Positivismo «cientista». Ruptura de la relación, mantenida aún por Kant, entre lo empírico y la realidad sustancial.
Con la actitud reseñada coincidió durante decenios una de las ideologías que ha pretendido por más tiempo ser la encamación única de la ciencia moderna: el Positivismo en su exageración «cientista» o «cientificista», llamada así para no confundirla con lo «científico». Para situarlo, conviene recordar un dato importante de la historia moderna de la filosofía y del saber científico. Sabemos que en el proceso que en nombre del conocimiento experimental Q «positivo» tiende a excluir o a dejar en la sombra a Dios ocupa un momento clave Manuel Kant. Clave, porque precisamente a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX asumió las dos corrientes de pensamiento «moderno» -el racionalismo ingenuo y optimista y el escepticismo empirista-y las sometió a una crítica o discernimiento radical para deslindar las posibilidades de la mente humana en el campo del conocimiento. Al final de su magno esfuerzo crítico el campo de la realidad, con la que se enfrentan nuestro pensamiento y nuestra voluntad, quedó dividido en dos grandes sectores: el ámbito de la experiencia o del fenómeno (construido en gran parte con categorías «subjetivas», universales y necesarias, muchas de índole «espiritual», pero ligadas a datos empíricos); y el ámbito de lo que está más allá de la experiencia, como última razón y consistencia de la misma. Este segundo ámbito de pensamiento incluye a Dios, por descontado, pero se refiere igualmente a la existencia sustantiva de cada uno de nosotros y, en general, a la existencia real de lo que hay como causa y sujeto detrás de los fenómenos cambiantes del mundo físico.
Una interpretación muy difundida, la interpretación tópica y escolar, del pensamiento de Kant supone que él dejó esos dos «mundos» totalmente aislados; nuestra razón serviría solamente para ocuparse del mundo empírico; las realidades últimas ultraempíricas quedarían ignotas en su misma existencia y ante ellas, por tanto, no cabría sino la abstención, el agnosticismo. Esta interpretación la sugiere, al menos en una primera lectura, la célebre «Crítica de la razón pura». Pero no es exacta, porque se olvida que el mismo Kant escribió pocos años más tarde la obra titulada «Prolegómenos a toda Metafísica del futuro…»[1] en la que somete a revisión y precisiones la «Crítica de la razón pura» y nos dice su última palabra sobre el tema. En los «Prolegómenos» insiste prolijamente en que, aunque el conocimiento científico (es decir, un conocimiento con determinaciones o contenidos, de los que se puede hablar señalando sus elementos constituyentes) está ligado al campo de la experiencia o de lo aparencial (los «fenómenos»), sin embargo este mismo campo aparencial no puede ser pensado sino mediante una referencia a un «incógnito», referencia que no solamente es una suposición de que está ahí, sino que es auténtica relación que apunta a él como existente y como fuente de sentido. Ese «incógnito» es Dios, soy yo mismo, porque -recordémoslo- la crítica de Kant sobre la existencia de los númenes jamás se refiere sólo a Dios, se refiere a mi existencia y a la de todas las realidades substanciales.
Aunque no determinemos lo que el Incógnito es en sí mismo, la referencia a él, y hablamos ahora de la Causa Primera o Dios, es tan importante que sirve de fundamento de la legítima orientación moral de la vida y hace posible la esperanza. Esa referencia, embebida en el mismo conocimiento «positivo» o empírico, nos libra, según dice Kant, de tres prisiones, en las cuales no es posible un vivir digno de persona humana: nos libra del Materialismo (o autosuficiencia de lo experimental), nos libra del Naturalismo (o suficiencia de la naturaleza, concebida como una gran máquina automática), nos libra del Fatalismo (que atribuye todas las realidades y posibilidades del hombre y del mundo a una causalidad sin inteligencia ni libertad). El uso ultraempírico de la razón, que apunta hacia Dios, nos da, pues, suficiente enlace con la Libertad y la Inteligencia para que podamos vivir en un orden de valores morales, que es infinitamente más valioso que el orden del conocimiento empírico.
