Contracorriente

~ Blog del P. Manuel Martínez Cano, mCR

Contracorriente

Archivos diarios: 9 abril, 2014

Quas Primas del papa Pío XI 6

09 miércoles Abr 2014

Posted by manuelmartinezcano in Magisterio, Uncategorized

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La fiesta de Cristo Rey y la apostasía de la sociedad moderna

 Además, para condenar y reparar de alguna manera la pública apostasía que con tanto daño de la sociedad ha provocado el laicismo, ¿no será un extraordinario remedio la celebración anual de la fiesta de Cristo Rey en todo el universo? Porque cuanto mayor es el indigno silencio con que se calla el dulce nombre de nuestro Redentor en las conferencias internacionales y en los Parlamentos, tanto más alta debe ser la proclamación de ese nombre por los fieles y la energía en la afirmación y defensa de los derechos de su real dignidad y poder.

pio_xiYa desde fines del siglo pasado se ha ido preparando eficaz y gloriosamente el camino a la institución de esta festividad. Es del dominio público la abundante producción bibliográfica que en todas las lenguas y por todo el universo se consagró a la sabia y elocuente defensa de este culto; e igualmente el reconocimiento del poder y de la autoridad de Cristo, que suponía la piadosa práctica de consagrar las familias al Sagrado Corazón de Jesús. No solamente las familias, también se consagraron al Corazón de Jesús ciudades y reinos enteros. Más aún: por iniciativa de León XIII la humanidad entera quedó consagrada al Divino Corazón en el Año Santo de 1900. Debemos recordar también el puesto que en esta solemne afirmación de la real soberanía de Cristo sobre la sociedad humana han tenido los frecuentes congresos eucarísticos, tan propios de nuestra época, y cuyo fin es convocar a los fieles de una diócesis, de una región, de una nación e incluso de todo el mundo para venerar y adorar a Cristo Rey, escondido bajo los velos eucarísticos; y proclamar a Cristo como Rey dado a la humanidad por Dios, por medio de discursos y sesiones en las asambleas y en los templos, de la adoración pública del Santísimo Sacramento y de solemnísimas procesiones. Puede afirmarse con todo derecho que el pueblo cristiano, movido por una inspiración divina, ha sacado del silencio y del ocultamiento de los templos a aquel mismo Jesús a quien, cuando vino al mundo, los impíos no quisieron recibir; llevándolo como un triunfador por las calles para restablecer la totalidad íntegra de sus derechos de Rey.

Ahora bien: para realizar el propósito que acabamos de exponer, el Año Santo, que está acabando, nos ofrece la mejor oportunidad, ya que Dios, después de levantar benignamente la mente y el corazón de los fieles a la consideración de los bienes eternos, que superan todo sentido, les ha devuelto el don de su gracia, o los ha confirmado en el camino recto, dándoles nuevos estímulos para emular mejores carismas. Atendiendo pues, a las innumerables súplicas que nos han sido hechas y considerando en su conjunto los acontecimientos del Año Santo, sobran motivos para convencernos de que ha llegado, finalmente, el día, tan ansiado, en que promulguemos que se debe honrar con fiesta propia y especial a Cristo, Rey de toda la humanidad. Porque en este año, como hemos dicho al principio, el Rey divino, verdaderamente admirable en sus santos, ha sido gloriosamente magnificado con la elevación de un nuevo grupo de sus fieles soldados al honor de los altares. También en este año, una insólita Exposición Misional ha puesto a la vista de todos los admirables triunfos que han ganado para Cristo los operarios evangélicos en la extensión de su reino. En este año, finalmente, con ocasión del centenario del concilio de Nicea, hemos conmemorado la reivindicación del dogma de la consubstancialidad del Verbo encarnado con el Padre, sobre la cual se apoya, como en su propio fundamento, la soberanía de Cristo sobre todos los pueblos.

Institución de la fiesta de Cristo Rey

 

Por tanto, en virtud de nuestra autoridad apostólica, instituimos la festividad de Nuestro Señor Jesucristo Rey y ordenamos su celebración universal el último domingo de octubre, es decir, el domingo inmediato anterior a la festividad de Todos los Santos. Asimismo ordenamos que en este día se renueve todos los años la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús, que mandó recitar anualmente nuestro predecesor, de santa memoria, Pío X. Este año, sin embargo, queremos que se renueve la consagración el día 31 de diciembre, día en que Nos oficiaremos un solemne pontifical en honor de Cristo Rey y ordenaremos que dicha consagración se haga en nuestra presencia. No podemos clausurar mejor ni más convenientemente el Año Santo, ni dar a Cristo, Rey inmortal de los siglos, un más amplio testimonio de nuestro agradecimiento -interpretando la gratitud de todos los católicos-por los beneficios que durante este Año Santo hemos recibido Nos, la Iglesia y todo el orbe católico.

