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Es algo reconocido que crece extraordinariamente el empleo de los tacos. Todos sabemos que el taco es como una muletilla que significa la miseria del lenguaje. Las palabrotas tienen siempre un origen acondicionado a chulería, matonismo, represión. Y no es que nosotros mitifiquemos el lenguaje cursi, afeminado, puritano. Creemos que el leguaje debe ser verdadero, sano, castizo. Pero de ahí a la grosería, media todo un abismo.

Los tacos y las costumbres.

La profusión de tacos, la abundancia de expresiones acotadas sobre el sexo y las partes excretorias del organismo, tiene el mismo significado que el de los animales que limitan su territorio con las propias deyecciones. La falta de fluidez para describir conceptos y sentimientos, se suple con estas medias palabras o palabras enteras, malsonantes y aburridas. A base de este lenguaje, nuestra manera de hablar se convierte en puro excremento, como los escarabajos carroñeros que se alimentan de tales materias residuales. Y es falso que se necesiten tales palabras para describir estados anímicos o pasionales. Hay mucha literatura fuerte y pasional, sin recurrir a esta bisutería tabernaria.

Liberación y tacos.

No, hablar con expresiones groseras, no es liberación. La liberación, en todo caso, debe significar el triunfo de la propia personalidad sobre cualquier complejo. Y el que está atado a la suciedad de su lenguaje, precisamente es un servil de expresiones obscenas y violentas con que suplir su carencia de ideas. Grandes autores han sabido describir toda la peripecia humana sin estas degradaciones. Y cuando estamos llegando al primer puesto del «ranking» internacional de la basura en el lenguaje, todo indica que la desintegración en muchos aspectos también se proyecta en este desgarro. A pesar de que Claudia Sánchez Albornoz quiera justificar este estilo, guardando todos los respetos para todos sus méritos de historiador, preferimos la llaneza y simplicidad del lenguaje limpio, a toda esta costra de escoria. Porque esto es pariente de algo peor…

El crimen de la blasfemia

Es clásico el texto de Juan Maragall en que, a su regreso de Francia, reconoció encontrarse otra vez en España al sentir una blasfemia. La blasfemia es gravísima. Porque directamente va contra Dios. Y Santo Tomás nos dice que toda blasfemia es el mayor de los pecados. ¿Por qué? Porque ofende a Dios en su propia presencia, ya que está en todos los lugares. Porque es un abuso de su bondad. Porque se utiliza la lengua -maravilloso instrumento de comunicación- para despreciar la santidad de Dios. Porque la blasfemia no tiene ninguna utilidad, sino simple­ mente la maldad de ofender a Dios.

Ciertamente que algunos dicen que blasfeman sin darse cuenta, por un ímpetu de ira, por costumbre. Esta razón es demasiado floja. Supongamos que cada vez que se blasfema -aunque sea en esta condición de ligereza y sin intención expresa de ofender a Dios-, tuviéramos que abonar un billete de mil pesetas. ¿Se dirían muchas blasfemias? Pues, ofender a Dios con la blasfemia es mucho peor que perder billetes de mil pesetas. ¿Es que amamos más un billete de mil pesetas que el Nombre santo de Dios?

Varias clases de blasfemias.

Hay la blasfemia vulgar, indigna, grosera, cruel, incivil, antirreligiosa, contra Dios Nuestro Señor, la Virgen María, los Santos. Pero hay también otras clases de blasfemias, como son las caricaturas irreverentes, los dibujos contra personas y objetos sagrados, los escritos en que se atacan las verdades de la fe con las peores intenciones, los libros en que elegantemente buscan la apostasía, el ateísmo, la pornografía, la exaltación de los vicios. Estas blasfemias no tienen la estruendosa espectacularidad del erupto y del alarido contra el Nombre santo de Dios. Pero son blasfemias, con carga específica y enorme de ofensa a Dios. Y, además, con la secuela del escándalo que perdura a través de tales representaciones, literatura y divulgación indiscriminada.

Otra contaminación.

Se habla mucho, y tienen mucha razón en algunos aspectos, de los ecologistas. Hay un ambiente de contaminación que daña ciudades enteras y pone en peligro a millares de vidas humanas. Y es obligación de los que deben velar por la sanidad, utilizar todos los medios para asegurar un aire limpio. Pero, ¿no es también una contaminación la epidemia y la mefítica nube de blasfemias que toma tantas y tantas máscaras?

