La mayor parte de la prensa y publicaciones de todo el mundo se ha hecho ya eco del centenario del famoso matemático y físico Albert Einstein, que nació en Alemania en 1879 y que murió en los Estados Unidos, su país de adopción desde que Hitler subió al poder en su país natal. Ese interés por la figura de Einstein parece lógico, pues pocos científicos han causado un impacto tan grande en su tiempo, como el que causó este hombre bajito, de largas melenas y de rostro soñador. Sin embargo, entre la abundante literatura que ha motivado el año centenario, poco se encuentra que haga referencia a las ideas religiosas de dicho premio Nobel. La revista Time, por ejemplo, que dedicó a Einstein ocho páginas de apretada letra en su número 19 de febrero de 1979, prestó muy poca atención a los puntos de vista religiosos del famoso matemático, y prácticamente se limitó a copiar la famosa respuesta que aquél dio a un rabino que le había preguntado, por los años treinta, acerca de su creencia en Dios.
Interés por la religión
La gente tiene la equivocada idea de que uno que sabe algo en un campo determinado del saber científico, tiene que saber necesariamente de todo lo demás. Ignoran que los campos del saber científico se distinguen realmente unos de otros. A Einstein le preguntaron prácticamente acerca de todo lo humano y lo divino. El tuvo un buen sentido de negarse a responder en muchas ocasiones y supo, en general, ser prudente y mantenerse en lo que constituía su fuerte, aunque para ello tuvo que rechazar ofertas políticas espectaculares que hubieran supuesto una mixtificación para su vocación científica. Así, por ejemplo, al crearse el Estado de Israel, en 1952, le fue ofrecida su jefatura, que él rechazó para seguir trabajando en su obra «El significado de la relatividad».
Como parece natural, entre las preguntas que le hicieron a Albert Einstein figuraban las que se referían a sus creencias religiosas. Cómo no, si es el tema que más apasiona a todos… también a Einstein le interesó siempre el problema religioso del hombre. Sus biógrafos nos cuentan que en la escuela, aparte de las matemáticas, en las que destacó desde el primer momento, lo único que le gustaba era la clase de religión. Si bien a la edad de 16 años se dio en Einstein una renuncia a todo credo religioso, no por eso dejó de reflexionar y de hablar acerca del tema de Dios. Sus respuestas, en algunas ocasiones apasionadas, no siempre pusieron de manifiesto la prudencia que caracterizó al sabio en otras áreas de la cultura.
Visión panteísta del mundo
La respuesta al rabino, que le preguntó acerca de su creencia en Dios, y a la que nos hemos referido más arriba, fue dada en forma de telegrama y decía así: Creo en el Dios de Spinoza, que se manifiesta en la armonía y orden de todo lo que existe. No creo en el Dios que se preocupa del destino y de las acciones de los hombres.
Cualquier estudiante de historia de la Filosofía conoce las ideas religiosas del judío Baruch Spinoza (1632-1677); pulidor de lentes y filósofo, que fue excomulgado de la sinagoga de Amsterdam por sus ideas contrarias a la ortodoxia judía, Spinoza enseñaba la existencia de una única substancia, o ser que existe por sí mismo, a quien llamaba Dios. Todas las demás cosas -personas, animales, minerales-, no tienen entidad propia, son modos de existir de la única substancia divina.
Esa concepción panteísta del universo encierra un absurdo relativamente fácil de dilucidar. Las cosas, en efecto, son finitas, materiales e imperfectas, ¿cómo pueden ser modos del Ser Supremo que es, casi por definición, perfecto, infinito y espiritual? La razón nos dice, además, que Dios debe conocer al hombre e interesarse por él. De otro modo Dios no sería sabio -omnisciente- y esto repugnaría con el hecho de ser la causa primera de todo lo existente. Esa debe poseer en grado eminente todas las perfecciones del ser que tienen las causas segundas, y, entre ellas, destaca la perfección del conocimiento, como una de las principales.
