En este año ignaciano, la Iglesia pretende que no sólo los jesuitas sino todos los que se sienten discípulos de San Ignacio, se hagan más ignacianos, más “fieles” a su carisma. Se trata de seguir las pisadas de San Ignacio en su vida mortal. Esa es la llamada para todos nosotros en este Año Ignaciano.
Se desenvuelve esta conmemoración centenaria en la dirección de fidelidad al espíritu de San Ignacio, al espíritu de la Compañía que él fundó, que es en todo servir a la Santa Iglesia, verdadera Esposa de Cristo.
Por eso queda uno admirado, si no sorprendido, al oír hablar, dentro del espíritu ignaciano, de “otras” “fidelidades”. He oído hablar de ser fieles al “carisma de San Ignacio, en un San Ignacio para nuestro tiempo”; “ser fieles al carisma ignaciano en el General tal o cual”; ser fieles al mismo tiempo al “propio país” o “a Cataluña” si viene al caso. ¿Hay que tener en cuenta “otras” fidelidades? ¿Tiene esto algo que ver con el Año Ignaciano?
Porque ¿cuál es el carisma de San Ignacio? El que aprobó la Iglesia. El que quedó fijo en las Constituciones, Cartas, Ejercicios Espirituales. Esa es la única fidelidad en la que debemos seguir. El camino de San Ignacio no es para “su” tiempo. Es para todo tiempo. La Iglesia si aprobó todas las Reglas y Constituciones y el Libro de los Ejercicios de San Ignacio para todos los tiempos.
Tampoco se trata de ser fiel a tal o cual teólogo, intérprete de San Ignacio, General tal o cual. Los verdaderos intérpretes de lo que quería y deseaba San Ignacio para todos sus hijos son los Santos jesuitas. El espíritu de la Compañía no es el de una reunión de espiritistas, que creen a su propio talante en el “espíritu” que les inspira. El espíritu de la Compañía es el que queda marcado por todo lo legislado por San Ignacio y lo que decretaron las Congregaciones Generales aprobadas por los Papas. Los PP. Generales de la Compañía han de entregar el ser de la Compañía, de forma incontaminada, a sus sucesores, El gobierno y administración de un P. General no es para “inventar”, sino para trasmitir e impulsar a la mayor imitación de San Ignacio, Hablar de otra manera, justificando tensiones o particulares puntos de vista, es adulación, culto al hombre y no a Dios, a quien hay que obedecer antes que al hombre.
¿Qué es ser fieles al “país”? ¿A qué país? ¿Qué se esconde detrás de esa ambigüedad?
País es el valle del Urola. San Ignacio fue fiel a su país muriendo en Roma y no volviendo a habitar en su casa natal. San Francisco Javier fue fiel a su valle navarro muriendo en la isla de Sanchón, San Pedro Claver fue fiel a su villa de Verdú, evangelizando en Cartagena de Colombia. Ser fiel a su estirpe natural no es quedarse en estatua de sal, sino amarla, porque en ello cumplimos el cuarto de los Mandamientos de la Ley de Dios, preocupándonos por encima de todo de ser fieles a la gracia de nuestra vocación, que perfeccionará nuestra estirpe natural hasta llevarla a ser pregonada en los confines de la tierra.
¿Qué es ser fiel a Cataluña? ¿A qué Cataluña? ¿La de las teorías de Xirinachs, o la de los cálculos económicos de un Trías Fargas, o la del laicismo masónico de un Companys o la de la burguesía oportunista de La Vanguardia? ¿O bien la del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat? Porque una interminable serie de políticos, ideólogos, periodistas, han transformado con fantasías a Cataluña en un término equivoco de contradicciones inextrincables, ¿Tiene todo esto algo que ver con el Año Ignaciano y la fidelidad a San Ignacio? Esto no es serio.
Que para todos nosotros sea el Año Ignaciano una renovación en nuestra Vida espiritual y en nuestro afán apostólico. Y que nuestra renovación interior sea la de vivir con más intensidad, en cuanto con la divina gracia posible fuere, la vida de perfección a la que fuimos llamados por los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Dejemos de lado para eruditos y autocomplacientes las disquisiciones de “otras” fidelidades.
Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 151, mayo de 1991