Las medidas-patrón del mundo

«Tenemos que admitir que el mundo está gobernado por Uno» (Santo Tomás de Aquino).trinidad

Nunca había brillado tan manifiesta esta unidad del mundo como hoy. Las reglas del universo se observan hasta en los más remotos rincones de la Creación. Un diminuto espectroscopio en un laboratorio en una noche silenciosa te dirá la uniformidad de la conducta del mundo. En contraste chillón con las divisiones que nosotros, los hombres, hemos introducido en esta mota de polvo a la que llamamos Tierra, el mundo se somete a las mismas leyes por todas partes. Aquí, en nuestro planeta, sucede que cuando cruzamos una frontera tenemos que cambiar de lenguaje, muchas veces hasta de vestido; los nombres de las estaciones están escritos en diferentes alfabetos; vienen luego las aduanas, las restricciones monetarias, fuera máquinas fotográficas, ley seca, prohibición del alcohol, rellenar nuevos formularios, examen sanitario por oficiales enfermeros, visados, registros, derechos, cambio de moneda. ¡Oh. Señor, por todas partes vemos la sombra .de la -torre de Babel! El pobre pasajero se va diciendo· para su capote: «Ahora estamos debajo de Tito; ahora, debajo de un comandante militar; ahora, de Kadar, ahora…» Por todas partes estamos bajo la estupidez humana que ha convertido este planeta en una jaula de gatos hambrientos, recelosos, egoístas.

Pero cuando hundimos el telescopio en el silencio de una noche nos sentimos elevados al reino de Dios; se acabó aquella locura antojadiza de los hombres. Por todas partes se encuentra la constancia invariable de un universo sometido a una misma ley: todo obedece a Su Voluntad.

La Ciencia va poco a poco descartando esas· medidas anticuadas de nuestros abuelos y exigiendo e imponiendo unidades y. medidas que sean legales hasta en las nebulosas más distantes.

Se dice que la yarda -esa anticuada medida inglesa- la fijó el rey Enrique I extendiendo su real brazo.

La pulgada era la medida media de los pulgares de tres escoceses de diferentes tallas. Así lo mandó el rey David de Escocia.

El metro se suponía que era la diezmillonésima parte del cuadrante del meridiano terrestre; pero todo el mundo sabe que esa medida es inexacta debido a los errores de los geodésicos.

Por consiguiente, en nuestras presentes condiciones, «el resultado de una medida exactísima es determinar, por ejemplo, cuántos átomos de hidrógeno entran en la longitud del brazo del rey Enrique o caben en el pulgar de tres escoceses, y esto, a decir verdad, no nos lleva muy hasta allá en el conocimiento de los misterios de la naturaleza» (Eddington). Por tanto, la Ciencia actual exige unidades de medida que sean fundamentales en la naturaleza sean éstas el radio del electrón o del universo, o cualquier otro-, de manera que la naturaleza pueda ser medida con sus propias medidas.

Después de haber descartado medidas arbitrarias, los físicos se quedan con lo que llaman las constantes primitivas de la Física:

e = la carga de un electrón.

m = la masa de un electrón.

M = la masa de un protón.

h = la constante de Planck.

C = la velocidad de la luz.

G = la constante de gravitación.

λ = la constante cósmica.

Estas son las medidas fundamentales del universo.

Estas son las siete cuerdas del arpa de la Creación.

Ellas deberían posibilitarnos el cálculo de cualquier otra constante en los fenómenos naturales. «Naturalmente -dice Eddington- hasta ahora no podemos efectuar este cálculo: es posible que sea demasiado intrincado. Actualmente, si queremos conocer la longitud de onda de la línea D del sodio, el único modo de que por ahora disponemos es el de medirlo; pero no hay duda ninguna de que tiene que existir un modo definido de calcularlo partiendo de la definición misma del sodio como un núcleo rodeado de once electrones, y a ese resultado deberíamos llegar usando solamente esas siete constantes que reseñamos arriba.

Así pues, podríamos considerar el universo como una sinfonía tocada sobre estas siete constantes primitivas, como nuestra música se basa en las siete notas de nuestra escala» (New pathways in Science, pág. 231).

La palabra misma universo se refiere a su unidad. Y la palabra constante se refiere a su uniformidad.

La Ciencia está segura de que la masa de un electrón, la constante de Planck y la carga de un electrón son absolutamente las mismas tanto aquí como en la nebulosa Virgo. ¿Podía rendir un tributo mejor a su arquitecto?

Yo creo todavía que esta familia humana es una a pesar de que existan tales pintorescas diferencias en lenguaje, en cocina, en folklore, en vestidos, en gusto; y a pesar también de que haya tantos matices de democracia en el mundo.

¡Cuán obligado me siento a admitir como el Doctor Angélico que la unidad de este mundo nos muestra que es obra de Uno y es gobernado por Uno!

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Robert Kennedy, rezaba cada día esta oración, escrita por él: «Yo me abandono, oh Dios, en tus manos. Moldea esta arcilla como barro en las manos del alfarero. Dale una forma y luego rómpela si quieres; como fue tronchada la vida de John, mi hermano. Manda, ordena qué quieres que yo haga. Encumbrado, humillado, perseguido, incomprendido, calumniado, consolado, dolorido, inútil para todo, no me queda sino decir, a ejemplo de tu Madre: «Hágase en mí según tu palabra». Dame el Amor por excelencia, el amor de la Cruz, mas no de las cruces heroicas que pudieran alimentar el amor propio, sino de aquellas cruces vulgares, que lastimosamente llevo con repugnancia, de las que se encuentran cada día en la contradicción, en el olvido, en el fracaso, en los falsos juicios, en la indiferencia, en los rechazos y desprecios de los otros, en el malestar y los defectos del cuerpo, en las tinieblas de la mente y en el silencio y la aridez del corazón. Sólo entonces Tú sabrás que yo te amo, aunque yo no lo sepa; pero esto me basta». Aunque cada día nosotros no recemos una oración tan sublime, se sublima y se gana todavía más si rezas cada mañana y cada noche las TRES AVEMARÍAS A LA SANTÍSIMA VIRGEN.