Dios no sería, además, infinitamente bueno y santo si no se interesara, como afirma Einstein, por el destino y las acciones de los hombres, puesto que entonces demostraría que le daba igual el bien que el mal moral, y practicaría con ello una tolerancia abiertamente injusta. Si negamos que Dios es persona -como hacen además de Einstein tantos agnósticos modernos-, negaríamos que fuera inteligente y ello equivaldría a decir que el universo se ha formado por el mero azar ciego. La armonía y orden que Einstein admiraba en él, estarían faltos de una razón inteligente.
Einstein y la Iglesia Católica
La revista Time publicó en 1940 unas declaraciones de Albert Einstein acerca de la Iglesia Católica y de su actuación durante la época nazi en Alemania: Cuando la revolución (nazi) en Alemania, me volví hacia las universidades esperando que ellas, que siempre habían alardeado acerca de su devoción a la verdad, defenderían al país; pero no fue así: las universidades fueron pronto reducidas al silencio Entonces miré a los directores de los grandes periódicos de la nación, que en sus recientes editoriales habían pregonado su amor a la libertad; pero ellos, como las universidades, se callaron en cosa de pocas semanas… Solamente la Iglesia se mantuvo firme frente a la campaña de Hitler para ahogar la verdad. Yo, que nunca tuve antes un interés especial por la Iglesia, ahora siento por ella un gran afecto y admiración; puesto que sólo la Iglesia tuvo la valentía y constancia de plantarse en pro de la verdad y de la libertad.
No deja de chocar que Albert Einstein, que fue víctima del poder nazi en Alemania, y que, como vemos, admiraba la postura valiente de los católicos alemanes, quienes, salvo algunas lamentables excepciones, con su episcopado a la cabeza se enfrentaron a la política totalitaria, racista y exacerbadamente nacionalistas del Führer, mantuviera en el orden de las ideas una concepción doctrinal relativamente afín a las ideas del nacionalsocialismo. En efecto, en su encíclica «Mit brennender Sorge», Pío XI condenaba los errores nazis en el 14 de marzo de 1937 con los siguientes términos: Quien, con confusión panteísta, identifica a Dios con el universo, materializando a Dios en el mundo o dosificando al mundo en Dios, no pertenece a los verdaderos creyentes.
Religión y ciencia
Max Jordán, un benedictino que fue corresponsal europeo para la prensa católica estadounidense durante los años 40 y 50, publicó en 1952 una conversación entre el gran científico alemán y el cardenal Michael von Faulhaber, que fue el adalid de la postura de oposición a Hitler entre el episcopado católico. He aquí sus palabras:
Einstein: Yo respeto la religión, pero creo en las matemáticas. Probablemente para su eminencia la cosa es al revés. ¿No es así?
Faulhaber: No, para mí, ambas son expresiones de una misma exactitud divina.
Einstein: Pero, si la ciencia matemática pusiera de manifiesto un día que sus descubrimientos son directamente contrarios a las creencias religiosas, ¿qué diría usted entonces?
Faulhaber: Siento el más grande respeto por los matemáticos y estoy seguro de que en tal caso ustedes no descansarían hasta encontrar el punto que fue objeto de su equivocación.
Es el viejo tema, resuelto admirablemente por santo Tomás, de las relaciones entre la razón y la fe, entre la religión y la ciencia, con las palabras de dos figuras señeras de nuestro tiempo.
Realmente Einstein, inventor de la teoría de la relatividad, no anduvo seguro pisando los campos de la filosofía y de la teología. Su vida, como la de otros grandes pensadores, fue una prueba más de que los talentos naturales del entendimiento humano no son suficientes para resolver los grandes problemas que tiene planteado el hombre. Por encima de la razón y del talento humano está la luz de la fe, que es un don que Dios da solamente a los que humildemente se lo piden.
Ignacio de Segarra
«¿ACASO NO ES MARÍA MADRE DE CRISTO? ES POR LO TANTO MADRE NUESTRA», enseña San Pío X. Es propio de un buen hijo saludar a la Madre cada mañana y cada noche con las TRES AVEMARÍAS, rezadas con sinceridad.
