Concluiremos el 31 de Julio, festividad de Sr Ignacio, el año ignaciano que ha valido para que muchos hombres de buena voluntad, se animaran a estudiar más el espíritu de San Ignacio a fin de configurar su vida, con el ideal cristiano.alba cereceda

Inútilmente se buscará en los Ejercicios o en los escritos ignacianos una meditación o un tratado sobre la humanidad, la paciencia, la pobreza y los medios y motivos para practicarla. San Ignacio nos propone a Cristo humilde, paciente, pobre, para su imitación. En ninguna parte aduce razones abstractas sino solamente el amor a Cristo para que nuestra vida sea un trasunto de la suya.

La meditación asidua de los misterios de Cristo y la contemplación de su persona, de SU vida temporal, muerte y resurrección, ha de ser nuestro alimento diario en la oración.

Hay un paralelismo sugeridor entre San Pablo y San Ignacio. San Pablo, el perseguidor de los cristianos, tiene en el camino de Damasco un encuentro personal con Cristo. De esa visión de Cristo arranca todo lo que va a ser el apóstol de los no judíos. Luego tendrá San Pablo otras mil comunicaciones de Cristo que le convertirán además en el doctor y teólogo por antonomasia del Nuevo Testamento, considerando las debidas distancias, tiene San Ignacio un encuentro personal con Cristo, y es la persona de Cristo la que arrebata su corazón de caballero. En Manresa las comunicaciones sobrenaturales fueron eximias. Pero en su estancia breve en Tierra Santa, dice el Santo, que tuvo muchas comunicaciones del Señor. Por eso San Ignacio quería hacer de Tierra Santa, la tierra del Señor, su nueva patria, para establecerse y vivir allí, a fin de configurar su vida en todo, hasta lo externo con Cristo. Esa es la razón, por la que no hay nada teórico en San Ignacio, fuera del contacto personal con Cristo. Su autobiografía, que le dicté a su fiel secretario el P. González de Cámara, es la trayectoria de un alma en contacto continuado con Cristo, y la historia de los favores y las comunicaciones de Cristo. Hay otras autobiografías, no me refiero a las profanas, que no buscan en sus memorias más que justificaciones inconscientes o halagos a su persona, sino, por ejemplo hasta las mismas y maravillosas Confesiones de San Agustín que están llenas de derivaciones y disquisiciones filosóficas o espirituales, que demuestran la riqueza de aquella alma, pero que son al mismo tiempo, distractivas del objeto de la conversión interior. Nada de eso hay en San Ignacio. Escribe con una sobriedad elegante y riquísima, precisamente porque no hay un adjetivo de más, ni una consideración paralela al camino que siguió su alma en su encuentro con Cristo.

Quince siglos después, hace el Señor con San Ignacio, la obra divina de santidad que había trazado en San Pablo: “Qué he hecho por Cristo, qué hago por Cristo, qué debo hacer por Cristo”, de San Ignacio, es el eco místico de “ansío morir, para estar ya con Cristo” paulino.

Para llegar a este grado de identificación con Cristo, resumen de toda espiritualidad cristiana, no hay más camino ordinario, que el de la meditaciar-1 asidua de Cristo, de su Humanidad sacratísima. Por el camino de la fidelidad diaria a la oración, meditación y contemplación de Cristo, entraremos en ese misterio de Cristo, que transformará lentamente nuestras vidas. Llega el verano, y se abandonan muchas almas en la insistencia de la oración para contemplar a Cristo, ¡Lástima grande, la de condenarse siempre a retroceder! San Ignacio os propone su método, que no es otro sino la contemplación de Cristo, Si así lo hacemos día tras día, todo lo demás en el orden espiritual se nos dará por añadidura.

Dios quiera que sea ese el mejor fruto para nosotros del año ignaciano que concluye.

Rvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 153, julio-agosto de 1991