Padre alba con mapaRvdo. P. José María Alba Cereceda, S.I.
Meridiano Católico Nº 215, marzo de 1997

Más de una vez me habéis oído que el ideal de la vida cristiana es la vida religiosa, o la imitación de la vida religiosa. La vida religiosa es la ciudad puesta sobre lo alto que orienta el camino de quien quiere salvarse y de quien quiera alcanzar la perfección.

La razón es clara. La vida religiosa, al estar sujeta a una regla aprobada por la Iglesia que da la garantía al que la cumple de alcanzar la perfección, es una cadena ininterrumpida de eslabones de buenas obras. Quien vive en la vida religiosa, según le ordena la regla, desde la mañana hasta la noche, realiza obras buenas, perfectas y santas, y las que podrían considerarse indiferentes, de tal manera quedan sazonadas esas obras, que embellecen la vida religiosa y el espíritu religioso, que las convierte en buenas y dignas de premio en la gloria.

También en la vida seglar todo el negocio de la perfección consiste en realizar buenas obras, y no de cualquier manera, sino como lo pide Dios Nuestro Señor, de quien somos servidores e hijos. La perfección de las obras diarias hechas por Dios y para Dios: ése es el camino directo a la santidad.

Se trata de que realicemos las obras diarias hechas y vividas con perfección. Hechas por amor de Dios. Hechas junto al Corazón de Jesús. Hechas con la Virgen María. Todo lo profesional, lo de casa, la diversión, el descanso, lo que directamente se refiere a Dios, lo que se refiere directamente al prójimo, todo lo referente a mi estado, todo eso hecho para dar gusto a Dios, por Dios y para Dios. De esa forma todas las obras se hacen meritorias. ¡Dios mío, qué caudal de méritos tan inmenso!

Aun tratándose de negocios puramente humanos hay dos clases de hombres. Los que reciben el encargo de una ocupación, un trabajo, una misión y lo difieren notablemente o no lo tienen listo el día que se les ha encargado, o lo han ejecutado de tal forma, que aunque al principio parecen habernos dejado satisfechos, vernos que aquello lo hicieron de modo ligerísimo, sin seriedad alguna; al poco tiempo se ha desmoronado aquel encargo. Otros, por el contrario, hacen las cosas perfectamente, en el tiempo convenido, y no defraudan las esperanzas que se pusieron en ellos. Los primeros tienen interés solamente en ganar, pero no en que estemos bien servidos con la buena obra. Los segundos, procuran también la justa ganancia, pero cuidan de servir bien a sus clientes. Éstos hacen su oficio corno deben hacerlo.

Pues lo mismo ocurre en materia de perfección. No se trata de hacer las cosas rutinariamente, sino que desde que nos levantamos hasta que llega la hora de dormir, nuestro oficio es dar gloria a Dios con el cumplimiento exacto de nuestras obligaciones y obras de cada momento del día.

Esto es convertir todas nuestras obras en oración. Ésa es la oración apostólica. Ofrecer las obras bien hechas por todas las intenciones del Papa y de la Iglesia, para la salvación del mundo. Eso es vivir el apostolado de la oración y convertir nuestro día en dar gloria a Dios. Repasaremos en días sucesivos este itinerario de cada jornada hacia la perfección.