Sí, también ésta es una contaminación. Contaminación de ateísmo práctico, de conciencias endurecidas, de entendimientos torcidos, de voluntades tuberculosas, de pecado público, de atropello a la libertad de los hijos de Dios que tienen que aguantar que se insulte a nuestro Padre con tanta procacidad. El que blasfema es un tirano, un enemigo de la libertad de los otros, y un pervertidor de los demás. Contra esta combinación hay que protestar, defenderse y combatir con las mejores disposiciones de honrar a Dios y defender la propia dignidad de los blasfemos.

¿Qué se puede hacer?

Juan Pablo II, nuestro Papa, comienza siempre sus sermones con esta invocación: «ALABADO SEA JESUCRISTO». Esta idea es la que debe presidir toda nuestra manera de actuar. Alabar siempre a Jesucristo, y cuando oigamos a alguno que blasfema, en la forma que nos parezca más eficaz, hacerle saber nuestra disconformidad. No hay multa más eficaz que reconvenir, en la manera oportuna, al que tiene a desgracia de blasfemar. Porque no hay razón alguna que pueda justificar la blasfemia, como no se justifica el robo, la violación, la calumnia. Y la blasfemia, es algo superlativamente depredador del Nombre de Dios, hurtándole su gloria, violando la reverencia que le es debida y manchándole con los más degradantes adjetivos.

Hay que hacer algo más.

Si uno es cristiano de verdad, debe sentir como suya la ofensa hecha a Dios. Y es necesaria la reacción personal frente a la audacia del blasfemo, ya de palabra, ya de obra, ya por escrito. Pero entendemos todos que la blasfemia es un pecado gravísimo y por ello es una obra de caridad excelente rogar por la conversión de los blasfemos. Frente a este espectáculo, el hombre debe ser una pura alabanza de Dios. ¿Has leído lo que cantaba San Francisco de Asís? Pues fíjate bien:

«Bendito seas, Señor, por nuestra hermana la Luna y por las estrellas del cielo; Tú las has hecho radiantes y resplandecientes como diamantes.

Bendito seas, Señor, por nuestro hermano el Viento, por el aire y la nube, por el buen tiempo y todos los tiempos.

Bendito seas, Señor, por nuestra hermana el Agua, que es tan útil, tan humilde, tan preciosa y tan casta.

Bendito seas Señor, por nuestro hermano el Fuego, con el cual alumbras la noche. Es hermoso y alegre, robusto, fuerte. Bendito seas, Señor, por nuestra hermana y madre la Tierra, que nos sostiene y nos conduce, y produce la hierba, frutos sabrosos y flores de mil colores.

Alabad y bendecid al Señor, vosotros todos, y dadle gracias y servidla con gran humildad.»

La Encrucijada.

Decimos con Antonio Machado, en esta poesía suya:

Yo amo a Jesús que nos dijo: Cielo y tierra pasarán.

Cuando cielo y tierra pasen mi palabra quedará.

¿Cuál fue, Jesús, tu palabra?

¿Amor? ¿Perdón? ¿Caridad? Todas tus palabras fueron una palabra: Velad.

Efectivamente, hay que velar. Los hombres decisivamente se dividen en dos bandos: o conocen a Dios y le tratan como Padre, o son blasfemos. Esta es la historia de la humanidad. Dios es nuestro Padre. Somos un pensamiento de Dios. Todo lo que tenemos: inteligencia, libertad, moralidad, son dones de Dios. El que blasfema transtorna el orden divino. Es una locura prescindir de Dios. Ofenderle, denigrarle, blasfemar. El fin de nuestra vida es amarle, y en Él hallamos nuestra felicidad. Somos obras maestras de Dios. Y contra Dios, contra la Eucaristía, contra Jesucristo, contra la Virgen, contra los Santos, ¿caeremos en el odio estúpido de la blasfemia? Porque cada blasfemia es una falta grave de amor a Dios. Y a Dios, ¿no quieres amarle?

«MARÍA ES TODO AMOR PARA CON NOSOTROS, A QUIENES NOS RECIBIÓ POR HIJOS», dice San Alfonso María de Ligorio. Aunque uno sea pecador, abandonado, indiferente, inmoral, es cosa cierta que si invoca de corazón y con sinceridad a la Virgen María, Ella le alcanzará gracia para que se convierta en verdadero cristiano. Rezar cada mañana y cada noche TRES AVEMARÍAS a la Santísima Virgen, pidiéndole la salvación eterna, es de eficacia asegurada. No hay que descuidarlas. ¿Podemos vivir al margen de la salvación de nuestra alma?