No es necesario, venerables hermanos, que os expliquemos detalladamente la causa que nos ha movido a decretar que la festividad de Cristo Rey se celebre independientemente de otras fiestas litúrgicas que en cierto modo significan y solemnizan esta misma dignidad regia. Baste una advertencia: aunque, aunque en todas las fiestas litúrgicas de Nuestro Señor el objeto material es Cristo, su objeto formal, sin embargo, es totalmente distinto del nombre y de la potestad real de Jesucristo. Y la razón de haber señalado el domingo como día conmemorativo de esta festividad es el deseo de que no tan sólo el clero honre a Cristo Rey con la celebración de la misa y el rezo del oficio divino, sino para que también el pueblo, libre de las preocupaciones diarias y con espíritu de santa alegría, rinda a Cristo el grandioso testimonio de su obediencia y de su fundación. Nos ha parecido también que el último domingo de octubre era el más apropiado para esta festividad porque con este domingo viene casi a finalizar el ciclo temporal del año litúrgico; de esta manera, los misterios de la vida de Cristo conmemorados durante el año, terminarán y quedaran coronados con esta solemnidad de Cristo Rey, y, antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de Aquel que triunfa en todos los santos y elegidos. Es, por tanto, deber vuestro y misión nuestra, venerables hermanos, hacer que la celebración de esta fiesta anual esté precedida, durante algunos días, de una serie de sermones en todas las parroquias, que instruyan oportunamente a los fieles sobre la naturaleza, la significación e importancia de esta festividad, para que inicien de esta manera un tenor de vida que sea verdaderamente digno de los que anhelan servir con amor y fidelidad a su Rey, Jesucristo.

Catecismo social de la Iglesia 55

09 miércoles Abr 2014

Posted by manuelmartinezcano in Uncategorized

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19 -De nuevo esta pregunta: ¿el liberalismo causa el matrimonio civil, el libertinaje de costumbres, el divorcio, el aborto y otras calamidades similares?

-Es doctrina de la Iglesia. Y Pablo VI lo ha reiterado: «Algo falta en la base de la construcción de la ciudad humana, y son los principios. Los principios verdaderos e insustituibles del humanismo auténtico, los principios de la sabiduría cristiana, sin los cuales no se sostiene a la larga el edificio de una sociedad progresiva» (26-1-1969).Y lo que niega los principios verdaderos es el sistema liberal, tanto en el individuo como en el Estado.

catecismo socialY éste no debe ser neutral ante lo que engloba valores trascendentes. Y es el liberalismo el que abre todas las compuertas de las legalidades divorcistas, abortistas e inmorales. Por esto Pablo VI ha recordado: «Corresponde a las autoridades políticas buscar el bien común de la sociedad; es decir, constituye su cometido promover y mantener condiciones externas tales que puedan ofrecer a los ciudadanos y a sus familias orden y felicidad, basados sobre aquellos valores humanos que forman el contenido mismo de la civilización. Las autoridades políticas tienen, por tanto, el deber y el poder de defender a los individuos, las familias y toda la sociedad de los peligros inherentes a la difusión y penetración de la pornografía». (Carta del Secretario de Estado, en nombre del Papa, a la Presidenta Honoraria de la Unión Internacional para la acción moral y social del Vaticano, 25-X-1971.)

20 -En realidad, ¿cuáles son las causas que provocan el divorcio?

-Las causas más alegadas en los procesos del divorcio son el adulterio, las separaciones prolongadas, las faltas contra el matrimonio. Con más frecuencia en los matrimonios con diferencias notables de edad. El alcoholismo predomina en matrimonios de clase media y trabajadora, y el adulterio en las clases llamadas elevadas. Las víctimas del divorcio son los hijos. En los Estados Unidos, medio millón de hijos -dos tercios de los cuales tienen menos de diez años- presencian el divorcio de sus padres. La mujer es la otra víctima del divorcio. Muchas mujeres divorciadas buscan el refugio en el psicoanálisis y también en el alcohol. El porcentaje de mujeres suicidas es tres veces superior en

las divorciadas al índice de las mujeres casadas.

