A un fariseo, que invitó a Cristo a comer en su casa, le dijo: “Vosotros los fariseos, limpiáis por fuera la copa y el plato, pero por dentro rebosáis de rapiña y maldad. ¡Necios!” (San Lucas 11, 39). Qué descortés ¿No? ¡No! es una obra de misericordia, decir la verdad al prójimo.
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No nos engañemos, ni engañemos a nadie. Solo nos salva eternamente la Redención de Cristo. Lo único que cuesta es “una fe activa en la práctica del amor” (Gálatas 5, 6).
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Estoy sentado en un banco del pasillo. A mi lado, se sienta una niña de siete años. Hablamos. Ella más que yo. Su padre trabaja en un hospital. Su madre de secretaria. Ha comido tal y cual. Le gusta mucho ir a casa de los abuelos. Y está muy contenta ¡contentísima! porque este curso va a hacer su Primera Comunión. Además, guarda su ropita de “pequeña” para, cuando ella sea mamá, ponérsela a sus hijos. Los juguetes también.
No sabe dónde está la iglesia de su pueblo pero ella reza el domingo más que todos los días de la semana.
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Santa Teresita del Niño Jesús dice que sufrió desde la cuna hasta la hora de su muerte. Sufrió con alegría. Sus hermanas Carmelitas de Lisieux, decían de ella que tenía un sentido del humor extraordinario. Ocurrencias divertidísimas. En las recreaciones se destornillaban oyendo a nuestra santaza.
Santa Teresa de Calcuta sufrió una noche oscura del alma terrible y ella sonreía.
Santa Ángela de la Cruz, fundadora de la Compañía de la Cruz, para atender a los más pobres y abandonados de Sevilla. Ante los sufrimientos que contemplaba cada día en las chabolas, decía que le daba una gran alegría porque, aquellos pobres, pasarían poco purgatorio o ninguno.
Vivamos sobrenaturalmente.
Está cerca la eternidad.
