P.albacenaLa Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, que es el fundamento de toda nuestra fe y nuestra vida cristiana, es el hecho más portentoso de toda la Creación. Muerto por los enemigos que creyeron asegurar, con su muerte, el triunfo de sus odios, y resucitado por el amor a los suyos que estaban en el mundo, para llamarlos y llevarlos consigo a la Vida eterna.

Como recapitulación de su pasión y muerte, y de toda la obra de la Redención, ha querido el Señor dejarnos en su santísimo Cuerpo las insignias de sus cinco llagas gloriosas, las que certificaron con rasgón de sangre su muerte en cruz.

Vienen a ser a manera de gloriosa insignia, por el mérito de su victoria. Desde entonces no solamente la Cruz es la señal de la victoria, sino que en las llagas encontramos la fuerza para nuestra victoria diaria, la de nuestros miedos al mundo, la de nuestras pasiones, la de la independencia y autonomía de nuestro yo, que se quiere endiosar, en lugar de dormirse en la voluntad de Dios.

Viene a ser a manera de reliquia perenne, recuerdo y estímulo de su amor a nosotros. Recuerdo y estímulo del amor que debemos también nosotros entregarle a Quien por mí y por todos murió en la cruz para salvarme.

Viene a ser a manera de memorial escrito en sangre que el Señor presenta al Padre Eterno, en demanda de perdón, misericordia, gracia y mercedes para sus redimidos. Por esas llagas podemos ser santos. Nunca nos negará el Padre las gracias necesarias para alcanzar una santidad excelsa, nunca nos pueden faltar las gracias necesarias para imitar a Jesucristo y seguirle de cerca como le siguieron los grandes cristianos, los santos y mártires de todos los siglos.

Viene a ser el argumento irrecusable de la condenación de los réprobos. A pesar de la infinita misericordia de Dios, que brotaba a raudales de esas llagas, a pesar del infinito amor, prefirió el desprecio a la gratitud, prefirió las tinieblas a la luz de gloria de las llagas, Las llagas explican el cielo lleno de bienaventurados. Las mismas llagas, explican el infierno, lugar de los condenados.

Decía el profeta Zacarías: “¿Qué son esas llagas abiertas en tus manos?”. Y dirá: “Con ellas fui lastimado, entre aquellos que me amaban, a aquellos que yo amaba y estaban tan obligados a mi amor…”.

Adoremos devotamente en nuestras comuniones las santas llagas. Entrémonos por la llaga del costado en el Sagrado Corazón. Vida divina a la que estamos llamados.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 150, abril de 1991