Es cosa estadísticamente cierta que los divorcios aumentan en los países que lo legalizan.

21 -En muchas naciones se despenaliza el adulterio, el incesto, el amancebamiento, la homosexualidad ...

-Es una quiebra más de nuestra sociedad. Ningún Estado, aparte de su sistema político, debe prescindir de las normas objetivas del Decálogo. Y lo que jurídicamente se tolera, no se hace bueno moralmente. Lo lógico es que lo jurídico reconozca el Decálogo y no que se le quiera evaporar. La despenalización de estos gravísimos desórdenes morales gritan contra la sustancial ilicitud jurídica, que procede del Derecho Natural, obligatorio no solamente en la vida privada sino también en las estructuras de una sociedad que no se derrite en un Código «desmoralizado». Con Pablo

VI repetimos: «Cuanto más olvidado y hasta menospreciado parece estar el derecho, más evidentes se hacen su grandeza, y su absoluta necesidad para la vida común y ordenada de una sociedad» (10-IX-1973).

Imitación de Cristo 61

09 miércoles Abr 2014

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Capítulo 24

Que se ha de evitar la curiosidad de saber las vidas ajenas

imitacion-de-cristoHijo, no quieras ser curioso ni tener cuidados impertinentes. «¿Qué te va» a ti de esto o de lo otro? «Sígueme tú» (Jn 21,22). ¿Qué te importa que aquel sea tal o cual, o que este viva o hable de este o del otro modo?
No tienes que responder por otro, sino dar razón de ti mismo. Pues, ¿por qué te entremetes?
Mira que yo conozco a todos, y veo cuanto pasa debajo del sol, y sé de qué manera está cada uno, qué piensa, qué quiere y a qué fin dirige su intención.
Por eso se deben encomendar a mí todas las cosas; pero tú consérvate en santa paz y deja al bullicioso hacer cuanto quisiere.
Sobre él vendrá lo que hiciere o dijere, porque no puede engañarme.
No te preocupe la sombra de un gran nombre, ni el tener muchos amigos, ni el ser particularmente amado de los hombres, porque estas cosas causan distracciones y grandes tinieblas en el corazón.
De buena gana te hablaría mi palabra y te revelaría mis secretos, si tú esperases con diligencia mi venida y me abrieses la puerta del corazón.
Está apercibido y vela en oración y humíllate en todo.

Cristo y las verdades de la fe. La verdad y la vida

09 miércoles Abr 2014

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Dijimos que el corazón de la Iglesia es Cristo resucitado. Muchos piensan que esta realidad sencilla y hermosa queda oprimida por la carga de los dogmas, o verdades que hay que creer, las normas que hay que cumplir o los ritos y sacramentos que hay que practicar. ¿No bastaría -se preguntan -una adhesión genérica a Cristo, y llevar con amor nuestra acción en el mundo, libremente programada?

cerroangelescristoSienten un recelo especial frente a los contenidos o las verdades de la fe. La preocupación por la ortodoxia (la recta doctrina) les parece un mal, un estorbo para renovar la Iglesia a su gusto. Lo que más pronto han procurado olvidar algunos sectores es el Credo, luminoso y emocionante, que Pablo VI proclamó al término del «año de la fe».

Se alega que lo que importa es la vida, no las ideas. ¡Pero también la verdad es vida!

Lo que pasa es que algunos quisieran aprovechar de la Iglesia solamente aquellas «verdades» que, a su juicio, responden a las solicitaciones o apremios de lo inmediato: las «ideas prácticas» (paz, justicia, fraternidad…) que sean estímulos o factores de la convivencia y del desarrollo.

En esta perspectiva, los dogmas, la oración, los sacramentos, la jerarquía… les parecen poco importantes; a lo más, símbolos o ayudas pedagógicas para las etapas «infantiles» de la humanidad, que pueden cesar cuando ésta se hace adulta, tan cultivada que ya no necesita del culto para ejercer su honradez natural. La iglesia sería poco más que una asociación cultural o educativa, portavoz de sentimientos, de aspiraciones, de criterios de acción, que son patrimonio común de todos los hombres, creyentes o no creyentes.

Conviene advertir que, según esto, la Iglesia no daría más verdad que la cultura humana, lo cual supone que no daría más vida, porque las «ideas» comunes no expresan sino lo que los hombres podemos pensar o hacer por nosotros mismos.

