Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”
- Juicio de la Iglesia sobre el Régimen y la gestión publica de Franco
El siguiente es un texto episcopal de 1974. «Cuando un hijo de la Iglesia actúa en el orden político lo hace bajo su propia responsabilidad. La Iglesia no es responsable, y tampoco juez, de las determinaciones legítimas que corresponden al ejercicio de la prudencia política, en las que la autoridad moral viene directamente de Dios. Pero la Iglesia alaba a quien se inspira en los principios cristianos, se entrega con amor al servicio del pueblo y respeta y favorece su propia misión espiritual».
Esto se cumplió en el caso de Franco con relieve excepcional, como se ha visto en los capítulos anteriores. De entrada, en los años que siguen a 1936, la persona de Franco suscitó un sentimiento casi unánime de gratitud, admiración, confianza y cariño familiar en el clero, religiosos, seminaristas, militantes apostólicos, fieles piadosos y la mayoría de los practicantes. Testimonio de ello, las personas que aún viven y todas las publicaciones de organismos eclesiales durante años. Es ilustrativo ver las reiteradas muestras de calurosa adhesión de personas conspicuas que la desinformada opinión actual tiene por adversas o discrepantes.
Aunque las declaraciones de conformidad con las enseñanzas de la Sede Apostólica se mantuvieron hasta el fin (pues las variaciones de criterio producidas en la Iglesia fueron asumidas por Franco), sin embargo, teniendo en cuenta la agitación que en los años 60 y 70 sacudió a la misma Iglesia, y las repercusiones políticas y tácticas que ello indujo en algunos sectores, parece oportuno dedicar unos apartados especiales (números 4 y 5) al tiempo que va desde los años en torno a 1965 hasta 1975, que algunos llaman tiempo de «desenganche». Convendrá ver lo que hay de continuidad y lo que hay de variación; esta última no afectó al juicio doctrinal oficial sobre la legitimidad del Régimen ni al aprecio general de la persona: sí, a cambios de preferencias políticas y a consiguientes enfriamientos de la «amistad» en distintos grupos de católicos.
¿Qué es lo que caía bajo el juicio de la Iglesia en cuanto a la gestión pública? No lo que pertenece al campo de lo opinable, como competencia libre de los ciudadanos: tanto en lo tocante a preferencias de teorías y análisis como, sobre todo, al juicio esencialmente político de lo que se estima factible en determinadas circunstancias, ponderando todos los factores. El ministro del Evangelio, en los años 40-50, se encontraba aquí o allá con algún impaciente del ritmo de institucionalización política, algún impaciente de la restauración monárquica, algún impaciente de la revolución social, algún impaciente del europeísmo… Ni él, ni menos la autoridad de la Iglesia, se entrometía en semejantes asuntos, que entonces tampoco interesaban mucho al común de las gentes. La Iglesia no se identificaba oficialmente con las decisiones de Franco en la materia.
La Iglesia sí estaba con Franco y lo elogiaba, no sólo por su acción liberadora y favorecedora de la acción de la Iglesia, sino por su propósito de someter la política contingente a un Principio superior, que incluía: reverencia a Dios, respeto a la trascendencia de la persona humana, supremacía del orden moral en leyes y gobierno, e interés por el bienestar de los ciudadanos con la mayor participación posible de los mismos. En esto la Iglesia ejerció su influjo iluminador y estimulante.