FRANCO~1Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”

  1. Concordancia y libertad crítica desde la perspectiva de la Iglesia

Ya hemos visto cómo durante la guerra el Episcopado, que veía bien la orientación básica del Movimiento Nacional, declaró a los Obispos de todo el mundo que no se hacía solidario de conductas, tendencias o intenciones que pudiesen desnaturalizarlo en el futuro. Dentro de una común adhesión al Movimiento en lo sustancial, hubo inicialmente en la Iglesia dos posturas. Por un lado, la Jerarquía y la casi totalidad del clero y los religiosos -además de abstenerse en la discusión sobre fórmulas políticas opinables- expresaron preocupadas reservas ante el posible influjo de ideologías paganizantes, como el nacionalsocialismo alemán, concretamente en relación con algún sector de la Falange. Por otro lado, unos pocos clérigos estimaron oportuno mostrar una identificación mayor y sin reservas. Así el consiliario Enrique y Tarancón, en su Curso de Acción Católica, publicado en Burgos el año 1938, da gracias a Dios por la supresión de los funestos partidos políticos, sustituidos por una organización única, Falange Española Tradicionalista y de las JONS, y aconseja: «la Acción Católica debe mirar con simpatía esta milicia, y aún debe orientar hacia ella a sus miembros».

También hemos referido cómo los recelos se fueron disipando, por la configuración que Franco imprimió al Régimen y porque las Obras d~ la Falange demostraron su clara orientación católica.

En 1939, en medio de la satisfacción y esperanza ante tantas pruebas de espíritu católico en ideas y leyes, surgieron en los actos administrativos algunos episodios desagradables, que fueron examinados en la Conferencia de Metropolitanos de noviembre 1939. El Cardenal Gomá, en Informe a la Santa Sede, los atribuía a la preponderancia del elemento juvenil inexperto en las cosas de Gobierno, con tendencia unificadora estatista, y expuesto a influjos de Alemania. Lo más revelador e interesante fue lo sucedido con algunas organizaciones católicas. En septiembre, dentro de la línea de unificación orgánica, fue disuelta la Confederación de Estudiantes Católicos, al agrupar a todos los estudiantes en el único SEU. Se estimaba que, siendo de inspiración católica toda la enseñanza, no se justificaba que un organismo especial monopolizase el título de católico. Y lo mismo podría pensarse de otras organizaciones profesionales, como la Federación de Maestros y de Padres, etc. La Jerarquía mostró su preocupación, y Gomá señaló el peligro para el futuro de la Iglesia. Pronto se aclaró que la Confederación y organismos similares podían subsistir en orden a la formación espiritual y moral de sus miembros, pero no intervenir como organización en la actividad profesional o sindical o política, aunque los miembros harían bien en llevar su espíritu cristiano a las organizaciones de este tipo.

De hecho, el máximo exponente de los Estudiantes Católicos reconocerá con agrado las posibilidades de acción, y lo mismo el máximo promotor de organismos católicos, el futuro Cardenal Herrera Oria. Florecerán toda clase de organizaciones apostólicas, también de especialización profesional. El sucesor de Gomá, Cardenal Pla y Deniel, tan celoso de la independencia de la Iglesia como aquél, declaró en 1943 en un acto que reunía a «todas las Juventudes toledanas» (Jóvenes de Acción Católica, Congregación Mariana, Frente de Juventudes): «Mi mayor consuelo es la unidad y fraternidad aquí lograda… No hay incompatibilidad… entre las juventudes políticas que profesan también la fe católica y las juventudes de Acción Católica; ni estas últimas dejan de tener su misión y apostolado especial, aun en un Estado católico de organización política única, pudiéndose pertenecer a la vez a entrambas juventudes». Ya se vio cómo expresó la misma idea, y aun con más viveza, Don Vicente Enrique y Tarancón en 1938 y 1940.

Algunos historiadores no tienen en cuenta un hecho: que en la sociedad católica la etiqueta de «católico» ligada a ciertos grupos causó situaciones enojosas: como si fueran menos católicos los que no la llevaban. Después, en los años sesenta, algunas asociaciones «católicas» abusaron haciendo cosas «no católicas» con representatividad católica. Y al final, en los años setenta y ochenta (después de Franco) la misma Jerarquía ha presionado para que en el campo sindical y político los católicos no actuasen agrupados como tales, sino diluidos en cualesquiera partidos; a los que lo intentaron los desautorizó. Paradójicamente (aunque no sin una extraña continuidad) el mismo Tarancón que en 1938 impulsó a los militantes de Acción Católica a integrarse en Falange Española Tradicionalista, afirmando su complementariedad de sentido católico, en los años setenta impulsará a integrarse en cualquier partido con tal que no hubiese ninguno católico, y aun a costa de que algunos implantasen una política anticatólica.