Aceptemos el principio: lo que importa es la vida. Pero, ¿quién nos da esa plenitud de vida que deseamos y necesitamos? ¿Quién nos revela y comunica el amor del Padre, nos hace hijos, transfigura nuestro vivir temporal por el amor y la esperanza, nos conduce a la victoria sobre el pecado, el dolor y la muerte? ¡Cristo! No son unas «ideas»; es Él, con su persona y por su acción (por lo que es y lo que hace), quien nos da la vida. Y por esto, lo que importa ante todo es una realidad viviente.

Pero, a más vida, más verdad. Verdad y vida son inseparables. Las verdades de la fe -la doctrina católica- son una expresión de esta realidad viviente, una dimensión de esta vida nueva: nos dicen lo que Cristo es y lo que Cristo hace. El Credo, toda profesión legítima de fe, está muy lejos de constituir un sistema de ideas frías y abstractas; es una historia de una acción salvadora, que parte de la vida eterna de Dios y nos conduce a nuestra propia vida eterna por el camino del Hijo de Dios incorporado a la historia, hombre, hijo de María, hermano nuestro, cabeza de una humanidad reconciliada, Señor del universo.

Nada de ideas frías. Se trata de una comunicación cálida: en la memoria, en la presencia y en la esperanza. De ahí les viene su vitalidad a las llamadas «ideas prácticas». Un huérfano puede tener muchas ideas sobre la maternidad, pero no conoce a su madre. ¿Nos va a molestar este conocimiento como si fuese una carga? Es un conocimiento entrañado en la comunicación vital y en el amor. Por eso Jesús ha dicho: «Ésta es ‘la vida eterna: que te conozcan a Ti, Padre…, y a tu enviado, Jesucristo».

Y por eso, la Iglesia es mucho más que una asociación educativa; es una familia en la que se nos da y alimenta la vida superior.

No es buen cristiano el que no ama las verdades de la fe. La doctrina es vital. El que desprecia la doctrina en nombre de la vida, desprecia a Cristo y su propia vida. Tenemos hoy un ejemplo bien tierno y emocionante: comienza el mes de mayo; los dogmas de la Inmaculada, de la maternidad divina, de la Asunción gloriosa ¿son acaso abstracciones? ¿O nos acercan más bien a alguien, que es de verdad Madre, que nos acompaña como hermana, como modelo de una vida cristiana perfecta, como realización anticipada de todo lo que esperamos?

Los testigos fundamentales de la verdad, los que nos dicen lo que es Cristo y lo que Cristo hace, son los Apóstoles. Por amor a la vida guardamos fidelidad gozosa a las verdades de fe que ellos nos han legado como un «depósito» viviente, cuya custodia y exposición han sido confiadas a quienes continúan a los Apóstoles en la Iglesia. El depósito no es un lastre: es vida y razón de esperanza.

El Papa, sin cesar, nos urge a que mantengamos fielmente este depósito, para vivir de él. ¿Obtiene el Papa toda la colaboración que ha pedido y la que tiene derecho a esperar, especialmente de los más obligados (los sacerdotes e incluso los obispos)?

Es un depósito que hay que guardar entero. Sin recortes. Sin selecciones caprichosas, al estilo del dicho clásico: «Yo soy católico como el que más, pero no creo en el infierno, en la virginidad de María, en la resurrección de la carne…» Por este camino llegaríamos a no creer sino lo que a nosotros se nos ocurra; no lo que Cristo dice. Y así se desvanece la palabra de Dios, se divinizan nuestras propias ideas, y puede suceder que nos quedemos sin verdad y sin vida.

Quizá alguno diga, sin embargo, que sería conveniente reducirnos todos a las ideas comunes de la humanidad, si no por razón de la vida, sí apelando, por ejemplo, a la humildad (¿no está mal presumir de poseer la verdad?), al respeto a la libertad, al amor a la unidad entre los hombres.

Hablaremos de ello en otra ocasión.

