guerra camposAteísmo-Hoy
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Fe Católica-Ediciones, Madrid, 1978

LA RESPONSABILIDAD DEL ATEO ANTE DIOS. LA «OSCURIDAD» DE DIOS Y LA CEGUERA CULPABLE. LA «BUENA FE» Y LA BÚSQUEDA DE DIOS

  1. La oscuridad en la manifestación de Dios.

Debemos dirigir ahora nuestra atención a un problema muy delicado: nuestra actitud ante la oscuridad de Dios. Los indicios y los signos del misterio de Dios en el mundo y en nuestro propio misterio personal no carecen de sombras. La misma Revelación cristiana, que esclarece tantos equívocos y ambigüedades de la pura razón o del conocimiento experimental, también tiene su claroscuro, porque el Señor así lo ha querido: Él se ha hecho hermano nuestro, asumiendo sobre sí nuestra condición dolorosa y mortal, con lo que se nos ha manifestado, pero su manifestación no es un mediodía sino una luz en medio de la noche.

Es notorio que la oscuridad, las dificultades, las ambigüedades de las distintas manifestaciones de Dios son alegadas como excusa o pretexto para no reconocer al Señor. Quizá las alegamos todos a veces, los que ya creemos en Él, cuando nos invita a ser más generosos en consonancia con nuestra fe. Cada uno en su nivel ha de responder a la llamada de Dios; por eso lo que se diga del ateo vale también para el creyente. Es necesario insistir en este punto; nos engañaríamos, si no, los unos a los otros, no seríamos realistas, no trataríamos el tema en forma humana, es decir en forma que comprometa el corazón del hombre.

  1. Requisitos para aprovechar la luz y no caer en ceguera culpable, que hace inútiles los signos, aun los, milagrosos (95).
  2. a) Amor a la verdad claroscura. Sí, hay oscuridades: en los signos de la Naturaleza, en los del hombre mucho más claros, en la misma Revelación de Jesucristo, Hijo de Dios Encarnado. La Revelación cristiana es verdadera manifestación histórica de Dios (por eso fallan los intentos de explicación reductiva); esa manifestación tiene oscuridades (por eso son posibles tales intentos y el desentendimiento y el rechazo). Revelación claroscura (95*).

¿Basta esa oscuridad para desentenderse? ¿Se puede salir del paso con la frase ya citada de Sartre: «Mi ateísmo es provisional, está vinculado al hecho de que Dios no se me ha revelado todavía«? (96). Vamos a suponer que no la escribió irónicamente, sino en serio. ¿Podemos desligarnos de las manifestaciones conocidas, y poner como condición: ya atenderé cuando me presenten otras? Esta es la actitud de algunos: desinterés y exigencia (si Él, el misterioso Ignoto, quiere que yo le dedique atención, que se manifieste de otra manera). Actitud que se cree cargada de razón.

Ese desinterés y exigencia serían efectivamente razonables sólo en dos supuestos: 1º si no fuese yo el necesitado; 2º si no hubiese ninguna luz. Pero ocurre que yo soy el necesitado (ya vimos que no puedo, afirmarme a mí mismo como persona sin referirme a Dios; si dudo de Dios, dudo de mí; si niego a Dios, me anulo a mí). Y evidentemente hay algo de luz. Luego lo razonable, y lo exigible ante el tribunal de Dios, es la solicitud por aprovechar esa luz y con ella buscar más luz. Menospreciar la «poca luz» nos expone a quedar sin ninguna.

Muchas veces se desatiende un hecho elemental. La vida cotidiana nos enseña que nuestro comportamiento en relación con la luz y el conocimiento casi nunca es del tipo dual y simplista: que pone primero la visión clara o la evidencia de la verdad, y después -como con-secuencia-el interés por ella y la decisión de la voluntad.

En realidad, ni siquiera las fórmulas «evidentes» de las matemáticas son conocidas por este procedimiento. En todas las cosas importantes de la vida el proceso es de tres pasos: 1º insinuación, a veces confusa, de la verdad, o solamente la experiencia interior de la necesidad, con el consiguiente deseo e interés; 2º ante la insinuación oscura, acrecentamiento del interés y decisiones de la voluntad para buscar más luz; 3º de esta decisión de búsqueda, anterior al conocimiento claro, puede brotar finalmente el reconocimiento de la verdad. En resumen: manifestación claroscura y amor a la Verdad entrevista preceden a la visión de la verdad.

Del amor a la verdad entrevista depende muchas veces el llegar a verla o no. (Hablamos de ciertas fórmulas matemáticas como «evidentes», pero muchísimos hombres no «las ven»; del interés que pongan en estudiarlas depende que las vean y que realmente sean evidentes: la evidencia para cada uno es el resultado final de un esfuerzo de atención, de interés, de voluntad, que antecede a la visión clara; ¿admitiríamos la sinceridad del que justificase su desinterés con el pretexto de no ver claro desde el principio?) En la raíz del no ver puede estar un fallo de la voluntad; en tal caso, la oscuridad no excusa, acusa, y la ceguera final es culpable.

