Marcelino Menéndez y Pelayo
Cultura Española, Madrid, 1941
Así ha llegado a acreditarse una leyenda que no soporta el examen crítico. Alfonso V nunca dejó de ser muy es pañol en sus ideas, hábitos e inclinaciones. Cuando entró en Nápoles tenía cuarenta y seis años, y a esa edad ningún hombre se transforma, ni olvida, ni puede hacer olvidar su primitiva naturaleza…
Tampoco ha de tenerse a Alfonso V por príncipe iliterato antes de la época de su iniciación en la cultura de los humanistas…
Habrá la hipérbole que se quiera [en lo que de él dice el Marqués de Santillana en la Comedieta de Ponza], pero tales cosas no pudieron escribirse de quien ya en aquella fecha no hubiese dado pruebas relevantes de su amor a la cultura clásica, en aquel grado ciertamente pequeño en que a principios del siglo XV podía adquirirse en Castilla y en Aragón; suficiente, sin embargo, para preparar su espíritu a aquella especie de embriaguez generosa, de magnánimo entusiasmo por la luz de la antigüedad que se apoderó de él en Italia, y que allí le encadenó para el resto de su vida, convirtiéndole en cautivo voluntario de los mismos de quienes había triunfado. Entonces empieza el segundo Alfonso V, el Alfonso de los humanistas, que es complemento y desarrollo, no negación ni contradicción, del primero; el que con aquella misma furia de conquista, con aquel irresistible ímpetu bélico con que había expugnado la opulenta Marsella y la deleitable Parténope, se lanza encarnizadamente sobre los libros de los clásicos, y sirve por su propia mano la copa del generoso vino a los gramáticos, y los arma caballeros y los corona de laurel, y los colma de dinero y de honores, y hace a Jorge de Trehisonda traducir la Historia Natural de Aristóteles, y a Poggio la Ciropedia de Xeno phonte, y convierte en breviario suyo los Comentarios de Julio César, y declara deber el restablecimiento de su salud a la lectura de Quinto Curcio, y concede la paz a Cosme de Médicis a trueque de un códice de Tito Livio, y ni siquiera se cuida de espantar la mosca que se posa media hora en su nariz mientras oye arengar a Giane nozzo Manetti. Es el Alfonso V que, preciado de orador, exhorta a los príncipes de Italia a la cruzada contra los turcos, o dicta su memorial de agravios contra los florentinos en períodos de retórica clásica; el traductor en su lengua materna de las Epístolas de Séneca, y el más antiguo coleccionista de medallas después del Petrarca (1).
(1) Historia de la Poesía castellana en la Edad Media. Tomo II, páginas 249 a 256.