El Racionalismo
Se ha escrito que a partir de que el hombre reconoció no ser su planeta el centro del universo, dio entrada en su corazón a cristianísimos sentimientos de humildad. «La idea geocéntrica estaba acorde con el sentimiento orgulloso del hombre renacentista que se suponía hijo predilecto de Dios». (27)
Desde luego que el hombre renacentista no fue el primero en creerse hijo predilecto de Dios, sino que esto es así desde toda la historia de la religión judeocristiana. Pero es que., además, no fue humildad cristiana dejar de creer que todo giraba alrededor del hombres porque la cosmología medieval creía que todo giraba alrededor del centro como quien domina a lo inferior. Decir que la Tierra no era el centro, para algunos, era lo mismo que quererse quitar a Dios de encima.
Si el cambio del geocentrismo por el heliocentrismo es el comienzo del renacimiento., este cambio es hijo del orgullo. Y de un orgullo que lejos de reconocerse hijo predilecto de Dios, intenta hacerse Dios mismo, como veremos. Lo que pretendo decir esta perfectamente explicado en estos párrafos de Rafael Gambra:
«El modo de ser de los seres que pueden o no existir, cuya esencia no conlleva la existencia, es lo que los filósofos llamaron contingencia. Todos los seres de la naturaleza son contingentes. El concepto de contingente se opone al de necesario. Un ser necesario sería aquel cuya esencia fuera existir, aquel en que la existencia no fuera un algo exterior a su ser, llovido un día sobre él y desaparecido otro, sino algo ínsito en su propio ser. La filosofía cristiana, y la aristotélica también, atribuyeron ese modo de ser necesario a Dios. Dios es el ser por sí, los demás seres son por otro, por un Acto exterior a su propio ser. El concepto de contingencia es correlativo con el de necesidad y conduce a él. Así, el descubrir la contingencia en los seres de la naturaleza era el argumento clásico para demostrar que ha de existir un ser necesario o Dios.
Pues bien, la filosofía moderna, obedeciendo secretamente a ese impulso hostil al teocentrismo, es decir, a la concepción religiosa del universo, pretendió trasladar a esa condición de ser necesario, desde Dios al mundo en que vivimos. No es que adjudicase la necesidad a cada una de las cosas reales existentes, ya que esto pugna con la experiencia, pero sí al mundo universo considerado como unidad. Nosotros vemos unas cosas como necesarias y otras como contingentes. Un teorema matemático, si lo he comprendido, me aparece como algo necesario porque se refiere a relaciones entre esencias. Así, afirmo yo, por ejemplo, que «los ángulos de un triángulo valen (necesariamente) dos rectos», de forma tal que cosa distinta sería contradictoria, impensable. En cambio, las cosas existentes en la naturaleza o acaecidas en el tiempo me aparecen como contingentes. Así afirmo que «las partes del mundo son cinco» o que «Napoleón venció en Ratisbona», pero concibiendo que bien podría ser o haber sido de otra manera, lo que no hubiera entrañado contradicción alguna. Según la concepción racionalista, la contingencia no es algo real, sino un defecto de nuestro modo de ver las cosas, de nuestra capacidad de conocer. En un conocimiento adecuado, perfecto de las cosas de la naturaleza, éstas se verían tan necesarias como cualquier proposición matemática. Porque el universo es en sí necesario tiene una estructura racional y su clave se halla escrita en signos matemáticos. Laplace acertó a expresar esta tesis general del racionalismo de forma muy gráfica: «Si una inteligencia humana potenciada, dice, llegase a conocer el estado y funcionamiento de todos loa átomos que componen el Universo, éste le aparecería con la claridad de un teorema matemático: el futuro sería para ella predecible y el pasado deductible». Es decir, para el racionalismo la realidad no se halla asentada sobre unos datos creados contingentes, es decir, que podrían ser otros diferentes; ni en su desenvolvimiento hay tampoco contingencia, indeterminación o azar, sino que la existencia es un desarrollo necesario, algo de naturaleza racional que, conocido en sí mismo, se identifica con su propia esencia. La realidad no es una cosa contingente que recibió la existencia y necesita de un ser necesario como causa, sino que, en su ser total, es un ser necesario, algo que descansa en sí mismo y se explica por sí.” (28)
