Franco y la Iglesia Católica
José Guerra Campos
Obispo de Cuenca
Separata de la obra “El legado de Franco”
- Agitación política partidista dentro de la Iglesia en los años sesenta y setenta
La agitación política que emerge en grupos muy reducidos coincide con una crisis interna de la Iglesia. Hay mutua interacción. Las mutaciones de España se sitúan sobre un trasfondo de ebullición «contestataria» que agitaba -tanto o más que a España-a otros países de Europa y América del Norte, según una línea prevalente de liberacionismo, al mismo tiempo anarcoide y marxistoide, que tuvo su culmen simbólico en la estéril revolución de mayo de 1968 en la Universidad de París, y en el «Librito Rojo de los Escolares y Alumnos del Liceo», cumbre de nihilismo moral. En ámbitos clericales, fuera y dentro de España, se produjo una ruidosa manipulación del Concilio Vaticano II, con desprecio de los textos básicos, con interpretación de otros a la luz de un futuro imaginario Concilio Vaticano III, hasta quedar a veces fagocitados por corrientes extrañas a la Iglesia: tanto que la Santa Sede y los Sínodos de Obispos han tenido que empeñarse durante decenios en una operación de rescate de su significación original. Ideólogos o pastoralistas llenan el aire con un revoltijo torrencial de ideas o tópicos -como el repliegue de la Iglesia al Éxodo, los discursos equívocos sobre el «cristianismo anónimo» o el «ateísmo cristiano», y tantos otros- que desorientan a los militantes de movimientos apostólicos y al pueblo.
La división en el interior de la Iglesia es profunda. Se habla de distintas Iglesias. Los innovadores -enfrentados, no tanto con los conservadores como con Pablo VI y los Obispos «renovadores»-declaran que es imposible la reconciliación entre una Iglesia de la justicia personalista y una Iglesia de la praxis revolucionaria. Los de signo liberal entierran en el olvido documentos del Concilio, por ej. el decreto sobre Medios de Comunicación Social, porque incluía (n.º 12) una regulación de la «libertad de información» y atribuía a la autoridad el deber de salvaguardar la moral pública y proteger a la juventud frente al «uso depravado» de aquélla.
Entrando en los años 60, algunos sectores del clero y de las organizaciones apostólicas, siguiendo corrientes de la Europa postbélica, abogan por un sistema de partidos y de pluralismo sindical. Unos sueñan inicialmente con la inserción de los católicos en un partido demócrata-cristiano, como el de Italia o el de Alemania. Luego prevalecen los que postulan la libre incorporación de los católicos a movimientos socialistas y aun marxistas. Hacia el año 1970, si nos atenemos a los datos de una encuesta y referimos sus porcentajes a la totalidad del clero español, los que estaban a favor de ideologías socialistas y afines eran alrededor del 20 por cien. Se promoverán, aunque en número escaso, grupos de «Cristianos por el Socialismo». Ante el actual derrumbamiento de los países del Este de Europa, es aleccionador recordar que la «contestación» más copiosa frente al Régimen y dentro de la Iglesia, en Movimientos que trataban de movilizar a estudiantes y trabajadores, tenía como referencia el «Socialismo real» de la Unión Soviética, y como ideal de mayor perfección a Yugoslavia con su «autogestión». Algunos Movimientos apostólicos se distanciaban de la realidad por su interpretación clasista de una sociedad que se estaba unificando, y por la supervaloración de la lucha de clases según los supuestos de un Proletariado que ya se estaba disolviendo, pues los trabajadores se sentían cada vez más integrados, en virtud del gran desarrollo económico-social: tanto que la Oposición reconocerá que nunca logró movilizar a los obreros para una huelga general política, y años después de Franco ningún partido «obrero» podrá realizar una política «obrera». La inconsistencia de los agitadores universitarios fue la misma que se vio al desnudo en el «mayo» francés.