Es cierto que en la Revelación evangélica el Señor y los Apóstoles hablan de una ceguera por ignorancia. Jesús: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (97). San Pablo: «Conseguí la misericordia de Dios, porque lo hice con ignorancia cuando no creía» (98). Pero las mismas fuentes nos hablan de una ceguera voluntaria, que puede llegar a constituir el irremisible pecado contra el Espíritu Santo (99) contra el que se estrellan todas las manifestaciones luminosas, incluso las más conformes al gusto del interesado. No está en la verdad el que dice: si a mí me proporcionan tal prueba, creeré.

  1. b) Purificación de condiciones indebidas. ¿Cuáles son las actitudes de voluntad que hacen posible -por amor a la verdad entrevista-pasar de una insinuación oscura a un conocimiento suficiente? Sustancialmente las mismas de la psicología humana universal. Supuesto que la voluntad y el entendimiento están sometidos a la acción misteriosa de Dios (la gracia), esta acción se traduce conscientemente en dos actitudes o condiciones previas: querer ver o abrir los ojos; y limpiar los ojos.

Querer ver. Humilde y realista reconocimiento de la propia necesidad, que suscita el deseo y dirige la atención a cualquier vislumbre de solución. El que se enclaustra en lo inmediato como campo de su dominio o disfrute egocéntrico se desinteresa de abrirse a lo que le falta, ahoga el deseo, no busca, no sigue la pista insinuada; cierra los ojos, no ve (100).

Limpiar los ojos. No basta querer ver: los judíos querían ver y muchos terminaron por no ver. Se requiere disponibilidad o receptividad para lo que aparezca, sin interponer condiciones que enturbian o tapan la visión. Purificación de prejuicios (intenciones egocéntricas, ideas parciales o infundadas que se sobreponen a los hechos en vez de moldearse conforme a ellos, sentimientos). Sí, también necesitan purificación los sentimientos: ¿cuántas veces no dedicamos la atención debida a una persona o a un asunto porque se interponen ciertos resabios de simpatía o de antipatía, oscuramente nacidos en nosotros o contagiados por el ambiente, que nos impiden no solamente ver claro sino interesamos por ver? ¿Limpiar los ojos es acaso fomentar la «credulidad»? No; es fomentar la objetividad. El obstáculo intelectual para descubrir a Dios no está, como algunos sugieren, en el desarrollo del «espíritu crítico». Al contrario: está en la cerrazón que me oculta las dimensiones de mí mismo que me trascienden; está en juzgar la realidad total, apenas entrevista, desde enfoques parciales o esquemas recortados. En resumen: limpiar los ojos para un aprovechamiento incondicional de la luz.

Notas

(95) Sobre el fenómeno de la ceguera ante Dios, véase J. Guerra, Las siete Palabras del Señor en la Cruz, Madrid, 1970: primera Palabra «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (págs. 14-20).

(95*) Una muestra del claroscuro de la Revelación cristiana. En los siglos XVIII-XIX se pensó que, aplicándole los recursos de la crítica histórico-literaria, se vería enseguida su carácter fabuloso, como el de tantas consejas populares ya desechadas por todos. Pero el proceso crítico desembocó en la comprobación del carácter sustancialmente histórico: estamos en comunicación con un Hecho enmarcado plenamente en la experiencia de los Apóstoles y los primeros cristianos, cuyo testimonio se propaga hasta nosotros sin saltos, en una corriente continua, no sólo documental sino de Institución viviente. En la serie de los Papas se llega a Pedro, el que dijo: «No fue’ siguiendo artificiosas fábulas como os dimos á conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo, sino como quienes han sido testigos oculares de su majestad» (2 Pe 1, 16). En virtud de ese Hecho, culminado en la Resurrección, millones de personas sabemos y creemos que Cristo Resucitado vive con nosotros. Y me parece que muchos millares sintonizamos perfectamente con la crítica histórico-literaria, sin ninguna adherencia «mágica».

(96) Cita, en la nota 8.

(97) Lucas 23, 34. ¿Este grito admirable de Jesús se refiere sólo a la «ignorancia», o comprende la «ceguera culpable»? Véase el comentario citado en la nota 95.

(98) Hechos de los Ap. 13, 27. Cf. 3, 17.

(99) Mateo, 12, 32. Cf. luan, 12, 37-40.

(100) Muy adecuada la observación de Pascal: A Dios “les uns craignent de le perdre, les autres craignent de le trouver» (Pensées, núm. 351 de la Edición Lafuma).