(1 de mayo de 1972 )

José Guerra Campos , obispo

Por qué se cubren las imágenes

09 miércoles Abr 2014

Posted by manuelmartinezcano in P. Manuel Martínez Cano, Uncategorized

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Significado

“Desde el domingo de Pasión[1] el recuerdo de los dolores y muerte del Señor pasa a primer término también en la liturgia. […]
La Edad Media, ignorando el origen verdadero de ciertos detalles exteriores del tiempo de Pasión, tales como […] la velación de los crucifijos e imágenes del templo, los interpretó simbólicamente, relacionándolos con la Pasión del Señor. […] Las imágenes se cubren porque Cristo en su Pasión ocultó su divinidad (Durando 1. 1, c. 3, n. 34). Pero lo más probable es que […] en la velación de las imágenes sobreviva el velo de Cuaresma, mencionado ya en el siglo XI y que al empezar este período litúrgico se suspendía delante del altar mayor. Thurston (Lent and Holy Week 100) relaciona el origen del velo cuaresmal con la antigua disciplina de la penitencia: así como los penitentes públicos eran expulsados del templo, de un modo análogo los otros fieles, que recibiendo la ceniza al principio de la Cuaresma se declaraban penitentes voluntarios, veíanse privados al menos de la vista del santuario, del altar.”[2]

Cuaresma morado“Durante el tiempo de Pasión se cubre con lúgubre velo la Santa Cruz, las imágenes del Crucificado: es señal de las humillaciones que deberá sufrir el Hijo de Dios, empezando por la salida del templo de Jerusalén que el domingo de Pasión se conmemora: Exivit de templo.”[3]

“El objeto casi único de nuestra meditación van a ser la Pasión y la Resurrección de Cristo. “Cielo de la santa Iglesia, dice Dom Guéranguer, se torna triste y sombrío.” En el centro de la liturgia se yergue la santa Cruz, en cuyo honor se entonan himnos entusiastas y emocionantes, que nos revelan la diferencia entre la antigua piedad, objetiva, y la nueva, penetrada de un fuerte acento subjetivista. Hay indicios exteriores de duelo: las imágenes de los Santos cubiertas, pues la Iglesia no quiere distraer su mirada con las bellas esculturas, con los esplendores del arte, ni siquiera con los metales que adornan el signo de la Cruz.”[4]

“Entramos en los días de duelo que lloramos al Esposo divino. La Iglesia se cubre con el velo de viudez. El tiempo de Pasión es la tercera etapa de la preparación pascual. La antecuaresma fue una introducción, la Cuaresma un periodo de conversión y purificación, el tiempo de Pasión está consagrado de un modo especial al recuerdo de los sufrimientos de Cristo. Este recuerdo se expresa en diversas prácticas exteriores de la liturgia. Se cubren los retablos el templo, lo cual es costumbre simbólica con que la Iglesia quiere manifestar su duelo, y se velan las cruces, en las cuales antiguamente no se hallaba grabada la imagen del Crucificado. Las imágenes y estatuas deben desaparecer de nuestra vista para que no nos distraigan del pensamiento de la Pasión de Cristo.”[5]

“En la liturgia, el recuerdo de este atentado es como el prólogo del drama sangriento. Entramos en una nueva etapa de la Cuaresma, entramos en el tiempo que se llama propiamente de Pasión. Una luz sombría se derrama sobre la escena; un triste presentimiento invade las almas, un ambiente de tragedia nos sobrecoge. La Iglesia sabe que los hombres buscan a su Esposo, que conspiran contra Él, que no acabarán hasta hacerle perecer. Llena de dolor, reúne a sus hijos para llorar con ellos el espantoso crimen de la ingratitud y prorrumpir en acentos de indignación contra los deicidas. David y los profetas ponen en su boca las exclamaciones más conmovedoras; se oyen imprecaciones terribles contra los verdugos, y de cuando en cuando se alza la voz del mismo Cristo, revelándonos las angustias mortales de su alma. La escena se cubre también de luto: en el altar, las imágenes de los santos quedan ocultas a nuestras miradas; se diría que renuncian a consolarnos en nuestro duelo. La misma cruz desaparece bajo un velo oscuro. Antes ella nos sostenía, hablándonos de luz, de fuerza, de amor; y he aquí que ahora se aparta, por decirlo así, de nosotros para hacer más viva nuestra esperanza y más sincera nuestra contrición. Porque no es una compasión estéril lo que se nos pide; las lágrimas son inútiles, las mismas oraciones sirven de poco cuando no las acompaña una conmoción profunda del corazón. Las terribles escenas que durante estos días van a pasar delante de nuestros ojos deben ser enseñanzas vivas para nuestras inteligencias, llamaradas de fuego para nuestras almas. “No lloréis por Mí -nos dice el Redentor en medio del desamparo-, llorad por vosotros y por vuestros hijos.” En esta hora de la justicia inexorable contra el pecado, debemos recordar que no son Judas, ni Pilatos, ni el odio de los fariseos, ni la cobardía de los discípulos el objeto de nuestras cóleras, sino esa serpiente de mil cabezas que se enrosca en nuestros corazones, y envenena nuestra vida, y pone sombras en nuestro camino, y hace correr ríos de sangre por el rostro de nuestro divino Salvador.”[6]