Realmente los hombres del renacimiento piensan que «el universo es en sí necesario, tiene una estructura racional, y su clave se halla escrita en signos matemáticos». En enero de 1641 Galileo escribía a Liceti: «Las figuras geométricas y entidades matemáticas que ya Platón había reconocido como elementos primeros de la estructura de la realidad de las cosas, éstas son las letras que componen el libro de la filosofía que es la naturaleza». Hay en la literatura científica multitud de citas como ésta, o incluso más exageradas, que llegan a destilar un manifiesto panteísmo geométrico. En «Harmonices Mundi», obra que completó Kepler en 1618 dice: «La geometría existía antes que la creación, es coeterna con la mente de Dios, es Dios mismo (qué existe en Dios que no sea Dios mismo); la geometría proveyó a Dios con un modelo para la creación, y fue implant.ada en el hombre junto con la semejanza de Dios, no introducida en su mente a través de los ojos». (29)
El descubridor de las ondas de radio, Heinrich Herz, sin duda heredero de Kepler, escribe: «El que ve la geometría ve a Dios, porque la geometría fue el arquetipo para la creación, y como en Dios todo es 10 mismo, el que ve la geometría, lo ve todo en EI». (30)
La misma teoría de la relatividad general es un intento de reducir la física a geometría. En efecto, Hans G. Ohanian, en su libro «Gravitation and Space Time»,31 reemplaza el término relatividad general por geometrodynamics, que toma de Wheeler, que en su obra «Geometrodynamics» dice: «No hay nada en el mundo excepto el espacio curvo vacío. Materia, cargas, electromagnetismo y otros campos son manifestaciones de la curvatura del espacio. La física es geometría». (32)
Hay realmente una voluntad de matematizaci6n en todo el quehacer científico y filosófico postrenacentista. Lord Kelvin (1824 -1907) dice: «Cuando se puede medir aquello de que se habla y expresarlo en cifras, se sabe algo de ello; pero cuando no se puede medir, cuando no se puede expresar numéricamente, el conocimiento que se tiene es de mala calidad y poco satisfactorio».
El hombre se contempla proyectado en sus creaciones matemáticas con soberbia narcisista. Nos decía un sabio profesor de química: «En las matemáticas nos contemplamos nosotros, como Narciso Bello; en cambio lo verdaderamente hermoso está en la naturaleza».
Pero aun vamos más allá. Dice Kant en los Prolegómenos: «El entendimiento no toma sus leyes de la naturaleza, sino que las prescribe a ésta».33 Y también: «La ley geométrica sólo puede ser derivada de las condiciones que el entendimiento pone en el fondo de la construcción de las figuras». (34)
Las antiguas civilizaciones veían la historia como consecuencias de las acciones de los movimientos de los astros. La física de Newton describe la ley de esos movimientos. Kant afirma que es el hombre el que impone la ley a los astros. El hombre se hace providente. Dice Laplace: «El futuro es predecible y el pasado deductible». El hombre se hace señor del tiempo y de la historia.
Nuestra civilización ha tomado siempre el conocimiento de la necesidad del cumplimiento de las leyes físicas como un acto de sabiduría (35) y, sin embargo ni el mismo Platón pensaba asís pues en el Timeo contrapone precisamente la necesidad y la inteligencia en la formación del mundo. Volveremos sobre esto más adelante. (36)
27 «Galileo, un hombre contra el tiempo». HECTOR ANAYA. Revista de Geografía Universal. Sept. 1977 pág. 316.
28 «Historia sencilla de la filosofía». RAFAEL GAI4″BRA. Rialp. pág. 180 y 181.
29 «Harmonices mundi». KEPLER. Lib. IV cap. I.
30 «The sleepwalkers”, ARTHUR LOETSLER. Pelikan Book. pág. 104.
31 «Gravitation and space time». G. OHANIAN. Norton & Company. New York, London 1976.
32 «Geometrodynamics». WHEELER. Academic Press. New York 1962, p. 225.
33 “Prolegómenos». KANT. Aguilar. pág. 135.
34 «Prolegómenos». KANT. Aguilar. pág. 136.
35 «Libertad y determinismo». JOSE M1: PETIT. Revista «Verbo» nº 254 abril 1987. 36 Véase «El principio antrópico” en la 2ª parte.
