitas-, Cassini, Gassendi, La Place, Leverrier (el descubridor de Neptuno) y el autor de la teoría que hoy priva del “universo en expansión”, el reverendo padre Lemaître.

El fundador de la Geología moderna era un católico, el obispo Stensen. Y dentro de la Geología, si tienes que estudiar los sistemas de cristalización, rinde tributo al fundador de la cristalografía, un sacerdote católico llamado padre Haüy.

Cuando vayas al cine no sé si te quedará tiempo para pensar alguna vez en los hermanos Lumière, los fundadores del séptimo arte, que eran ambos católicos, y por cierto que, después de haber inventado la cinematografía en 1.894, fueron todavía capaces de desarrollar la primera placa fotográfica en colores en 1.907.

SUMA Y SIGUE

Si eres evolucionista, no te des demasiado importancia. Tu “Ciencia” está toda sembrada de nombres católicos.

Lamark, y no Darwin, es el verdadero fundador de la teoría de la evolución, y Lamark era un buen católico. (Darwin no lo era, pero ciertamente creía en Dios). Todos los evolucionistas deberían aprenderse de memoria las palabras de Darwin al fin de su “biblia de la evolución” Origen de las Especies (capítulo XIV): “Hay una verdadera grandeza en este modo de ver la vida, con sus varios poderes, como inspirada originalmente por el Creador,  en unas cuantas formas o tal vez en una; de modo que desde ese sencillo origen infinitas formas han ido desenvolviéndose”.

Y si verdaderamente estás interesado en mutaciones, variaciones, etc., tienes que aprenderte las leyes de Mendel, pero no te olvides de que Mendel era no solamente un católico, sino un monje, un prior agustino que realizó sus experimentos en los jardines de su monasterio.

SUMA Y SIGUE

Si eres matemático, recuerda que Vieta, un católico, es el padre del Álgebra moderna; que Tartaglia, otro católico, fue el primero en resolver las ecuaciones cúbicas; que Cavalieri, un gran católico, fue el primero en demostrar el teorema de Papus; que Clavius, un jesuita, es llamado el Euclides del siglo XVI; que Descartes y Pascal eran católicos; que Cauchy, aquel genio cumbre de las matemáticas, fue también “un admirable tipo del verdadero sabio católico”; y aunque es verdad que Hermite -que resolvió la ecuación de quinto grado, probó que “e” es trascendental y contribuyó tanto y tan originalmente a las matemáticas- había olvidado por algún tiempo la práctica de su religión, sin embargo volvió a revitalizar su fe católica gracias al influjo del gran Cauchy.

Y si un día te rescatan de un accidente, o sencillamente te llevan a dar un paseito en helicóptero, experimenta un poco de gratitud hacia los dos católicos, La Cierva y Sikorsky (Sikorsky no es católico romano, pero es ferventísimo ortodoxo), que lo planearon.

¿Has oído hablar alguna vez de Avogadro, Ampère, Lavoisier, todos católicos? ¿Has oído hablar de Gassendi, Ricci, Picard, todos ellos sacerdotes? ¿Has oído hablar alguna vez de Malpighi, Fallopius, Schwann, Vesalius, Claude Bernard, Müller, Fabre, fundadores pioneros, grandes figuras en los varios campos de la Ciencia, y todos ellos católicos? ¿Has oído decir alguna vez que un diácono, Flavio de Amalfi, inventó el compás magnético; y un fraile, Despina, las gafas; y el papa Silvestre II, el reloj de péndulo; y un católico seglar, Gutenberg, los tipos movibles o la imprenta moderna; y que un canónigo, Copérnico, afirmó la rotación de la tierra; y que cierto católico llamado Colón descubrió nada menos que América? ¿Y has oído en alguna ocasión que el señor Tal y Cual -pon aquí el nombre de ese periodista, o de ese autor, o de ese tratadista de historia, o de ese profesor-, un caballero muy bien conocido en su casa, especialmente a la hora de comer, ha descubierto nada menos que la Iglesia Católica ha sido siempre oscurantista? ¡Qué bonito!

PUNTO FINAL

En el oscuro Medioevo fue la Iglesia Católica la que mantuvo en vida los escasos focos de saber: las abadías de Fulda, Saint-Gall, Cluny; las escuelas de París, Orleans, Cambrai, Chartres.

Ya desde el siglo XII los Papas empezaron a fundar universidades en Europa. Y esa ingrata Europa ya se ha olvidado de que fue la Iglesia la que le  enseñó a leer, contar, escribir, construir, arar, injertar, cultivar el trigo y la viña.

En el siglo XIV, gracias a la Iglesia, Europa tenía ya sesenta y cuatro universidades.

Y si del círculo de los católicos pasamos a otro más amplio, al de los creyentes cristianos, la letanía se enriquece con los grandes Newton, Kelvin, Edison, etc… hasta formar un imponente desfile.

Sin duda el siglo XIX fue el peor en este aspecto; sin embargo Eymeieu, que se tomó la molestia de estudiar las convicciones religiosas de 432 sabios de dicho siglo, halló los siguientes resultados: 367 creyentes, 15 agnósticos (escépticos moderados), 34 cuyas opiniones nos son desconocidas y 16 ateos, de los cuales solamente 5 pueden ser considerados como pioneros de la Ciencia.

Por lo que se ve, estamos en muy buena com-pañía y no sentimos la menor tentación de chaquetear y pasarnos a las filas de los monos.  Mons. Oliver Sandbow