Normativa actual

“La costumbre de cubrir las cruces y las imágenes de las iglesia puede conservarse, a juicio de la Conferencia episcopal. Las cruces permanecen cubiertas hasta después de la celebración de la Pasión del Señor, el Viernes Santo, y las imágenes hasta el comienzo de la Vigilia pascual.”[7]

“Antes de la primeras Vísperas de la dominica de Pasión, deben cubrirse con velo morado las cruces e imágenes; y continuarán así cubiertas: las cruces, hasta que en la función del Viernes Santo el Preste haya descubierto la cruz del altar; y las imágenes, hasta el gloria in excelsis del sábado siguiente. Acerca de estas rubricas debe notarse:
Se han de cubrir: a) antes de las primeras Vísperas de la dominica de Pasión, aunque éstas sean de una fiesta, no en el mismo domingo; b) todas las cruces que hay en los altares y sirven para la celebración de la Misa, como también las que fuera de los altares están en la iglesia para el culto y veneración, v. gr., a la entrada del Coro, las que se llevan en procesión; pero no hay obligación de cubrir las del Vía Crucis, las esculpidas en las paredes en testimonio de la dedicación, para ornamento o por otro motivo que no sea el del culto o veneración, ni la pequeña en que remata el sagrario, a no ser que supla a la del Sacrificio; c) las imágenes de los Santos que para el culto están expuestas en los altares, no las que sin ese objeto se hallan fuera de ellos, ni las pintadas para decoración en las paredes de la iglesia; e) con velo morado no trasparente, que cubra toda la cruz e imagen e impida verlas al trasluz; en él no pude haber figuras e imágenes, ni aun las de Pasión; f) hasta el Viernes o el Sábado Santo (ut supra), sin que puedan descubrirse antes por ninguna causa, v. gr., por ocurrir en tal tiempo la fiesta titular o la del Patrón, ni la imagen del Crucifijo con ocasión de Ejercicios espirituales.
Con todo, se tolera llevar las imágenes descubiertas en las procesiones que se hagan durante este tiempo, y exponer en la iglesia y llevar en procesión la Virgen Dolorosa con su Hijo muerto en los brazos el Jueves Santo por la noche y el Viernes siguiente, y aun (en virtud de antigua costumbre) que en el altar pueda estar descubierta la misma Madre Dolorosa el viernes de Dolores.
La Sagrada Congregación urge que se cumplan estas leyes según el uso aprobado de la Iglesia y que se eliminen como abusos y corruptelas las costumbres contrarias.”[8]

 

8 de abril de 2014

A.M.D.G.

 

 

[1] En la forma ordinaria del Rito Romano es el Domingo V de Cuaresma.

[2] Luis Eisenhofer, Compendio de litúrgica católica, Ed. Heder, Barcelona, 1947, nº 132, p 110.

[3] I. Gomá y Tomás, El valor educativo de liturgia católica, Editor Rafael Casulleras, Barcelona, 1940, parte 2ª, c. VII, punto II, apartado A), nº 6, p. 511.

[4] J. Pérez de Urbel y E. Díez, Misal con devocionario y ritual, Ed. Científico M.E, Madrid-Barcelona, 1943, El tiempo de pasión, p. 578.

[5] P. Parsch. El año litúrgico, Ed. Herder-Ed. Litúrgica Española, Barcelona, 1957, Tiempo de pasión, p. 255.

[6] J. Pérez de Urbel, Año cristiano, Tomo V, Ed. Fax, Madrid, 1951, Domingo de Pasión, p. 129.

[7] Misal Romano, Coeditores Litúrgicos, 2001, sábado de la IV Semana de Cuaresma, p. 224.

[8] G. Martínez de Antoñana, Manual de Liturgia Sagrada, Ed. Coculsa, Madrid, 1943, Trat. IV, Sec. 2ª, c. III, Art. 1º, nº 726, pp.986 y 987.

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