franco y familiaFranco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”

La verdad histórica exige, pues, subrayar que en los 39 años de jefatura de Franco la adhesión o concordancia en lo sustancial por parte del Episcopado se concilió perfectamente con la libertad critica. Error gravísimo de algunos historiadores es destacar primero con antipatía la «identificación» de la Iglesia con el «bando vencedor», y contraponer después como «sorprendentes» palabras o gestos de crítica o de reclamación o de alerta: como si fuesen actos de «oposición» de las mismas personas. En realidad los «disentimientos» se integraban en la misma actitud que la adhesión. Pensar lo contrario supone desconocer lo que eran los Obispos, o pintarlos con una imagen injusta de cerriles o fanáticos. El Gomá que apoya a quienes defendían a la Iglesia en trance de destrucción y trataban de «imprimir en la legislación y en la vida española la doctrina y moral de la Iglesia»… es el mismo que -por lo mismo-precave contra peligros de desviación o contra fallos concretos. El Pla y Deniel, que justifica hasta el fin la Cruzada, es el mismo que ante ciertos actos gubernativos defiende la independencia de la Iglesia y de los Movimientos Apostólicos, como la HOAC, sin omitir recordar a éstos sus límites, y sin atenuar en nada su adhesión al espíritu de la Cruzada y su reconocimiento al Régimen. Los Cardenales, que en 1956 avisan contra uno de los proyectos de ley constitucional, no lo hacen desde los supuestos de la «oposición» sino apelando al mismo Movimiento Nacional; y son escuchados por Franco.

La adhesión y las discusiones eran ingredientes de una vida familiar. Por eso el que escribe puede introducir aquí su testimonio. El que, de sacerdote jovencísimo, trabajaba con libertad apostólica y con benevolencia agradecida hacia quien garantizaba condiciones propicias en la vida pública, y sin recibir todavía un céntimo del erario… es el mismo que, con la cooperación de una tía y un hermano, compartió su gozosa penuria con don Policarpo, el minero asturiano salido de la prisión, y le hizo de familia en la enfermedad y en la muerte. El Cabildo de Santiago, que acogía a Franco en la Catedral con cariño… es el mismo que en la Fiesta del Apóstol de 1954 amenazó con cerrarle la puerta si los servicios de seguridad no daban más facilidades para el acceso del pueblo, y tuvo en la persona de este cronista un sonado forcejeo con las fuerzas del orden, sin que esto contradijese -sino al contrario-el aprecio cariñoso, que continuó muchos años. De modo general y ejemplar, un clero que se dice tan del bando vencedor… es el mismo que no se aprovechó en el orden económico para beneficio personal, sino que aceptó una dotación modestísima, que -entonces igual que ahora-le situaba en los escalones ínfimos de la economía. La comparación con las «clientelas» de los actuales «bandos vencedores», sanguijuelas del Presupuesto, es por contraste la máxima apología de aquella historia.

Estamos en 1992. Podemos evocar la obra de España en América, y aplicar a nuestro caso lo que ocurría entonces. En un proceso histórico, cuyo resultado es positivo y grandioso, había fallos, había teólogos que los denunciaban moralmente, había la Corona que marcaba directrices benéficas. Todos eran ingredientes de un sistema que se nutría de todos y que, en virtud de su referencia a Leyes Superiores, llevaba dentro la autocrítica, no como un órgano de Oposición, sino como funcionamiento de un único Organismo.