Esta es la posición, un poco inestable pero inteligente, de Kant. Pues bien, el positivismo posterior a él en el siglo’ XIX, que arrastran algunas formas residuales en el siglo XX, se enclaustró en el campo experimental o del «fenómeno», no ya absteniéndose de pensar en el otro campo incógnito, sino cortando la referencia a él como si no existiese y eliminando así de un tajo la posibilidad de considerar al hombre como sujeto de libertad, de inteligencia, de valores morales, de esperanza y, por lo mismo, la posibilidad de insertar una perspectiva religiosa, aunque sea muy tenue, en una concepción racional o científica.
De aquí se pasa enseguida a la extrapolación que se ha llamado «cientista», que no sólo descuida o ignora el campo de lo Incógnito, limitándose a cultivar el de lo empírico, sino que pretende conocer perfectamente el campo incógnito, disolviéndolo’ como tal al interpretarlo con las categorías del campo empírico. El «cientismo» es una pseudociencia, una ciencia que olvida sus límites y los traspasa convirtiéndose en una pseudometafísica más o menos inconsciente. Fue la degeneración del mejor positivismo del siglo XIX.
En años más recientes nuevas formas de positivismo afirman que la referencia a lo incógnito está tan fuera de lugar que en realidad carece de sentido. No es que falte una respuesta satisfactoria; es que no hay pregunta. Dios sería una imprecisión del lenguaje, las expresiones sobre Él carecerían de significado coherente o lógico: Dios sería no sólo una hipótesis innecesaria para la explicación de los fenómenos empíricos (según los cientistas·o monistas del siglo XIX), sino una cuestión vacía [2]
Ateísmo-Hoy
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Fe Católica-Ediciones, Madrid, 1978
[1] M. Kant, Prolegómenos a toda Metafísica futura que haya de poder presentarse como una ciencia. Edición española: Aguilar, Madrid, 1954.
Que el acceso a Dios mediante la «razón práctica», según Kant, es verdadero conocimiento intelectivo, y no algo irracional, lo subraya también X. Zubiri en sus Cinco lecciones de filosofía, Sociedad de Estudios y Publicaciones, Madrid, 1963, p. 101 ss
[2] Para entender los planteamientos de estos neo-positivistas, que reducen la filosofía a una crítica del lenguaje y limitan las proposiciones con sentido al campo lógico-matemático y al empírico, pueden leerse los textos que reproduce C. Fernández en la obra citada en la nota 20, de WITTGENSTEIN, Tratado lógico-filosófico, edición original alemana de 1921, ed. española de 1957 (ob. cit., números 1769-1794); de B. RUSSELL, Introducción al Tractatus logico-philosophicus de Wittgenstein, ed. inglesa 1922, ed. española 1957 (ob. cit., núm. 1835-1853); de CARNAP, La superación de la metafísica por medio del análisis lógico del lenguaje, ed. 1931 (ob. cit., núm. 1976-1999); de AYER, Introducción del Editor a la ed. inglesa de Positivismo lógico, London, 1959 (ob. cit., núm. 2046-2065)
Hay que notar que estos autores se ciñen al campo del saber teórico. Para Wittgenstein, «los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo»; «el sentido del mundo debe quedar fuera del mundo»; «la solución del problema de la vida está en la desaparición de este problema». Carnap insiste en que sólo tienen significación las, proposiciones lógicas y matemáticas (que no dicen nada sobre la realidad) y las de la ciencia empírica. Las proposiciones de la metafísica -y de la filosofía de los valores y de la ciencia normativa-son sin sentido, es decir, no que sean erróneas, sino que no contienen nada como conocimiento objetivo. Sirven, sin embargo, para expresar la «actitud emotiva ante la vida», como sustitutivo inadecuado de lo que hacen más propiamente las obras de arte.
- Russell, aun elogiando a Wittgenstein, señala la incongruencia de que haga afirmaciones sobre ética, a pesar de que, según su principio, pertenecen a la región inexpresable de la mística, es decir, a las proposiciones sin sentido. A. Ayer, desde el mismo enfoque del positivismo lógico, glosa críticamente a Wittgenstein y a todo el Círculo de Viena: el principio sobre lo que tiene o no tiene sentido es arbitrario, y los que lo aplican se contradicen.
Naturalmente, la posibilidad de hablar con sentido sobre temas que están más allá de los límites marcados por los positivistas se hace evidente sólo con leer las obras de tantos eminentes autores que se han ocupado de ellos en todos los tiempos (cf. la historia de la Filosofía y de la Teología) y ahora mismo (cf. Heidegger, przywara, Zubiri, etc.)